Publicado en Klassikbidea el 29 de abril de 2024

Bilbao, 18 de abril de 2024. Teatro Arriaga. Rudi Stephan: Die ersten Menschen. Libreto adaptación del drama “Die ersten Menschen”, de Otto Borngräber. Producción original: Dutch National Opera, Amsterdam. Producción ejecutiva: Teatro Arriaga, en colaboración con Euskadiko Orkestra. Calixto Bieito, dirección de escena. Rebecca Ringst, escenografía. Ingo Krügler, vestuario. Michael Bauer, diseño de iluminación. Sarah Derendinger, vídeo. Annette Dasch, Eva. Daniel Schmutzhard, Caín. Simon Neal, Adán. John Daszak, Abel. Euskadiko Orkestra. Roberto Baltar, asistente de dirección musical. Robert Treviño, dirección musical. Aforo: 1.200 personas. Ocupación: 75%.

Die ersten Menschen sumerge al público en un análisis profundo de la naturaleza humana y la moralidad en un ambiente primitivo y constreñido a la interacción en un núcleo social (la familia) mínimo e inevitablemente opresivo. Falta el aire, pese a la exuberancia de la naturaleza, pródiga en frutos, pues resuena en ese diminuto y denso mundo post-edénico la voz de Dios: no es bueno que el hombre esté solo. Sin embargo, el aislamiento y la soledad –y su tedio– son las primeras consecuencias de la expulsión. Caín y Abel evocan paralelismos con niños ferales, por su desarrollo en un mundo sin normas morales que no ha habido posibilidad ni tiempo de establecer. Todo es primitivo e irracional, descontrolado e instintivo, pues los primeros humanos de esta ópera son inexpertos y no tienen códigos, ni posibilidades de contrastar sus propias acciones con filtros morales. Se rompen las nociones convencionales de bien y mal, todo es ambiguo y desnudo, también inocente; tanto como pueda serlo un ser salvaje, que obedece a sus impulsos e instintos. Die ersten Menschen habla de la complejidad de las relaciones humanas cuando carecen de marco.

Sin embargo, los cuatro personajes de Borngräber y Stephan están heridos de humanidad, y se cuestionan y sufren. Caín ansía responder de forma cruda y realista a las preguntas más obvias y sencillas: cómo satisfacer sus instintos si no hay con quién, salvo su propia madre. Abel sublima, y encuentra la salida en el consuelo de un Dios al que, en forma de cordero, ofrece el sacrificio de la vida. Su padre Adán, igualmente desprovisto de un manual de instrucciones, da tumbos y se desentiende de ellos tanto como de una Eva dual, atrapada entre el yugo de la maternidad y el deseo de ser libre. Esta ópera apasionante es también una reflexión sobre la capacidad de esos primeros seres humanos para enfrentar y superar la brutalidad de su entorno a través del cuestionamiento y el sufrimiento.

Todo este material conceptual y poético fluye, en primer lugar, en una partitura apasionante. Con no pocas resonancias wagnerianas, con una escritura tan personal como abierta al discurso de sus contemporáneos, con un uso del color orquestal realmente fascinante, Stephan mantiene una tensión continua y un impulso dramático a lo largo de la obra, sin desfallecimientos, con una firme integración orgánica entre los textos y la música. Requiere de una orquesta grande, que fue en esta ocasión una impecable y poderosa Euskadiko Orkestra, y de un maestro capaz de manejar ese material y entregarlo con claridad, muchos matices y suficiente rotundidad. El trabajo de Robert Treviño fue magnífico, en una de esas tardes en las que queda de manifiesto que es un maestro de excepcional calidad y poder.

El cuarteto protagonista fue excelente en el teatro y desigual en el canto. Simon Neal, un Adán encerrado en sus propias cavilaciones, mostró la voz más redonda, con un timbre bello y equilibrado. No estaba a la zaga Daniel Schmutzhard, Caín, impetuoso y valiente, decidido a enfrentarse a la nada en busca de su destino. Annette Dasch cantó sin dificultades un papel muy exigido y condicionado por el tremendo trabajo escénico, y John Daszak, Abel, sucumbió a las exigencias vocales extremas de su papel, pero al mismo tiempo construyó un personaje irreprochable. Fue, en suma, un gran cuarteto.

Cada trabajo de Bieito en el Arriaga es una cita importante en la cultura bilbaína. La mirada del director sobre estos despojados primeros humanos está gobernada por la curiosidad y el respeto. En todo momento se disfruta de la representación como en un ejercicio de cámara oculta, desde dentro de la intimidad de esos seres que no se saben observados. No hay prejuicio; en una perspectiva casi documental, la escena fluye con la música y la trama con una homogeneidad y una lógica admirables. Un gran trabajo y un gran éxito.