© Enrique Moreno Esquibel

 

Publicado en Mundoclasico el 27 de abril de 2018

Bilbao, 14 de abril de 2918. Teatro Arriaga. Escenificación de La Pasión según San Juan, BWV 245, de Johann Sebastian Bach. Evangelista: Joshua Ellicott; soprano: Berit Norbakken Solset; alto: Carlos Mena; tenor: Robert Murray; Pilatos/bajo: Jonathan McGovern; Jesús: James Newby; Erik Nielsen, director musical; Calixto Bieito, director de escena; Bettina Auer, dramaturgia; Aída Leonor Guardia, escenografía; Ingo Krügler, diseñador de vestuario; Michael Bauer, iluminador; Lucía Astigarraga y Barbora Horáková Joly, ayudantes de dirección de escena; Verena Mayr, ayudante de iluminación; Paula Klein, asistente figurinista. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Coro de Ópera de Bilbao. Husan Park, maestra repetidora. Nueva producción del Teatro Arriaga en coproducción con Théâtre du Châtelet, de París. Aforo: 1200. Ocupación: lleno. 

Quizá el mejor elogio dispensable a esta espléndida escenificación de La Pasión según San Juan es que enaltece y probablemente democratiza en términos casi didácticos la inmensa belleza de los textos evangélicos y la música de Bach. Hay en ella un gran respeto, diríase reverencial, hacia la inexpugnable grandeza del BWV 245, un espacio en el parece que el teatro de Bieito no aspira a penetrar, pero hacia el que tiende puentes con inteligencia y sobriedad: una escena única y neutra, un excelente trabajo actoral y algunos recursos simples pero bien sustanciados: un cartel, mímica y cuerdas, entre ellos. Nada perturba la percepción del trabajo de Bach, sino que resulta subrayado; la escena resulta ser un instrumento más, complejo y coral, en la narración de un drama colosal, visceral, hondamente humano y, al tiempo, cuajado de implicaciones metafísicos absolutamente imbricadas en la cultura occidental.

Al mismo tiempo todo es teatro, mires donde mires y cuando quiera que mires, pues siempre hay trabajo en la escena, y el espacio se desborda; y si se medita se entiende que hay excelencia en Bieito desde el momento en que su trabajo ni daña ni palidece junto a la Pasión de Bach: junto a, no a su sombra. Que en los extremos inicial y postrero de la escenificación aparezcan respectivamente un cartel cuya virtualidad se me escapa (¿dónde está Dios?, se lee, como si tal pregunta fuera necesaria para prologar el enfoque aportado por Bieito a la elevada literatura de Juan) y un águila sobre el antebrazo del Evangelista, ¿simbolizando quizá su obvia altura teológica, como manda la tradición?, tal vez evidencia un interés probablemente prescindible en poner marco a las preguntas inagotables y desbordantes que el espectador recibe, permanentemente, a lo largo de la representación. Estas preguntas se transmitieron con facilidad y encomiable eficacia, proponiendo la Pasión como un drama principalmente humano: era quizá la Pasión del hijo de Dios, pero era sin duda una pasión física, cercana y de sangre y sudor y tendones quebrados, una historia de poder y política entre personas en la que trata de abrirse camino e imponerse la esperanza. Fantástico Bieito.

El Coro de Ópera de Bilbao brilló. Evidentes sus tablas, sus muchas idas y venidas en escena, y por tanto idóneo para cantar coralmente desde las más diversas. alejadas y cambiantes ubicaciones. Vocalmente fueron, quizá, lo mejor de la noche, proclamándose con gesto orgulloso desde su primera intervención, ese poderorísimo Herr, unser Herrscher que arrasó el teatro como un vendaval, estableciendo para quien no la conociera que la Pasión según San Juan es un prodigio cultural y una cumbre artística y musical imponente. Porque, y eso es también una gozosa derivada del trabajo de Bieito, mucha gente presente en el teatro no la conocía. Debió maravillarles.

El director titular de la Sinfónica de Bilbao, Erik Nielsen, demostró que es un maestro profundamente cercano al mundo del teatro. Impecable su trabajo, en el centro geométrico del escenario, de espaldas a buena parte de la acción, y al mismo tiempo sosteniéndola y dirigiéndola, porque Nielsen entiende bien el movimiento. La orquesta, por su parte, se mostró plenamente comprometida y también se sumó al plano de excelencia global, con unas maderas apabullantes, bravísimas. En cuanto al elenco, sobresalió Joshua Ellicott dando un Evangelista fantástico, poseedor como anunciaba el Teatro Arriaga de maravillosa musicalidad y prosodia. Muy buen actor, cabría añadir. Todos lo fueron, sin excepción, siendo la suma de sus voces y sus actuaciones ciertamente notable. Excelente Robert Murray, la soprano Berit Norbakken Solset y Jonathan McGovern un poco por debajo del resto en cuanto a voz, no así en cuanto a interpretación, y James Newby aportando en escena su presencia y una voz simple y suficiente. Carlos Mena merece mención aparte, y no por ser de la casa, sino por su inteligentísimo canto y por su actuación abrumadora, brutal.