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(A tu salud, Martin)

 

Ayer recibí un mensaje con una grabación de audio. «Te grabé un tanguito», me decía Martin Rasskin, «grabado con el teléfono y al toque, así que disculpa la inmediatez y el sonido «telefónico». Y me enviaba «Garufa», un tango maravilloso, grabado con su teléfono,  su voz y su guitarra. Qué grande. Precisamente en estos días en los que acaba de visitarnos Arantxa Anitua con Gustavo y con Faustino, su hijo, cubriéndonos de esas palabras y esa cadencia porteña que tantas cosas despierta, calor de una manta de lana en las piernas. Arantxa vasca, Arantxa argentina, Martin ruso, Martin polaco, Martin porteño, Martin vasco y castellano, errante sumatorio de tantas raíces y vidas y desarraigos, como buen músico judío. Así que has dado en el blanco, Martin, y mis ganas de verte se han disparado, y mis ganas de volver a Buenos Aires también, si cabe. Buenos Aires: una ciudad en la que es posible descubrir identidades por la misma razón por la que, en un mundo pequeño y cerrado, es difícil desprenderse de ellas.

Estos días pensaba bastante en esas cosas. En agosto escuché en Donostia «Mendi Mendiyan», del donostiarra Usandizaga, un relato de crímenes y enamoramientos que acontece en el mundo reducido y atávico del monte vasco, reducto de una identidad resistente y pertinaz como pocas. Leyendo «Mendi Mendiyan» me costaba sobreponerme a la proximidad de su relato. Los nombres (Txiki, Gaizto, Joshe Mari, Andrea…), las melodías, tantas y tantas palabras me asomaban a un vértigo incómodo, a un complejo por el cual lo próximo es de un valor menor a lo lejano. Ese complejo lo definí mejor poco después, al escuchar «Kullervo», del finlandés Sibelius. La trama, aunque distinta, habla también de romerías, crímenes y amores, pero se desarrolla en finés. Y, dejando de lado los aspectos musicales, no entender nada (aunque conociera los textos en castellano) no implicaba una dificultad para acercarme a ella, sino una ventaja. Mi pregunta es: ¿por qué «Kullervo hijo de Kalervo» (realmente su nieto, en el Kalevala) me suena mejor que «Andrea, nieta de Juan Cruz»? Según Pablo Suso, es un complejo característico de los bilbaínos, que tenderíamos a ver lo cercano / lejano (el mundo de la cultura vasca no urbana) como inferior, en el sentido de menos interesante que la cultura relativamente cosmopolita en la que hemos crecido en la ciudad.

En mi hasta ahora último viaje a Buenos Aires percibí que el tango resurgía entre los jóvenes porteños. No sé si esa percepción era realista o si me dejé llevar por mi propia debilidad por los tangos, que en cambio bien podrían ser demasiado próximos a la juventud argentina como para ser apreciados en lo que valen. «Sur» lo canto a solas, o para mis adentros, y me trae a la mente a mis vascos porteños, y mis ganas de asado. Escucho «Garufa» en la voz de Martin y curiosamente me recuerda que nuestra amistad comenzó a fraguarse al ser los dos rusos, en un sentido cultural y también -acaso- identitario. «Te grabé un tanguito», me suelta, y sabe que me está marcando la combinación correcta de la caja frágil de mi sueño y mi memoria. «Te grabé un tanguito», y en esas cuatro palabras se resume mi propia vivencia de saberme y reconocerme vasco en el Laurak Bat de Buenos Aires (cierto que jamás me sentí otra cosa, salvo fugazmente italiano) , a 9.000 kilómetros de mi entorno más próximo y pese a ello desconocido: el propio País Vasco.

Quizá vivir sea, para quienes nos preguntamos estas cosas, perseverar construyendo esas preguntas. Quizá ser vasco sea, para quienes lo somos, cuestionarnos en qué modo y para qué lo somos, aunque el rito pueda ser aceptar nuestra identidad sólo estando muy lejos: como en una revelación, quizá –el resultado fue el sosiego–. Lo que no me plantea duda alguna es la que creo mi aspiración y obligación como vasco en el mundo: exigir a mi entorno que no se acomode, que no se estanque, que se sepa perteneciente a una identidad propia que necesita ser continuamente reflexionada –y por qué no, lealmente criticada– si aspira a seguir viva y a resultar fortalecida en el curso del tiempo y en el seno de un mundo en el que identidad es un concepto complejo, sugerente y fértil, tan fértil que sólo puede construirse desde la libertad y la duda de una visión en perspectiva, y no desde la certeza engañosa de la cercanía.