Columna en Territorios, de El Correo, 27 de abril de 2024

La «Oda a la Alegría» de la Novena ha acompañado a generaciones en lugares y contextos no solo diversos, sino antagónicos. Adoptada oficialmente como himno de la Unión Europea desde 1985, su melodía —sin los versos de Schiller, para evitar la dificultad y torpeza de priorizar un solo idioma— invoca valores fundamentales en un continente marcado por inmensas y frescas cicatrices históricas, expresando unos ideales que ya fluían y eran utopía desde el siglo de la Ilustración. Optimista y vital, la Oda también expresa la necesidad de sobreponerse al trauma, sea la cruel sordera del músico creador o los campos sembrados de fosas y destrucción en tantos rincones y periodos de nuestro frágil y joven ecosistema político.

La Novena nos recuerda la necesidad de defender los valores en torno a los que Europa, pese a no pocas tensiones y diferencias, desea asociarse. Pero esos compases de Beethoven no han escapado a su apropiación por regímenes opresivos, como la Alemania nazi o la Rhodesia del apartheid, que la adoptó como himno. Difícil imaginar una mayor distorsión. También han resonado en espectros ideológicos opuestos, o en verdaderos acontecimientos liberadores, como cuando la Novena fue dirigida por Leonard Bernstein en Berlín el 23 de diciembre de 1989, tras la apertura de la Puerta de Brandenburgo. Rita Sussmuth, entonces presidenta de la Cámara de la República Federal, dijo aquel día en referencia a la caída del Muro: “(…) se trata de la paz, la libertad y la justicia en Europa y en el mundo entero”. Toda una exaltación del espíritu romántico, 200 años después de la escritura del poema por Schiller. Beethoven, como parte consciente de la a menudo incierta pero infatigable carrera civilizatoria, supo engrandecer y entregar el testigo a la posteridad. Cada interpretación de la Novena es una hebra de ese hilo que nos remonta y que quizá también nos guía.

En el contexto actual, es importante que entendamos esta composición no solo como un símbolo perdurable, sino como una exhortación a la construcción y defensa de una Europa que posicione y valore la libertad, la diversidad y la fraternidad por encima de las divisiones y las coyunturas. Ese fue el afán, esa fue la lucha de Beethoven; enunciar esa mirada política en forma de música magistral fue su triunfo.