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Richard Strauss. Foto: Edward Steichen

 

Publicado en Mundoclasico el 23 de marzo de 2016

 

Bilbao, viernes 4 y 5 de marzo de 2016. Festival Musika-Música, Euskalduna Jauregia. Orquesta Sinfónica de Euskadi. José Miguel Pérez Sierra, director. Richard Wagner: Preludio y muerte de Isolda; Obertura de Tannhäuser. Richard Strauss: Muerte y transfiguración, opus 24; Así hablaba Zaratustra, opus 30. Aforo: 2164. Ocupación: 90%.

Una de las características del festival bilbaíno Musika-Música es que los conciertos son breves y se suceden a una velocidad endiablada, y ese ritmo hace necesario que los intérpretes estén muy centrados desde el primer compás. Estos comentarios aluden a dos conciertos ofrecidos en dos días consecutivos, no a un solo programa. En ese contexto, “Preludio y muerte de Isolda” es una obra especialmente exigente para abrir programa, porque precisa de entrega y concentración, calidad interpretativa y gran solvencia e intención en la batuta. La Sinfónica de Euskadi está en una fase dulce, y desde los primeros compases quedó claro que es un instrumento lo suficientemente profesional y maduro como para hacer bien  “Preludio y muerte de Isolda” bajo los severos condicionantes de un festival tan peculiar como Musika-Música. Pero aunque con los pasillos del auditorio hechos un hervidero, apagada la luz se hizo el silencio, y desde el silencio surgían las primeras notas de un Wagner de una belleza casi obscena que contaba con una buena orquesta, pero con un maestro que no redondeó su trabajo ni en el “Preludio y muerte de Isolda” una tarde ni en la “Obertura de Tannhäusser” a la mañana siguiente, y que en cambio sí estuvo mejor con las dos obras de Richard Strauss.

Pérez Sierra pareció ser víctima de cierto temor reverencial hacia el imponente preludio y muerte wagneriano. Su versión fue lenta y dulcificada, pulcra y aseada, pero la obra es tan grande que bajo esa piel tan lavada seguía latiendo una sustancia insondablemente arrebatada y turbia, en la que se funden y confunden el amor sin fin y el supremo egoísmo, la lucidez y la demencia. En la versión de Pérez Sierra tales antagonismos se percibían como provenientes de dos organismos distintos, no cohesionados, y la interpretación fue buena, pero evanescente e insatisfactoria. Lo mismo vale para la obertura de Tannhäuser, de nuevo un ejercicio de control y contención, y de nuevo falta de arrebato y capacidad –o voluntad- de contagio. Un Wagner líquido y por momentos gaseoso.

Con “Muerte y transfiguración” y “Así hablaba Zaratustra” vimos a un maestro distinto, mucho más cómodo con el material y más próximo y aparentemente más seguro pincelando Strauss que cincelando Wagner, quizá porque Wagner trabaja en una escala próxima al manifiesto, mientras que Strauss escribe en una escala cercana al relato, y es más humano y cotidiano. Por su parte en el primero de los poemas la OSE estuvo muy bien, con unas cuerdas excelentes y un conjunto perfectamente equilibrado, mientras que el Zaratustra resultó algo desigual. Es cierto que las cuerdas –de nuevo las cuerdas- delinearon maravillosamente los laberintos straussianos, y que no se percibió el más mínimo decaimiento en toda la interpretación, con Pérez Sierra entonado y preciso y la orquesta convenientemente entregada en cada uno de sus elementos, pero en esta segunda obra intervenía el colosal órgano del Palacio Euskalduna y quizá no aportó a la obra toda la fuerza y el ímpetu deseables. No lució y, lo que es peor, no contribuyó a texturizar este gran poema sinfónico con su muy significativa y elocuente voz. Pero hecha esta salvedad, y apuntando a que quizá la rápida sucesión de ensayos y conciertos propia de Musika-Música dificultó que se profundizara más en el crítico encuentro de la orquesta con el órgano antes del concierto (es una hipótesis), la OSE demostró con las obras de Richard Strauss que ahora mismo es una orquesta de alto nivel, proporcionando un trabajo perfectamente expuesto y sólido. Lástima las precauciones del maestro con Wagner, cuya carnalidad sublimada no llegó a disfrutarse plenamente.