Publicado en el suplemento cultural Territorios, de El Correo, el 18 de noviembre de 2023

«Porco Rosso» © Studio Ghibli

Entre la magia y la naturaleza

Pese a haber dirigido varias películas de gran interés con anterioridad, Hayao Miyazaki comenzó a ser conocido gradualmente fuera de Japón tras “El viaje de Chihiro” (2001). Entre el estreno absoluto de este título y su estreno en España transcurrieron 15 meses, para el estreno en Alemania o Gran Bretaña hubo de pasar dos años. Durante esos largos periodos, la película mereció el Oso de Oro del festival de Berlín (2002) y el Oscar a la mejor película de animación (2003). Fue un camino lento y realmente laborioso. Veinte años después, “El chico y la garza” ha inaugurado el festival de cine de San Sebastián y en el momento de escribir este texto se exhibe con cierta fortaleza en salas cinematográficas. Ha recibido elogios de especialistas que habitualmente no habían prestado mucha atención a su cine, quizá porque su estructura se acerca más a la de una película de acción real que “Mi vecino Totoro” (1988) o la propia “El viaje de Chihiro”, fábulas poéticas que escapan a una narrativa realista tradicional.

Uno de los rasgos del estilo de Miyazaki es la sencillez con la que, apoyándose en un dibujo claro y meticuloso, articula narrativas y propone personajes reconocibles como portadores de valores en los que es fácil identificarse. La naturaleza es, sin duda, el gran telón de fondo de su cine: una naturaleza bella y frágil, indefensa y sin capacidad de rebelarse frente a las ambiciones destructivas humanas. Otro gran devoto de la naturaleza, el filósofo y escritor J. R. R. Tolkien, propone seres que, como los Ents o Tom Bombadil, son activos en su defensa, mientras que Miyazaki enfatiza la responsabilidad humana en la defensa de un mundo que fue puro y estable y es o fue hogar de deidades. Pero ambos convergen en una acerada crítica de la industrialización y en el protagonismo de la magia, ampliamente explorada en sus creaciones. Estos mundos, el industrial y el mágico, se expresan a través de los objetos. Los de Tolkien (los anillos, los palantiri o algunas espadas con un poder sobrehumano) son ancestrales y son el producto de tecnologías y potencias creadoras más allá de la capacidad, y aún del entendimiento, de las culturas humanas. Son un legado, a menudo pesado e indeseable. Por el contrario, los objetos de Miyazaki expresan una integración y una intimidad indisociables entre la magia y la naturaleza, en un equilibrio que las personas deben proteger activamente. El bien está a nuestro alcance, parece sugerir Miyazaki, y para que dé sus frutos las personas debemos emplearnos a fondo sin desfallecer, perseverando en la comprensión y la defensa a ultranza de la armonía. Miyazaki es, definitivamente, un cineasta japonés.

Aviones y otros objetos voladores

El anhelo humano por la libertad confluyen en Jiro Horikoshi, protagonista de «El Viento se Levanta” y única figura histórica que Miyazaki ha llevado a la pantalla. Horikoshi posee perseverancia y creatividad, virtudes que Miyazaki admira profundamente y que impregnan sus relatos. Este personaje es a la vez un ingeniero soñador y un hombre atrapado en la turbulencia de su tiempo, expresando la dualidad de una ingeniería que tanto puede crear unos objetos de belleza y cualidades incomparables, hitos civilizatorios, como unas máquinas de guerra que convierten el aire en despiadada amenaza, punto de arranque de “El chico y la garza”: un arco del icónico hidroavión de «Porco Rosso» a los meticulosos cazas Zero.

«El viento se levanta» © Studio Ghibli
«Nicky la aprendiz de bruja» © Studio Ghibli

El aire es también el gran lienzo en el que los personajes pueden pintar sus deseados horizontes de libertad, utilizando tanto sus propios poderes mágicos, Howl de “El castillo ambulante”, como una sencilla escoba voladora, la de la joven Kiki en «Nicky, la aprendiz de bruja”. Esta escoba es un símbolo de independencia y crecimiento, y es también una inculturación europea en el imaginario japonés de Miyazaki. También Laputa, la isla voladora de «El Castillo en el Cielo», debe su inspiración a la imaginación occidental, concretamente a la isla homónima del gran clásico literario de Jonathan Swift, “Los viajes de Gulliver”. Laputa no es sólo un refugio en las nubes, es también un legado de sueños y ambiciones perdidas. En el mundo de Miyazaki, volar es una búsqueda de belleza y una huida poética de las limitaciones de la realidad. De nuevo una premisa de deslumbrante sencillez: el aire como promesa de un mundo de libertad ilimitada. 

