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Una multitud aclama en las calles de Chicago a la Chicago Symphony, siendo director musical Georg Solti

La posible creación de una nueva orquesta sinfónica vasca, partiendo de dos entidades tan distintas en sus particularidades e intereses pero tan próximas como la Bilbao Orkestra Sinfonikoa y la Sinfónica de Euskadi, ha despertado cierta avalancha de declaraciones algo apresuradas. Es importante precisar algunas cosas. La primera, que al abordar este tema debe entenderse debidamente la palabra fusión, pues evoca un mundo empresarial y financiero vertiginoso y deshumanizado, pero aquí intervienen tiempos y sensibilidades muy distintos a los de la economía de mercado. La segunda, que no hablamos de fútbol, aunque el venerable Ramón Labayen parezca pensar que sí; usemos argumentos más elaborados que los cánticos de un partido de rivalidad regional. Por seguir con el fútbol, un club no puede declarar intransferible a un jugador que no le pertenece, y con cuyos gastos ni siquiera colabora, pero en esa dirección han ido algunas primeras reacciones en San Sebastián. Está por ver si el PSE mantendrá una posición unánime en este asunto, o por contra dirá una cosa en San Sebastián y otra en Bilbao, como un tronco sobre dos piernas pero con dos o más cabezas. Es de desear que mantenga una única postura. La reacción de Bildu en Donostia, también acantonada, tal vez expresa una apuesta por la música clásica, que seguro celebrarán en la donostiarra Quincena Musical: la Sinfónica de Bamberg se mantuvo en la programación de 2012 gracias a que corrió con los gastos de su propia visita. La Quincena nos recuerda que los recursos disponibles no son infinitos. Tampoco lo eran en 1940, cuando la Sinfónica de Bilbao inauguró la segunda edición de la cita donostiarra. La BOS llevaba dando conciertos 18 años, y faltaban otros 42 para que la Sinfónica de Euskadi se creara, por decreto, en 1982. Lo digo para que Labayen se palpe la ropa antes de denigrar a la orquesta hermana por defender la que siempre creyó suya. En el mundo de la música clásica reinan otras maneras, y también reinan problemas de otra altura. Ya llegará, si tiene que llegar, el momento de plantearse dónde establecer la sede de una nueva orquesta.

Como aficionado, si pudiera elegir preferiría asistir no a dos buenos ciclos sinfónicos, sino a uno excelente. Nuestras orquestas son buenas, pero ninguna de las dos está entre las orquestas europeas de primera línea. Mena se fue de Bilbao hace unos años buscando mas proyección, Orozco Estrada abandonaba la Sinfónica de Euskadi recientemente, antes del término de su contrato, y la noticia de su nombramiento al frente de la Sinfónica de Houston en el conocido blog de Norman Lebrecht ni siquiera mencionaba su paso por la Sinfónica de Euskadi. No podemos hablar de una orquesta vasca mejor que otra (pues vascas son las dos, claro; y, ¿en qué repertorio y temporada es una mejor que otra?), sino de dos orquestas de una calidad templada, sin estridencias ni apoteosis. Pasar a la altura de las orquestas de nivel internacional es inviable con los recursos económicos de ambas formaciones por separado, pero el salto es factible si los recursos se suman. Con dinero se lleva de gira a una orquesta a divulgar la marca de un país; sólo con recursos se accede a contratar a los mejores solistas, y a directores capaces de impulsar realmente una orquesta. Si el objetivo es que una formación de alto nivel sea viable en Euskadi, el paso previo es que nuestras dos orquestas aporten lo mejor de si mismas para producir una nueva y mejor, que preserve como un tesoro ambas herencias, la más antigua y la más nueva, la de la Orquesta que nació desde los ciudadanos y la que se creó décadas más tarde para los ciudadanos. Las dos son hermosas, las dos son fértiles: repugna a la inteligencia que se menosprecie a una de las dos en la pretensión de defender a la otra. Y asombra que algunas voces sólo se hayan referido a la teórica e inamovible permanencia de la nueva e hipotética agrupación en Donostia: se olvidan de la orquesta para reclamar la orquesta.

Pero en el siglo XXI, las sinfónicas no pertenecen a sus teatros o ciudades sede. Actúan ante un auditorio virtualmente ilimitado, como ejemplifica el Digital Concert Hall de la Filarmónica de Berlín, que convierte en público objetivo a cualquier ciudadano del mundo. Las orquestas no pueden entenderse como cuando se creaban y mantenían para disfrute de un arzobispo en su palacio, ni como cuando fueron encerradas en el espacio teatral para solaz de una burguesía ilustrada, sino que hoy son instrumentos productores de un tipo específico de música, la clásica, que debe competir con otras artes y otras músicas para captar recursos públicos y privados con los que seguir creciendo. Este cambio de marco en la actividad de las orquestas, en Euskadi o en cualquier parte del mundo, es la clave para evaluar la oportunidad de sumar fuerzas y recursos.

La verdadera fusión que hay que producir es la que una con fuerza a la música clásica con la sociedad, ayudando a los grandes coros vascos a desenvolverse con más medios (una joya como el Orfeón Donostiarra, ¿no necesita más recursos con los que pugnar en la arena de los grandes coros internacionales?), dotando a la prestigiosa Quincena Musical (también donostiarra) con más medios y apoyos, mejorando el funcionamiento de los conservatorios (el Superior también ubicado en Donostia), poniendo a disposición de la ópera de Bilbao un mejor foso orquestal y mejor calidad en su Coro, tejiendo una verdadera red educativa en nuestros territorios o, cómo no, haciendo que la EGO, Joven Orquesta de Euskal Herria, disponga de mas medios. Si alguien quiere saber a dónde conduce la actual dispersión del esfuerzo, probablemente le ayude conocer que actualmente la EGO se reúne en Miramón, Donostia, dos veces al año: encuentro de verano, encuentro de invierno.

Naturalmente, también sería un atropello que se desecharan las raíces que las dos sinfónicas vascas han echado en sus entornos. Recordemos que Bilbao es raíz para ambas, pues disfruta de conciertos de las dos formaciones, y asume desde Bizkaia su financiación, en una de forma solitaria (Diputación de Bizkaia y Ayuntamiento de Bilbao), en la otra mayoritaria, a través de los impuestos de sus habitantes. Los ciudadanos debemos exigir a las instituciones implicadas (que no son las mismas que las aludidas, por cierto) una acción decidida y eficaz en el ámbito de la música clásica, pero también de otras artes. En un contexto de crisis y recortes, Euskadi puede apostar por un sector que demanda recursos, pero genera riquezas, germinando una ventaja competitiva frente a otros espacios culturales y políticos en los que no se racionaliza para crecer y mejorar, sino que se recorta para ahorrar. Así se construye país, y yo quiero tener una gran orquesta en un gran país. En este mismo contexto, los ciudadanos debemos vigilar para que los derechos de músicos y personal administrativo de las orquestas se respeten como los de cualquier ciudadano trabajador. Desde el entorno de la BOS ya se ha asumido ese insoslayable compromiso.

 

Artículo publicado en Deia, 4 de febrero de 2013 

http://www.deia.com/2013/02/04/ocio-y-cultura/cultura/una-nueva-orquesta-para-euskadi

©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2013 – http://wp.me/Pn6PL-3p