Bilbao, sábado, 21 de enero de 2023. Palacio Euskalduna. W. A. Mozart: Così fan tutte. Libreto de Lorenzo da Ponte. Marta Eguilior, dirección de escena y escenografía. Iván Puñal, vídeo proyecciones. Betitxe Saitua, vestuario. David Alcorta y Marta Eguilior, iluminación. Roberta Pasquinucci, asistente dirección de escena. Producción de ABAO Bilbao Opera. Vanessa Goikoetxea, Fiordiligi. Serena Malfi, Dorabella. Xabier Anduaga, Fernando. David Menéndez, Guglielmo. Pietro Spagnoli, Don Alfonso. Itziar de Unda, Despina. Rubén Jiménez Rosco, actor. Coro de Ópera de Bilbao (Boris Dujin, director). Euskadiko Orkestra. Óliver Díaz, dirección musical. Aforo: 2.164 personas. Ocupación: unos tres cuartos de entrada. 71ª Temporada de ABAO Bilbao Opera.

Foto: @Enrique Moreno Esquibel / ABAO Bilbao Opera

Hay muchos aspectos que destacar -y no pocos que aplaudir y agradecer- en esta interesantísima producción de Così fan tutte estrenada en Bilbao. Sin ser un Così memorable, sí ha sido un Così de los que se recuerdan: un buen elenco, una buena orquesta -dirigida de forma no siempre resolutiva y abierta por Oliver Díaz- y una propuesta escénica de enjundia, muy elaborada, audaz y desde luego gobernada por una personalidad teatral de primera magnitud. 

Que Lorenzo da Ponte y Mozart fueran dos genialidades concurrentes en esta ópera no invalida, sino que abre la oportunidad de buscar un acercamiento renovado a una trama que de por sí es ligera y poco enjundiosa, una especie de Isla de las tentaciones dieciochesca que Marta Egilior ha querido reelaborar para trasladarla conceptualmente al siglo XXI, sin traicionar ni alterar sustancialmente la claridad y simpleza conceptual originales del enredo. 

Gestos tan directos como titular el comienzo del acto segundo Così fan tutti, decisión que algunas personas han interpretado como un gazapo en la realización del vídeo -e incluso así lo han plasmado por escrito-, introducir toda la trama en una atmósfera de encantamiento mediante la conversión de don Alfonso en un mago de feria o la proyección de créditos como en una telenovela, evidencian una reflexión de fondo. 

Pero es la presencia en la escena del ayudante del mago don Alfonso, interpretado magníficamente por Rubén Jiménez Rosco, lo que inyecta teatro y de mucha calidad en esta producción, porque el pequeño feriante recuerda permanentemente que Così fan tutte es, sobre todo, una gran ficción, una farsa, un espectáculo teatral al servicio de una gran música y de un libreto que, visto en perspectiva, es magnífico al modo de un viejo y noble brandy. 

Que las vivencias de los personajes protagonistas tienen que ver con la estrategia y el juego queda meridianamente claro en la presencia del ajedrez; que son los sentidos los interpelados queda expresado en la presencia de los bosques, de la naturaleza. Estas soluciones, aparentemente simples cuando se leen, son en el teatro la respuesta a cuestiones obviamente complejas, y hablan de un trabajo profundo de Marta Egilior en torno a la obra de Mozart, obra que se erige no tanto sobre la veleidad como sobre la vulnerabilidad. 

Todo esto es más de lo que a menudo puede decirse de la labor de un director de escena, porque busca y crea más allá de la ortodoxia, incluso de una ortodoxia de gran nivel como la que pudo disfrutarse en el Così de Michael Haneke en el Real hace unos años. Es importante innovar, como hacían Mozart y da Ponte, y también es necesario interiorizar la importancia de los cambios acometidos: Rubén Jiménez Rosco, sobre quien órbita gran parte del juego de la representación, quizá no debiera figurar fuera de la ficha artística de los créditos del programa sólo porque no canta. 

