San Sebastián, 22 de agosto de 2018. 79ª Quincena Musical. Auditorio Kursaal. Mahler: Adagio de la Sinfonía nº 10. Mahler: Lied des Verfolgten im Turm, Wer hat dies Liedlein erdacht, Rheinlegendchen, Wo die schönen Trompeten blasen, Revelge, Der Tambourgesell y Urlicht, de Des Knaben Wunderhorn. Brahms: Sinfonía número 2.   Christian Gerhaher, barítono. NDR Elbphilharmonie Orchester. Krzystof Urbanski, director. Aforo: 1806. Ocupación: 85%.

Todo es fluido en la dirección de Urbanski, un maestro joven enfocado a evidenciar cuánto de bello hay en las obras escogidas para un programa bello, que comienza por Mahler, sigue con Mahler y termina con la Segunda de Brahms, tan delicada y evanescente. En todo el programa hay eros en abundancia, pero no hay pathos. Urbanski, pura delicadeza, de gesto quedo y preciso y tintes moderadamente coreográficos, parece empeñado en sentir y acariciar el sonido, más domeñándolo que suscitándolo.

Esa forma precisa y frágil de dirigir encuentra eco en una orquesta alemana buena, con secciones de mucha calidad, pero ¿puede sorprender a alguien que así sea? Lo normal ahora mismo es que las maderas sean muy buenas en casi todas las orquestas, lo mismo que el resto de las secciones. La Elbphilharmonie no es la excepción y tampoco sobresale. Deja en el aire la sensación de estar por encima del rendimiento ofrecido, especialmente en la segunda parte del programa.

Que el Adagio de la Décima abra un programa, siendo como es tan epigonal, no deja de chocar un tanto. Hermoso y audaz, implica un prólogo de notable densidad dramática y se constituye en lo mejor de la noche desde la perspectiva orquestal, con un sonido claro y muy homogéneo. Urbanski lo conduce como quien conduce un Audi mientras reflexiona lo mucho que le gusta conducir, parece sentado en una mecedora. La misma forma de dirigir afecta, sin aparente diferencia, a un material tan distinto como la Segunda de Brahms: hay ejecución, pero no versión, y ello pese a que Urbanski parece un maestro a tener en cuenta, porque alcanza buenas cotas. Diría que estamos ante una dirección de aliento, pero inmadura.

Las canciones de Mahler son exigentes para cada instrumentista y fueron saldadas con nota, aunque una vez más en versiones sin doblez, sin intención, pulcramente enmarcadas. Sucede que en este caso enmarcaban a un gran liederista, Gerhaher, y la suma fue adecuada para que las canciones se escucharan magníficamente, aunque el excelente barítono terminó el recorrido casi biográfico tejido por las canciones seleccionadas mejor que lo que comenzó, culminando con un Der Tambourgesell y sobre todo un Urlicht de descubrirse, claro que esta última canción cuenta a su favor con que es conocidilla a través de la Sinfonía número 2, y parece que gusta más lo que se reconoce, quizá porque afirma.

Pero todas las canciones se cantaron y se contaron de un modo mágico, con una dicción y una clase deslumbrantes. Las canciones de Des Knaben son un buen mapa para entrar en rincones musicales de Mahler ciertamente recurrentes, muy propios de su estilo, con las maderas definiendo su estilema. Al escucharlas así, tan bien cantadas, eran un prodigio de añoranza y embelesamiento, y Gerhaher trabajaba con la clase de los artistas capaces de explotarlas precisamente porque tienen la calidad necesaria para ponerse a su servicio. Magnífico cantante.