Leyendo artículos sobre los asesinatos de París del día 7 de enero y posteriores, he recordado que la risa y la sátira no disgustan sólo a los integristas musulmanes.

Por cierto, ¿por qué llamarlas religiones si las enemigas de la libertad son las teocracias?

(Publicado en 2008 en El Correo)

 

Ilustración original de José Ibarrola

Ilustración original de José Ibarrola para el artículo

 

Se emite actualmente en las televisiones el anuncio de una cámara fotográfica digital que detecta las sonrisas y se dispara cuando las reconoce. Hasta ahora, era mérito del fotógrafo captar el instante preciso en que surge el pequeño milagro muscular de la sonrisa, pero ahora es la cámara la que se encarga de hacerlo. La cámara, todo un friki tecnológico, expresa un rasgo de nuestra época: la aparente simbiosis entre tecnología y felicidad. Cabe preguntarse si algún día distinguirá la sonrisa natural de la forzada, la sincera de la aviesa y así hasta agotar el sinfín de modalidades, proponiendo al propietario qué tipo de sonrisa desea en el rostro de los retratados. Si ya de por sí es una convención social que haya que sonreír ante una cámara, cuando en realidad podemos estar sufriendo una indisposición, o no soportamos al desconocido que nos echa el brazo por los hombros (¿a qué esa camaradería impostada, si apenas nos conocemos?), o comprendemos el dudoso patrimonio colectivo que representa el ‘chiki-chiki’ gracias a la vocalización de la palabra ‘¿patata!’, y todos a exhibir las piezas, lo que faltaba es que un chip capture el momento en que las sonrisas son reconocidas de puro estereotipadas. Todos ‘barbies’, y la felicidad estableciéndose como un luminoso objeto de deseo, servida por una tecnología que tiende a encontrar la sonrisa, eliminar los puntos negros, rasurar la barba y subrayar el color del iris con un solo disparo y unos cuantos megas de espacio en disco duro. Un puente firme y seguro hacia un mundo feliz.

Si después elegimos la imagen que más nos complace (no ya el retrato, que no existe, sino la imagen) y la colgamos en la red, es posible que otros la vean. Recientemente aparecía en las páginas de un diario un reportaje sobre las formas más absurdas de hacer dinero con Internet. Colgarse en la Red es de por sí absurdo, cabría objetar, pero satisface la patología exhibicionista de muchos ciudadanos de pleno derecho rechazados en el primer cásting de cualquier programa. Y miles y miles de imágenes y vídeos transmiten sonrisas a alta velocidad, en un proceso por el cual los protagonistas de la página o del contenido más visto en Internet son igual de anónimos -de puro efímeros- que aquéllos que no la utilizan como red social: la masificación nos hace libres. Si Chiquilicuatre viaja a Belgrado no es porque el intransigente complejo colectivo del ridículo se haya superado, sino porque lo ridículo ha dejado de existir como tabú para establecerse como salvoconducto, lo cual no disminuye en modo alguno el potencial intransigente de la sociedad: al fin y al cabo, lo estrafalario siempre se tolera, mientras que lo peligrosamente próximo pero distinto nos aterroriza. De esta manera, se establece un cierto consenso universal y sistémico por el cual la felicidad, las sonrisas y los exhibicionismos de todo tipo son adecuadamente inocuos y deseables. La ciudadanía que sonríe unida permanece unida. Los sistemas totalitarios tendieron siempre a mitificar la sonrisa. En su mayoría, los retratos de Stalin dispuestos en el Kremlin en las grandes ocasiones, como los de Mao Zedong en Pekín o los de Hitler en la profusa cartelería nazi, mostraban a estos dirigentes de infausta memoria con la mejor de las sonrisas. El efecto propagandístico de sus verdaderos semblantes habría ido en menoscabo de la estabilidad de sus regímenes, sin duda, y no hay que ser un genio de la infamia como Goebbels para entenderlo.

Pero las alborozadas tecnologías de propagación y divulgación de la felicidad pueden ser revoltosas y esconder contenidos potencialmente subversivos, y es entonces cuando los regímenes de presidente dentífrico temen y traman. La principal empresa de la economía internacional actual, Google, negoció la censura de su buscador con el Gobierno chino (es tan llamativo el clamor que rodea el recorrido de la antorcha olímpica como el silencio sobre el buscador connivente). En la Polonia integrista de los hermanos Kaczynski, un ‘teletubbie’ suscitó dudas por su presunta homosexualidad (!). Recientemente, el chavismo venezolano ha decidido prohibir ‘Los Simpson’ y sustituirla por ‘Los vigilantes de la playa’, de forma que la célebre y anómala familia de Springfield deja paso (forzosamente) a chicos y muchachas californianas que no dejan de sonreír ni a la vista de un ahogado. Al parecer, Chávez prefiere una juventud venezolana inclinada al voyeurismo antes que a la irreverencia. Sugiero que regale a cada familia que sintonice ‘Los vigilantes ‘ un modelo evolucionado de la cámara antes citada: una que funcione sólo si todo el mundo sonríe, aparentando que no existen alrededor ni la penuria, ni la violencia, ni el menoscabo de las libertades. No otra puede ser la ambición de las dictaduras: sonrisas sí, pero nada de risa.

 

©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2008-2015– http://wp.me/Pn6PL-3p