Giancarlo Guerrero. Foto: www.giancarlo-guerrero.com

 

Publicado en Mundoclasico el 13 de febrero de 2018

 

Bilbao, jueves, 1 de febrero de 2018. Euskalduna Jauregia. Shostakovich: Concierto para violín número 1 en la menor. Chaikovski: Sinfonía número 6 en si menor. Ning Feng, violín. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Director: Giancarlo Guerrero. Aforo: 2.164. Ocupación: 75%.

Giancarlo Guerrero volvía al podio de la Sinfónica de Bilbao tras ofrecer un gran concierto hace un par de años. En aquella ocasión dirigió la Sinfonía número 6 de Mahler y logró esa suerte de angélica elevación de la orquesta sobre sí misma que logran los muy buenos maestros con las buenas orquestas. En esta nueva visita el resultado no fue tan redondo como en aquella gran velada, sino que tuvo altibajos entre las dos partes del programa, mejor Shostakovich que Chaikovski, y también entre movimientos en la Sexta sinfonía.

Ning Feng es un violinista superdotado. Rinde un sonido amplio, terso, bello y preciso, capaz de sugerir fragilidad y contundencia. Guerrero transmite una gran seguridad y Shostakovich suena sereno y apegado a la tierra. El concierto avanza con la característica forma del compositor de provocar que las notas del violín se vayan abriendo paso, tenazmente, para dibujar su propio curso sonoro, como una quilla hendiendo un fluido. El diálogo entre Feng y la orquesta resulta, modelado por Guerrero, hipnótico, soberbio. Una excelente interpretación.

Chaikovski no estuvo en el mismo plano de excelencia, pero vaya por delante que los suaves dientes de sierra de una interpretación como la de Guerrero son bastante más interesantes y sugerentes que tantas patéticas servidas con pulcritud y exactitud. Guerrero es personalísimo, es fuerte y traslada a la partitura temperamento y tensión, y esa entrega sepulta -o al menos relativiza- imperfecciones como las escuchadas en el final de la sinfonía. El primer movimiento, aunque algo seco y segmentado, fue quizá el mejor de los cuatro, pero la orquesta respiraba con aplomo en el segundo y se arrebolaba con gallardía en el tercero, y en el Finale ya era una completa prolongación de Guerrero.

Quiso el maestro costarricense congelar sus manos en lo alto en el final de la sinfonía, en una propuesta más escénica que musical. Los segundos pasaban lentos y el silencio resultaba más impertinente que sugerente. Cuando tuvo a bien bajar las manos, los aplausos no fueron tan cálidos como merecía la buena interpretación escuchada; con todo, la velada volvía a situar a Guerrero en una excelente posición entre los maestros que visitan a la BOS. Como sucedió con la Trágica mahleriana, tras esta segunda visita a la orquesta se espera con ganas su próximo retorno.