Estos días he tenido distintas conversaciones que me han evocado un mismo recuerdo: el de la leyenda siniestra de Ugolino della Gherardesca, S XIII, inmortalizada por Dante. Lo esencial de esta leyenda controvertida e imperecedera es que Ugolino, noble gibelino, fue encerrado en una torre, tras ser acusado de traición, para morir de hambre. En su encierro le acompañaron dos hijos y dos nietos. Y, allí encerrado, el noble militar sirvió para que entre sus captores apostaran a quién se comería primero. Algún apostante hubo de ganar, porque Ugolino se los fue comiendo. Desde esta supina, extrema crueldad, el relato ilustra cómo la condición humana puede ser traicionada en condiciones extremas, convirtiéndose en un vacío y mudo relato olvidado.

La crisis europea, sobre todo la que se padece en los países meridionales, pone en situación de fragilidad estructuras esenciales de nuestra sociedad, como la familia. Mas descarnada y fría es la realidad y mas se tensan los recursos, mayor es el riesgo de fractura. Las herencias se disputan encarnizadamente, porque el hermano con tres hijos se quiere imponer en sus derechos al soltero; los principios se subvierten, las viejas rencillas resucitan como en el escorbuto, lo que en la infancia fue distancia ahora es abismo de odio. En la empresa los que fueron socios huyen del barco, arramplando víveres y agua potable, desentendiéndose de la suerte de los viejos compañeros, que consecuentemente, y así despojados, corren a su vez mayor riesgo de canibalizarse. El tío vende al sobrino.

Ugolino tardó mucho tiempo en decidirse, tanto como se lo permitió el hambre. Una vez traspasados los diques de su humanidad, ya empapado en las vísceras del tabú, la apuesta perdió interés para sus captores, que sencillamente le dejaron morir. Pero siglos después, Ugolino arroja luz. A mi me ha ayudado a escuchar y comprender a dos amigos que me contaban cosas que, la verdad, no me extrañaban. Ya las contaba Dante.

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(Así vio Rodin al conde Ugolino)