Foto: www.euskalkultura.com

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La Korrika está en marcha en estos días. Probablemente sea, cada vez más, «la manifestación ciudadana más multitudinaria y plural de cuantas suceden en nuestro entorno». Así la definí hace 16 años en este artículo para El Correo y Diario Vasco que se publicó el día de inicio de aquella Korrika y que hoy rescato para el blog, tras recordarlo en una conversación con mi amigo Juan Carlos Murillo, gran conocedor del euskera en muchos sentidos.

A correr

Se arranca la Korrika, que es tanto como decir que encienden motores los propietarios de más de un millón de piernas que van a correr por parajes en los que, por encima de cualquier división administrativa o política, pasada, presente o futura, el euskera representa un valioso patrimonio común, en la medida en que cualquier lengua viva lo es de toda la humanidad, pero con la particularidad de sernos más próximo que el ruso. Como tal patrimonio, llena de gozo pensar que la Korrika, sin duda la manifestación ciudadana más multitudinaria y plural de cuantas suceden en nuestro entorno -en cualquier ámbito: no hay cita deportiva o manifestación política tan ampliamente participada en el País Vasco-, representa la libre manifestación de más de medio millón de ciudadanos que hacen del euskera una seña de identidad, una herramienta de comunicación que pugna por desarrollarse y normalizarse tras periodos, ciertamente aciagos, en los que su uso estuvo proscrito por el fascismo.

Personas de toda edad y condición corriendo en apoyo de un idioma constituyen un espectáculo hermoso, pues quiere el diseño de Korrika que las gentes se vayan incorporando a la carrera libremente, en cualquier punto de su larguísima trayectoria, en una manifestación de libertad –de elección y actuación- que aleja un poco la noche franquista del horizonte de este pueblo memorioso, demasiado volcado en el recuerdo de la afrenta y del dolor derivados de una historia cuyo cruel e injustificable peso ha padecido, sin duda y extensamente, el euskera. Y, como él, el pensamiento libre y cualquier forma de manifestación de la diferencia articulada en cualquier idioma: el fascismo castiga y denigra siempre lo plural, lo diferente, eso hace fascista al fascismo y eso lo hace execrable.

El euskera está hoy afortunadamente alejado de aquellos períodos, aunque es probable que la Korrika deba realizarse precisamente porque nada está lo suficientemente lejos -tampoco un idioma- de los traumas de la historia, como nada está suficientemente lejos –ni a salvo- de las interpretaciones políticas y de las circunstancias en que la realidad se desenvuelve, un día tras otro, constituyendo un siempre cambiante tiempo presente. La Korrika debe/debiera servir a poner de manifiesto que el euskera está más allá de discusión, matiz ideológico o posicionamiento político, incluso más allá del hecho circunstancial de hablarlo o no, máxime cuando su enseñanza y difusión no contaron –precisamente- entre los objetivos principales del sistema educativo franquista: la sociedad libre que hoy sale a correr si lo desea y porque así lo desea es la misma sociedad que antaño –casi ayer- estuvo atada e impedida de salir a la calle a expresarse: no ya en euskera, sino en euskera o castellano. Una sociedad que escuchó hasta la nausea que el euskera era inútil para expresar o divulgar la ciencia, reduciendo su ámbito a una suerte de espacio arcaico, como si se tratara de una excrecencia de la cultura rural y no sirviera para Internet o las ciudades. Día a día el euskera demuestra, empero, que es una lengua actual, capaz y perfectamente adaptada a las necesidades de una sociedad moderna que, inevitablemente, evoluciona y se hermosea.

Lo paradójico es que, al igual que el franquismo se empeñó en hacer del euskera una lengua propia de analfabetos, la misma sociedad que hoy corre libre –tal vez huyendo todavía, ¿por cuánto tiempo?, de aquél fascismo- recibe el impacto de una campaña que tilda de analfabetos a los que no hablan euskera: como si existiera interés en constreñir el euskera en una suerte de gueto invertido, gueto en el que hay que entrar, no gueto del que no se puede salir. Pues bien: ambas sensibilidades respecto al euskera coexisten, la que corre y la que constriñe, junto imagino a otras muchas, porque en torno al euskera vive una sociedad en la que caben tantas sensibilidades como personas, pero cuya definitiva, fértil e irreductible pluralidad no siempre es valorada ni admitida; en ocasiones, ni siquiera es perdonada. El euskera es manipulado, como ocurre al dialecto lombardo o al castellano, y a la práctica libre y respetuosa que reclama justificadamente su igual trato y esfuerzo colectivo se unen la heterodoxia o el absentismo, por un lado, y el integrismo, por otro. Y esto, en nuestra sociedad, no sucede exclusivamente en ese idioma, sino en un todo en el que se sumerge, natural e inevitablemente, ese idioma.

Korrika es la gran carrera que pone de relieve que no es posible poner diques a las voluntades, ni oportuno segregarlas. Manifestación popular profusa y bella, Korrika invita a unirse en torno a un bien de todos y lo hace estableciendo un modelo participativo que tiende a aglutinar esfuerzos y voluntades, en lugar de a segregarlas. Korrika, finalmente, evidencia que las soluciones nos aguardan ahí delante: hacia ahí hay que correr y diría, si no creyera o aceptara de antemano que suena un tanto estéril, que hacia ese horizonte se corre o no se corre, con independencia del idioma que se elija para correr. Siempre es mejor un pueblo plural que un pueblo fracturado. Esto, por sencillo que parezca, Franco el hombre ni atisbarlo, que para algo era facha y nunca le gustaron los pueblos que corren: correr, y él esto sí lo sabía, nos hace libres. Así pues, forza Korrika.

©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2012-2015– http://wp.me/Pn6PL-3p