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Izaskun Bilbao es una mujer inteligente, y aunque lleva años enredada en la política presta atención cuando escucha y sus pupilas, de por sí grandes y atentas, se dilatan y contraen al hilo de sus propias reflexiones, delatando que tramita con naturalidad sus palabras y que el otro para ella es importante, alejada del repertorio y el estereotipo con el que tantos y tantas tienden a asociar, minusvalorándola, la actividad política y el nivel intelectual de sus profesionales. Bilbao es de esas personas cuya presencia se percibe metros antes de que doblen la esquina. Para entender lo que quiero decir hay que recordar que es bermeana, y que le anteceden el temperamento firme y la personalidad sólida, muy acusada, que según dicen caracteriza a las naturales de esa villa pesquera. También es menuda, y al recordar algunas cosas que decía no puedo evitar imaginarla en el parlamento, como representante única de su partido, sentada como una más junto a 735 hombres y mujeres que persiguen y defienden intereses dispares, implicados en mayor o menor grado en la complicada construcción de una idea tan hermosa y necesaria y a veces tan frustrante como la Unión Europea. Izaskun Bilbao es tan sólo un árbol en un gran bosque: una raíz propia y resistente en un parlamento de una acusada disparidad de vías, ritmos y afinidades. Algunos califican esa presencia de testimonial. Creo que con esa expresión intentan restarla valor. Yo creo que se lo inyectan.

Buenos Aires es una ciudad grande, y un área metropolitana enorme, de trece millones y medio de personas. En Buenos Aires conviven decenas y decenas de identidades y orígenes, muchas con sus propias tradiciones y religiones. Once es un barrio judío entero, pero hay en Buenos Aires armenios, musulmanes, rusos, polacos, ingleses, gallegos, italianos y diría que toda clase de identidades y cosmogonías. Allí, en el centro de la capital, envuelto pero no sepultado por millares de calles, avenidas, edificios y cielos cambiantes, está Laurak Bat. Representa junto a otros centros ubicados en otros lugares de la Buenos Aires metropolitana a una minoría y una cultura más, la vasca, que contribuye así a la construcción de una ciudad fascinante y compleja. También la presencia de Laurak Bat en Buenos Aires es casi simbólica, si nos atenemos a su dimensión, y el centro es -otra vez- sólo un árbol en el inabarcable bosque porteño; y también es raíz, pero fértil, y por eso después de generaciones de emigrantes la identidad y la cultura vascas siguen presentes allí: en su biblioteca, en el sonido del euskera, en el ruido de su comedor y en el retumbar de la pelota en un frontón que acoge también las grandes reuniones. Y hay un árbol dentro de ese árbol, vástago de un viejo símbolo: el árbol de Gernika.

La primera vez que visité Laurak Bat entendí mejor que nunca antes qué significa ser vasco. De la misma manera, creo que para entender Euskadi hay que repensarlo desde Europa. Entendido desde ambas ópticas, ser testimoniales no es un destino pequeño, sino un reto inmenso, porque para lograr dar testimonio hay que tener detrás algo de historia, muchas voluntades, alguna inteligencia y mucho tesón, y lo que es testimonial siempre puede crecer, y por eso trata de empequeñecerse y borrarse.

Con mis respetos para Izaskun Bilbao, personalísima y menuda, y mi cariño y un beso para Arantxa Anitua, mi prima personalísima y menuda, presidenta del Laurak Bat, con mis deseos de éxito para que ambas sigan trabajando pacíficamente en decir algo sencillo: estamos aquí. En el Parlamento de Europa o en el corazón de una ciudad espléndida que mañana se sumerge en la fiesta.