Publicado en Mundoclasico el 21 de noviembre de 2017

Foto: © Enrique Moreno Esquibel

Bilbao, sábado 4 de noviembre de 2017. Euskalduna Jauregia. Maurice Ravel: concierto para la mano izquierda en re mayor. Shostakovich: Sinfonía Nº 11, “El año 1905”. Joaquín Achúcarro, piano. Robert Treviño, director. Aforo: 2164. Ocupación: lleno.
Un Bósforo separaba las dos partes del programa del atractivo segundo de temporada de la Sinfónica de Euskadi; una pausa breve, ciertamente, pero al mismo tiempo inmensa, sita entre dos continentes musicales distantes y singulares, el de Ravel y el de Shostakovich. A cada lado un estado de ánimo, emotivo y grácil en el comienzo y vigoroso hasta el ímpetu en la segunda parte. A esta amplitud atendían un maestro poderoso, de una calidad evidente y se diría que creciente, y una orquesta exigida, que supo desenvolverse no sólo en Ravel, uno de esos compositores en los que esta formación encuentra su espacio más natural -¿y cómodo?-, sino también en una versión convincente de la 1905 de Shostakovich.
El protagonismo de la primera parte del programa recayó con toda lógica en Joaquín Achúcarro. En su concierto, cuidado nota a nota y ejecutado con una enorme inteligencia física ante el piano, demostró una musicalidad y una claridad de intención fascinantes. Desde luego es posible escuchar versiones más precisas, cómo no, pero también es frecuente escuchar versiones menos expresivas y vitales. La chispa de Achúcarro refulge, su sonido convence, los condicionantes de la edad no arrojan sombras sino haces de asombro; y su público, el público bilbaíno, lo agradece y renueva el contrato de un ya veterano y fiel idilio. Bravo Achúcarro, exquisitamente tratado por una Orquesta que supo gastar en flores para agasajar su cumpleaños y que trabajó adecuadamente con Treviño para establecer un buen Ravel. Europa conquistada.
La número 11 de Shostakovich cambiaba por completo el contexto. Si en Achúcarro es admirable la forma en que se relaciona mecánicamente con el piano, como habitando entre teclas, en Treviño es llamativa la fluidez de su dirección y la admirable coherencia en la exposición de una obra compleja y laberíntica, llena de ecos y evocaciones, tanto un recordatorio como un presagio. La versión fue excelente. Lo cierto es que no siempre se escucha a una Sinfónica de Euskadi tan audaz en muchos sentidos, y al mismo tiempo tan sumisa a la visión de su maestro. Las cuerdas siempre encumbradas, el resto de la orquesta laboriosa y colaboradora, incluyendo algunos instrumentistas que desde luego no merecieron saludar tanto como otros. Hay trabajo para que la orquesta se redondee y maestro para lograrlo, siempre que la orquesta se deje enrolar para alcanzar tal compromiso. Creo sinceramente que esto no está escrito, pero si se logra la OSE desarrollará una temporada a subrayar. Europa por conquistar.