Mai con Pablo Foto: Kris

Mai con Pablo
Foto: Kris

 

Mai es hermosa, muy grande y hermosa; y se sabe un centro y una exaltación: centro de miradas atraídas por su evidente potencia icónica, como surgida de un cuento, como si ella fuera la encarnación de lo que los niños sueñan que es un perro: enorme, mullido y plenamente confiable; exaltación porque expresa la grandeza de sentimientos que sólo los perros, felizmente ajenos al raciocinio humano, siembran y derrochan a su alrededor: amor y entrega sin cálculo, sin contraprestación, sin interés, sin ninguno de esos vocablos que pudieran ser jerga bancaria y que con tan penosa frecuencia definen los tratos entre humanos.

Empapada en lluvia o alfombrada de hojas otoñales, en cada estación y bajo toda circunstancia, Mai pasea su corpachón y su bondad por las rutas y rutinas de su parque. Sin posibles paréntesis, sin treguas: cada día, llueva mucho o llueva poco, estén el suelo reseco o las hierbas altas, Mai camina con Pablo, su responsable y cuidador. Ella pasea paciente, observando cómo su amigo, del que ella ha tomado plena posesión, teclea frenéticamente en su teléfono mientras trama e imagina y se sonríe, y -zas- en el último momento logra esquivar esa acera, ese banco o ese tronco artero que siempre parecen haber cambiado de lugar, emboscándole. Los humanos precisan de la protección y la paciencia de seres portentosos como Mai: para ella los bancos no cambian de sitio, ni los árboles se mudan en las tardes ventosas, pues el mundo es simple y plenamente arraigado. Pero él es tan frágil y abstraído, y sabe tan poco del atlas de olores en el que ella vive su obstinado y firme deambular, que hay que cuidarle: Mai sabe quién ha caminado por el parque minutos antes, y con qué boca y dientes e intenciones, y mientras tanto él parece mirar todo pero no siempre está ahí, donde debiera, atento a cada sombra y a cada olor. A veces él tararea sinfonías, anticipa tareas, sueña mejoras, rebobina alegrías. Entonces, cuando Pablo se ensueña, Mai le cuida y le llama y le reclama y le atenaza al suelo, y él la acaricia, y ese contacto entre la piel y el pelo es una de las verdades más hermosas y dulces del día a día de ambos. Son cómplices. Y la complicidad es un estado carente de fronteras, potencialmente infinito. Por eso es tan fértil, y es nacimiento y afluente de tantas cosas.

Mai sabe también que a veces las caricias de Pablo son más firmes, y sus pasos más largos y confiados que de costumbre; o por contra sus pasos son más cansinos y urgidos, y sus caricias más nerviosas. Él cambia, gira y avanza, y tropieza y se levanta, y ese es su humano empeño. Ella está ahí atenta y firme, en su animal e imperial simpleza: sin inquirirle, sin cuestionarle, convertida en un remanso peludo, infinito y suave, esponja de sudores y estepa de lanas por desenmarañar, no sin arduo trabajo; grande y simple, dulce y paciente.

Cuántas cosas hermosas en tan largos paseos. Qué dulce ancla.

 

A Pablo y Kris.