Un gran artefacto

El castillo ambulante de Howl es una construcción orgánica, bella, imponente y compleja, un híbrido de tecnología steampunk y magia artesana. Se mueve y cambia de forma, tiene personalidad y funciones propias de un ser vivo, y es el hogar y el refugio de los personajes principales. Lo impulsa Calcifer, un demonio del fuego de naturaleza profundamente dual, constructivo y destructivo, agrio y amistoso, distante y sensible. El castillo, muy transformado desde la novela original de Diana Wynne Jones, es uno de los despliegues más fascinantes de la fantasía de Miyazaki. Entidad eminentemente mágica, indiferente a las leyes de la física, sus puertas conectan con distintos espacios y realidades exteriores (como el túnel del inicio de “El viaje de Chihiro”) mientras, al desplazarse por paisajes tanto grandiosos como íntimos, es una metáfora de la búsqueda de la identidad y el destino, búsqueda que exige capacidad y valentía para adaptarse y cambiar. Visualmente es deslumbrante, con sus torres con troneras y cañones que parecen ojos de foca, sus fumarolas, sus engranajes visibles y sus patas de ave, su frágil fortaleza. Este castillo es pariente próximo de la torre misteriosa de “El chico y la garza”. Buscar lo cotidiano es una aventura extraordinaria.

Armas y amuletos

En los filmes de Miyazaki hay numerosas armas convencionales, desde pistolas a mosquetes, tanques, cañones y bombarderos. Su protagonismo es grande en “La princesa Mononoke”, en contraste con las armas elementales de San, la princesa, confrontando la tecnología humana con la naturaleza espiritual del bosque y su mundo. El arco del protagonista masculino, Ashitaka, es convencional hasta que una maldición hace que sus flechas adquieran una certeza y una fuerza sobrenaturales, escapando a su control y comportándose de manera mágica. En las armas, Miyazaki transmite que no siempre las fronteras entre bien y mal son claras, al igual que sucede en los muchos personajes que son fuertes en la maldad, pero que en realidad sólo buscan la redención y la aceptación, pues también lo bueno y lo malo están interconectados.

Otros objetos, los amuletos, son plenamente mágicos y no cambian su naturaleza. Representan la identidad (el colgante de San), el fortalecimiento del autoconcepto de Sophie –maravilloso personaje de “El castillo ambulante”–, simbolizado por un anillo, o el cristal de la bondadosa e inocente Sheeta en “El castillo en el cielo”, que emite luz en momentos de peligro, recordando al fascinante poder de la luz de Eärendil en el gran relato de J.R.R. Tolkien.

«La princesa Mononoke» © Studio Ghibli

El talento del ecosistema Ghibli

(Pieza separada del artículo principal)

La trayectoria de Hayao Miyazaki ha transcurrido en Studio Ghibli, un ecosistema de talentos y profesionales de gran nivel. En él destacan figuras como Joe Hisaishi, Isao Takahata y Toshio Suzuki, impulsores del legado de Ghibli. Las bandas sonoras de Joe Hisaishi para Miyazaki incluyen «Mi Vecino Totoro», “La princesa Mononoke”, «El Viaje de Chihiro» o «El viento se levanta». Son composiciones simples y evocadoras, muy reconocibles y perfectamente adaptadas a cada secuencia, emoción y personaje. La admiración de Hisaishi hacia la música occidental se manifiesta en su elección de instrumentación y armonía, fusionada a veces con elementos de la música tradicional japonesa. Ha escrito canciones famosas para “Mi vecino Totoro”, “Ponyo en el acantilado” o “El viaje de Chihiro”.

El cofundador del estudio, Isao Takahata -fallecido en 2018-, dirigió en 1988 «La Tumba de las Luciérnagas”, un desgarrador relato en clave realista sobre los horrores de la guerra y los bombardeos sobre Kobe, causantes de miles de muertes de civiles. Huelga decir que siempre que se vuelve a ver, la película mantiene su dramática vigencia. Los desastres de gran magnitud también aparecen en “El viento se levanta” o “El chico y la garza”, dibujando los perfiles de los grandes traumas colectivos del S. XX  en las islas de Japón.

La otra obra maestra de Takahata, la fascinante «La Princesa Kaguya», se aleja del estilo imperante en Ghibli para acercarse a la pintura tradicional japonesa y se sumerge en una narrativa propia e impregnada de melancolía.

Toshio Suzuki ha facilitado y acompañado el trabajo singular de los distintos directores del estudio. Su identidad como productor está detrás de todos los títulos reseñables de esta gran factoría. Suzuki también es un personaje clave en la internacionalización de las películas de Miyazaki, siendo responsable del trayecto de “El viaje de Chihiro” desde los primeros bocetos hasta el premio Oscar.

De los textos: © Joseba Lopezortega, Bilbao 2023