Johannes Martin Kränzle. Foto: © Christian Palm

Publicado en Mundoclasico el 16 de mayo de 2017

 

Bilbao, viernes, 4 de mayo de 2018. Euskalduna Jauregia. Wagner: Preludio de Los maestros cantores de Nüremberg. Gustav Mahler: Selección de Des Knaben Wunderhorn. Wagner: Selección del Acto III de Parsifal. Johannes Martin Kränzle, barítono. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Director: Erik Nielsen. Aforo: 2.164. Ocupación: 75%.
La BOS, Nielsen y Kränzle: tres elementos condenados a complementarse a un alto nivel para salir airosos de un programa bello y muy exigente, definido por la propia Orquesta en el programa de mano como “una de las grandes citas de la temporada”. A ver, por aclarar: para decir eso ya estamos los demás, parece lógico que desde la propia orquesta se proclame que todas las citas de la temporada son grandes. Y en todo caso cuando los aficionados y aficionadas podemos deleitarnos con la lectura del programa es porque ya estamos dentro del auditorio, a punto de saber si la cita es realmente grande o de comprobar si escuchar a Johannes Martin Kränzle como Amfortas es un privilegio, otra afirmación extemporánea en el mismo programa.
Ninguno de los dos extremos afirmados se cumplió plenamente. Fue un concierto interesantísimo, desde luego, pero no grande ni redondo, y Kränzle no fue un gran Amfortas, pero sí en cambio un gran liederista. El barítono brilló donde el maestro no, con las canciones del Wunderhorn, y con la selección del Acto III de Parsifal que hizo Nielsen lució el propio maestro, pero no tanto Kränzle, pese a cantar realmente bien. Y en ambos terrenos la orquesta demostró calidad, aunque con un grado distinto de seguridad y convicción.
Había abierto la noche el Preludio de Los maestros. Nielsen es un maestro muy interesado en imponer su propia visión del sonido de la orquesta, que no coincide con la forma en que la tradición ha expresado este Preludio. Nielsen prioriza la claridad y el orden sobre la expresión y la energía, es comedido, domeña el sonido, pero está en su perfecto derecho y el Preludio sonó irreprochable, aunque algo desaturado. Después fue el turno de Mahler, con cinco canciones preciosas y muy bien elegidas del ciclo del Wunderhorn. Kränzle supo cantarlas con muchísima clase, transmitiendo su ambivalencia, su poderosa y acentuada capacidad de alumbrar a la vez ingenuidad y resabios, polvo y brillo, luz y tiniebla, desolación y esperanza. Creo que estos mundos no se adecúan a Erik Nielsen, que ofreció de nuevo orden y claridad, pero sin mancharse ni despeinarse, sin hincarse en el terreno de estas canciones tan de tierra como sí hizo Kränzle, muy poderoso y lleno de intención. Realmente buena esta primera prestación del barítono, aparentemente poco involucrado el maestro y la orquesta muy bien, pero sonando algo aminorada, como sintiéndose constreñida. Por otro lado, los textos de estas canciones son esenciales para comprenderlas y disfrutarlas, y no se entiende que estas obras no se rotulen para que el público pueda entenderlas. Ya sucedió en esta misma temporada en las Siete canciones de juventud de Berg. El auditorio posee el sistema necesario, por cierto empleado por la Sinfónica de Euskadi apenas dos días antes. A ver si esta carencia se puede subsanar en posteriores citas.
Bastaron los compases iniciales del Acto III de Parsifal para que se percibiera que el concierto había cambiado completamente. Nielsen estaba plenamente entregado, en ese mundo operístico centroeuropeo en el que se siente tan cómodo y en el que ciertamente despunta; la orquesta tocaba con ese sugestivo punto de narcisismo y recreo de quien está sintiéndose artista, de quien está gustándose, con las cuerdas en su mejor versión. Wagner y la BOS se avienen, no hay duda, y todo sonaba convincente, hermoso, evolucionando hacia el profundo, denso y fugaz interior de esta genialidad wagneriana. Era la Sinfónica de Bilbao en su dimensión más admirable, una orquesta capaz de prestaciones realmente altas. Y llegó Amfortas paseándose por el escenario, un Amfortas con un canto muy bello pero un tanto liviano, sin profundidad ni tormento, como desprovisto de pasado; un Amfortas con clase, sí, pero recién duchado; y se fue por donde había venido, por mor de esa moda de sustituir la silla junto al maestro y la expresión circunspecta por un sigiloso paseíllo. ¿Qué dejó Kränzle en su breve paso por el hermoso rol wagneriano? Una prestación suficiente, pero no arrebatadora, de modo que no amenazó el protagonismo que tuvieron en este Acto III la orquesta y su maestro. Si este equilibrio entraba en los cálculos de Erik Nielsen no lo se, francamente, pues no se traslucía, pero es posible que deseara precisamente ese tipo de voz.