La iluminación de esta producción es viva y saturada y resalta muchísimo los exuberantes y sensuales colores, una visita al technicolor que funciona a la perfección. Lo mismo puede decirse del vestuario, que sitúa la acción un siglo atrás. Vistas las dificultades de Xabier Anduaga para transmitir comicidad, es probable -y es malicioso pensarlo- que se decidiera durante los ensayos unirlo a modo de siameses con David Menéndez, que tiene vis para él, su compañero y una tropa completa. En todo esto, en fin, la dirección de Marta Egilior ha sido inteligente, porque en todo momento ha facilitado el desempeño teatral del elenco y además ha propiciado que todas y todos canten donde tienen que cantar Mozart en un teatro como el Euskalduna, que en realidad no es un teatro. 

Esto ha sido fundamental para que la ópera se escuchara debidamente, incluso teniendo en el foso una orquesta con un quizá excesivo aparato. Hay que reseñar también que el Coro de Ópera de Bilbao no sale a escena, algo bastante comprensible dado que probablemente hubiera producido una relación incómoda con los criterios escénicos de Marta Egilior, entre ellos una gran mano masculina surgiendo del suelo: un quizá del deseo y el tacto al poder abrirse, pero también una amenaza, al poder cerrarse. Quizá ellas se comporten así, pero ellos son así. 

A esta propuesta teatral tan interesante hay que sumar la buena participación de todos los y las intervinientes. Itziar de Unda resultó una Despina de gran arrojo y mordiente, llena de intención cómica. De Unda, que ha cantado -entre otros- no pocos papeles mozartianos en ABAO en los últimos años, actuó y cantó muy bien y supo encandilar al público. El don Alfonso de Pietro Spagnoli fue excelente por la suma de una voz suficiente y unas extraordinarias capacidades teatrales, que ya había lucido en Bilbao, recientemente, como Prosdocimo en Il turco in Italia. Máxima complicidad con Despina. 

El coro, siempre tras bambalinas, con su habitual calidad. La sólida Euskadiko Orkestra siempre fiel a los dictados de Oliver Díaz, que ofreció un Mozart muy controlado y aseado, más enfocado a mostrar sus prodigios melódicos que su ritmo vivaz, mundano y liberador -siendo ambas vías compatibles, dicho sea de paso-. 

Me gustó mucho el Guglielmo de David Menéndez. No hizo una exhibición de elegancia mozartiana, un concepto que puede ver mermado su hipotético alcance si por ejemplo lo usa alguien que elige fatal sus corbatas, sino que cantó al servicio de su personaje, disfrutando, conduciendo entre la malicia y el pasmo: excelente actor y cómico, con una mirada traviesa y poderosa, abierta al lío. 

El Fernando de Xabier Anduaga puede definirse invirtiendo los términos: un canto extraordinario, muy bello y cuidado, pero un actor con claras limitaciones. Cantó maravillosamente sus partes, con una interpretación fabulosa de ‘Un’aura amorosa’, pero tiene que abrir los puños y dejarse llevar. 

En cuanto a las damas, Serena Malfi se presentaba en Bilbao. No hay tacha en su prestación como Dorabella: canta con elegancia, actúa con suficiencia, tiene un color muy personal en todo el registro y acerca su personaje a una órbita consciente y serena. Una Dorabella resuelta y valiente, una dama. Sus mejores momentos, en los dúos con la Fiordiligi de una Vanessa Goikoetxea que sigue evolucionando y creciendo y que sigue, al mismo tiempo, transmitiendo una suerte de juvenil felicidad por estar ahí, entregándose a un público con el que traba con cada título una creciente y sólida complicidad. 

Grande en sus arias, generosa y superdotada en escena, Goikoetxea construyó una Fiordiligi de fuerte personalidad. No era la suya una Fiordiligi pasiva ante los caprichos del destino o los juegos de un libretista, sino una mujer plena y capaz de imponerse. Así sucedió: esta cantante tiene el don de apropiarse de los espacios teatrales y musicales que protagoniza. Excelente su ‘Per pietà, ben mio, perdona’.