Cartel anunciador. Autor: Manu Muniategiandikoetxea

Publicado en Mundoclasico el 12 de junio de 2017
Sitúense en Bilbao, mirando hacia el norte. Giren su rostro hacia la izquierda y ahí está Santander, con su Festival Internacional. Giren a la derecha y ahí está San Sebastián, con su Quincena Musical. Ambas son localidades preciosas. Tiren una moneda al aire para decidir si prefieren escuchar la parte principal de ambas programaciones en un lugar o en otro, porque Santander y Donostia funcionan como un espejo. Comparten tantas cosas que hay que cuestionarse sobre sus respectivas personalidades como oferta musical, aunque Quincena parezca imponer un programa algo más ambicioso y extenso.
Quincena Musical da la sensación de estar permanentemente a la búsqueda de un modelo. El año pasado se invocaba a la Budapest Festival Orchestra como orquesta residente, este año ni está la BFO ni se habla de orquesta residente; tampoco quedó claro a qué se refería esa denominación. Parece, sí, que se persevera en imprimir cierto tono sinfónico-coral a la programación, capitalizando la categoría de algunas formaciones locales (el Donostiarra, con la Filarmónica de Luxemburgo y Gustavo Gimeno, haciendo el Requiem de Verdi; la Coral Andra Mari, con la Sinfónica de Euskadi y el maestro Paul Goodwin haciendo la misa Nelson, de Haydn) y presentando una vez más al Balthasar Neumann Chor & Ensemble con Thomas Hengelbrock haciendo esta vez la Misa en do mayor de Beethoven y el Stabat Mater de Schubert. El Donostiarra estará también junto a la BBC Philharmonic y el maestro Juanjo Mena interpretando Fidelio en versión concierto, con el enorme Stuart Skelton haciendo Florestan. Esta cita, compartida con los Proms londinenses, es a priori una de las más sobresalientes de la edición. 
Más allá de las simetrías con Santander, hay que destacar que las orquestas sinfónicas que llegan a Quincena son novedosas. Además de la BBC Philharmonic y la Filarmónica de Luxemburgo se anuncian Asian Youth Orchestra con James Judd y Vadim Repin haciendo el número 1 de Shostakovich y la Titán de Mahler; y la Sinfónica de Cincinnati, con su titular Louis Langrée en dos programas en días sucesivos. Más allá del interés que siempre tiene escuchar a una formación norteamericana, los dos programas que presentan los músicos de Ohio son interesantes, aunando obras menos frecuentes con otras archiconocidas. En el primero la suite de On the Waterfront y la notable Lincoln Portrait de Copland, junto a la Sinfonía número 5 de Chaikovski; en el segundo Short Ride in a Fast Machine de Adams con el Concierto de Bruch (Renaud Capuçon) y la Número 9 de Dvorak, la última obra en sonar en esta edición -confiemos en que no sea un presagio-. 
Otras propuestas destacadas son Yuya Wang y Leonidas Kavakos con un programa Janaceck, Schubert, Debussy y Beethoven; Steven Isserlis, deslumbrante en 2016, quien regresa para tocar Bach, Mendelssohn, Schumann, Debussy y Thomas Adès y el ballet Carmen, con la compañía de Víctor Ullate. Quincena ofrece más cosas, seguro que muchas de ellas reseñables, pero sobresale un sólido ciclo de órgano, con Esteban Elizondo (en la Basílica de Loyola con música de Guridi), Hans Ole Thers, Pier Damiano Peretti o Thomas Ospital con Yoann Tardivel a cuatro manos, entre otros. 
 
Una última reflexión relativa a la personalidad de Quincena. Si el año pasado la presencia en la programación de compositores vascos en el Kursaal se redujo prácticamente a meter con calzador el Aita Gurea de Madina y el Gernika de Sorozabal en el último programa del Kursaal, ni más ni menos que tras el Te Deum de Berlioz (de ahí la alusión al calzador), este año tanto da que el grueso de la programación del festival se desarrolle en San Sebastián como en Santander, Niza o San Remo. No seré quien defienda per se la presencia de compositores vascos en una programación cultural amparada por las instituciones vascas, pero sí creo reseñable su completa ausencia. De la misma manera, no se puede decir que Quincena mire en exceso hacia la música contemporánea. Así, entre espejos y ausencias, se escribirá un año más una Quincena Musical que probablemente precisa, sin dilación, una redefinición en su oferta y una visión más comprometida con su entorno cultural y social.