Bilbao, miércoles, 28 de noviembre de 2018.Euskalduna Jauregia. Stephen Hough: Agata, a basque fantasy. Dvorak: Concierto para piano. Elgar: Variaciones Enigma. Stephen Hough, piano. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Director: Robert Treviño. Aforo: 2.164. Ocupación: 70%.

El auditorio Euskalduna desprendía aroma británico gracias al concurso en el programa de Stephen Hough y las Enigma de Elgar. Se estrenaba un encargo de la orquesta a Hough, sin duda más convincente como pianista que como compositor, y resultó una obra aseada y sin pretensiones. Agata: a Basque fantasy, que visita una canción vasca muy popular e incorpora al txistu en la instrumentación, retrotrae al oyente a la atmósfera de algunas pequeñas piezas tonales de principios del XX y no descolla ni como fantasía ni desde luego como fantasía vasca, al ser abrumadoramente superficial asumiendo tanto el tema folclórico como el sonido del txistu; pero es agradable como uno de esos blancos ligeros (sin aguja) que, lejos de condicionar al paladar, se diría que lo limpian. Un pórtico correcto antes de escuchar a Hough haciendo el concierto de Dvorak.

Este concierto, sabido es, no cuenta entre los más frecuentados del repertorio, quizá porque resulta poco generoso para el pianista en relación con su gran exigencia. Hough y Treviño trabajaron muy bien juntos, acunados en sus respectivas calidades y atentos el uno al otro, y el concierto de Dvorak resultó excelente, con una orquesta que está crecida en manos de su titular y que desprende seguridad y cohesión. Las buenas sensaciones crecen de programa en programa, ciertamente, y dado que Hough tocó como siempre, con solvencia y una pizca de frialdad, y la orquesta suena como nunca, los aplausos del respetable quizá quedaron un poco por debajo de los merecimientos de los artistas. Tampoco el aforo aportaba todo su potencial calor, dado que la entrada pareció por debajo de la altura del programa.

En la segunda parte las Variaciones Elgar, muy familiares para una formación que apenas unos días después salía de viaje a Linz, Bregenz y Munich llevándolas en la gira. Las Enigma son fantásticas para el lucimiento de una orquesta y también, cómo no, para el trabajo de un director. Treviño hizo una versión muy consistente, con su característica tendencia a exigir potencia a sus codiciosos y generosos músicos y a saturar un tanto el sonido, y supo mostrar la estructura de conexiones y tramas que recorren estas seductoras Variaciones de un modo realmente elogiable. La obra pasó en un suspiro y fue muy aplaudida.

No aprecio las propinas tanto como esporádicamente merecen, y no suelo citarlas, pero haré una excepción. Terminado el programa, Treviño anunció micrófono en mano que la orquesta salía de gira y que se iba a interpretarla propina que llevaba en su viaje. La obra en cuestión fue el Intermedio de La boda de Luis Alonso, que se sirvió con un tiempo y unos volúmenes marca de la casa, muy a tope, y que entusiasmó al público, aunque no sin sembrar alguna semilla de perplejidad. Ahí lo dejo.