Publicado en Mundoclasico el 4 de diciembre de 2019
Bilbao, martes, 19 de noviembre de 2019. Temporada de ABAO Bilbao Opera, Palacio Euskalduna. Giuseppe Verdi, Jérusalem. Libreto de Alphonse Royer y Gustave Vaez, basado en el libreto de Temistocle Solera para I Lombardi alla prima crociata. Francisco Negrin, director de escena. Paco Azorín, escenografía. Domenico Franchi, vestuario. Tomas Roscher, iluminación. Rocío Ignacio, Hèlène. Jorge de León, Gaston. Michele Pertusi, Roger. Pablo Gálvez, Le Comte de Toulouse. Fernando Latorre, Adhemar de Montheil. Moisés Marin, Raymond. Deyan Vatchkov, Emir de Ramla. David Lagares, un soldado/un heraldo. Alba Chantar, Isaure. Gerardo López, un oficial. Coro de Ópera de Bilbao, Boris Dujin, director. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Francesco Ivan Ciampa, dirección musical. Aforo: 2164. Ocupación: 70%
En un catálogo tan popular y rastrillado como el verdiano, un título permanecía sin estrenar en el Estado español: Jérusalem. ABAO Bilbao Opera ha asumido el envite de estrenarla como etapa forzosa en su proyecto Tutto Verdi, una épica iniciativa no exenta de peajes elevados. Jérusalem, a priori, era uno de ellos; pero Bilbao, devota plaza verdiana (si atendemos a la decisión de acometer la representación de toda la producción del italiano pese a contar con unos medios comprometidos), debía cambiar de mano esta áspera cuenta del rosario.
La fantasía de recuperar del olvido una ópera incomprensiblemente olvidada para encontrar en ella brillos y virtudes tiene su halo romántico y de seguro habrá encontrado seguidores, pero se compadece difícilmente con la realidad de lo vivido en el Euskalduna. Jerusalem transcurre con una lentitud que se puede masticar, tiene una trama desafortunada y dibuja unos personajes sin profundidad ni evolución, planos e ingratos. El libreto convierte en astillas un material que ya en I Lombardi alla prima crociata era frágil e inconsistente, y no deja de ser elocuente que se trate de reivindicar Jérusalem comparándola con su matriz, y no con casi cualquier otro título de Verdi, cuando decir que Jérusalem es algo mejor o algo peor que I Lombardi es decir nada o casi nada, dado el rango francamente menor de ambos títulos.
La escena de Francisco Negrín, algo monótona, dignificó la mediocridad del libreto y se sobrepuso a las idas y venidas de una teatralidad abiertamente envejecida, en parte obviándolas al precio de cierta confusión. Todo acontecía en un mismo espacio profundo en el que trabajaba intensamente la iluminación, acentuando y sosteniendo determinados hitos dramáticos. Las voces de los protagonistas corrían bien hacia la sala y en cambio el coro, que trabajó a destajo vocal e interpretativamente, cantaba desde muy atrás, dificultando el trabajo de concertación de Francesco Ivan Ciampa y produciendo no pocos desajustes con la orquesta. Digamos que el Coro trabajó muy bien, pero fuera del sitio adecuado. Por lo demás Ciampa dirigió como suele, insuflando energía en una ópera en la que, como se hizo palmario en el inicio del tercer acto, las manecillas del reloj parecían haberse detenido: el cielo y el infierno se narraban sobre el escenario, pero el purgatorio se vivía en el patio de butacas.
Es encomiable el esfuerzo que hizo todo el elenco para ofrecer una buena función, pero Jérusalem es más pródiga delatando carencias que prodigando lucimientos. Jorge de León tiene una voz de una fuerza impresionante, no del todo adecuada a un papel extenuante pero de cierto aliento belcantista. Actoralmente lo dio todo, pero Gaston es un papel que no da nada a cambio. Quisiera haber escuchado a De León en otro rol en su presentación en ABAO. Rocío Ignacio también se esforzó para defender el papel de Hèlène, papel de una exigencia enorme, que obliga a la soprano a un gran despliegue técnico y a distintos y comprometidos abordajes. Creo que Ignacio estuvo al límite de sus posibilidades, mostrando por igual dotes y carencias y vaciándose por construir un personaje que es realmente avaro en devolver lo que recibe. Lucharon Gaston y Hèlène por crear una química y un relato consistente hundidos como estaban hasta la garganta en las arenas movedizas de Jérusalem; su valentía y entrega merecen reconocimiento por encima de la constatación de sus fronteras.
Michele Pertusi gustó como Roger. También se entregó plenamente a su papel, el de un malvado tópico y superficial que sólo vive para su previsible redención. Tenía Pertusi dificutades para emitir su voz en la zona más grave, resultando casi inaudible, pero en general rindió. El resto del elenco estuvo bien, sin nada especialmente reseñable. También la Sinfónica de Bilbao mostró su profesionalidad musical, atendiendo a un Ciampa tan lleno de oficio como huérfano de ambición. Él sabía, mejor que nadie, que Jérusalem no es una cita con el placer, sino un pacto con la perseverancia.