Foto: http://bebizam.wordpress.com/

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En apenas tres semanas he podido escuchar tres buenos conciertos. Dos con la Sinfónica de Bilbao, el tercero con la Sinfónica de Castilla y León. Tres maestros maduros, cuajados, esculpidos sobre el podio: Isaac Karabtchevsky, Eliahu Inbal, Günter Neuhold. Dos ciudades. Un puñado de buenos amigos en cada una de ellas: pocos, pero gozosos como naranjas maduras.

No conocía el auditorio Miguel Delibes, sede de la OSCyL. Me pareció fantástico: recogido y bien dimensionado, con buena acústica, accesible y cómodo, aunque los lugareños subrayaban ciertas inconveniencias que la costumbre probablemente delata, o que quizá capte instintivamente el ojo experto, pero que a mi me pasaron desapercibidos. En el de Bilbao, (pero) quizá por mi propia torpeza, sigo perdiéndome años después de transitarlo con alguna asiduidad. Es enorme, algo desangelado y polivalente –multiuso-, y los accesos a las localidades tienen algo de hábitat de minotauro, y su acústica probablemente no es tan buena como los bilbaínos, tan canónicamente creyentes en nuestras propias grandezas, nos inclinamos a predicar. Su nombre es Euskalduna Jauregia, palacio Euskalduna, y se eleva en los espacios que ocupaban los viejos astilleros homónimos, aquellos duros emplazamientos obreros coprotagonistas de la generación de la riqueza, la irrefrenable decadencia y la posterior hercúlea lucha de Bilbao por su supervivencia y progreso.

Con qué orgullo constato que en ambas ciudades, tan distintas y tan virtualmente lejanas, hay buenas orquestas, buenos públicos y buenos equipamientos donde antes, no hace tanto tiempo, apenas había nada fuera y distinto del profundo gris de la penumbra franquista o del heroico empeño de algunos en sostener la cultura (la BOS, en este caso, por mucho mas antigua) por encima de las coyunturas políticas y las vicisitudes y ciclos de la economía, empujando hacia el curso del tiempo, soplando obstinadamente en las velas. Basta escuchar Bruckner en dos o mas ciudades para entender que, aunque fácilmente puede susurrar y tentar la trampa regresiva de pensar que hay que reducir o reconducir o eliminar las diferencias, son las diferencias las que nos han hecho crecer y ser mas grandes. Valladolid y Bilbao son lugares mejores que antes, y en ambas ciudades se vive mejor, y se es mas libre, y se accede mejor y de modo mas sencillo y universal al placer y la necesidad de la cultura: a Miguel Delibes, a Bernardo Atxaga, a Bruckner o Sibelius. Al respeto y la convivencia.

Qué bien sonaba la OSCyL en manos de Inbal, familia a familia, y qué hermosa lucía su casa recogiendo y ofrendando la maravilla de la música. Qué bien sonaba la BOS días antes, y días mas tarde, cuando llevé conmigo por vez primera a un concierto de la orquesta a mi hijo mayor, Oier, que acababa de hacer siete años. Quizá contar una pequeña anécdota sucedida en esa visita con mi hijo sirva para concluir este texto, que escribo por el exclusivo y plenamente suficiente placer de escribirlo. Cuando accedimos a nuestras localidades una señora, unas filas más adelante, nos miró entrar y en voz alta le dijo a su esposo, para que yo lo oyera (el señor era el medium, y parecía sumirlo con indiferencia): “qué niño tan pequeño, espero que sepa comportarse”. El niño supo comportarse, mientras que ella abrió dos o tres caramelos durante el concierto. Yo no dije nada, pero pensé y pienso días mas tarde que tal vez la señora debiera haber sonreído y dar la bienvenida a tan pequeño y sobrecogido visitante, pues en los conciertos los niños no abundan y merecen salmos y hosannas. Porque, si bien a veces los ciudadanos lo demandamos y con razón a las instituciones y a sus responsables, a veces no sabemos contribuir de la manera mas sencilla a edificar un futuro mejor. A veces basta dejar de lado la acritud para dar paso a la sonrisa. Yo espero que al niño se le despierte la afición por la música con el mismo interés con que deseo que no se conceda jamás comer caramelos en los conciertos. Y sé que estas inquietudes y estos deseos son idénticos en Bilbao, Valladolid o cualquier otro lugar imbuido de compases, buenos vinos y carnes rojas y buenas gentes. A esto quizá se le pueda llamar fe. Pues bien: yo soy creyente.

Para mis amigos melómanos de Valladolid.

©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2014– http://wp.me/Pn6PL-3p