En noviembre de 1989, tras 28 años, caía (era derribado) el muro de Berlín. Y allí estaba Mstislav Rostropovich celebrándolo. Hoy lo ha recordado Durao Barroso en el acto de entrega del Nobel de la Paz a la Unión Europea.
La reunificación alemana fue un logro del mundo libre, pero fue también un gesto de inusitada generosidad de muchos países hacia la vieja Alemania. 23 años después, se hace preciso que la Alemania unida coprotagonice el avance, sin demoras, hacia una Europa más cohesionada, pero también socialmente más justa y más atenta a valorar la convivencia, que es posible, por encima de la homogeneidad, que es imposible e indeseable (y muy del gusto alemán, todo hay que decirlo).
Europa precisa armonía, esa es la clave de su construcción, y ese fue el mensaje de Rostropovich. Pero si Barroso lo ha recordado ha sido porque, además de esa armonía merecedora del Nobel -y basta con visitar cementerios de toda Europa para constatarlo- son precisas la generosidad y la audacia frente a los acontecimientos históricos. Un recordatorio mas que oportuno, por tanto, de todo lo que convierte este Nobel no en un reconocimiento indiscutible, sino en una apuesta incierta. La llave, ahora, en manos alemanas. Los demás ya la tuvimos, y la empleamos para abrirle las puertas.

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