Crítica publicada en http://www.mundoclasico.com el 16 de mayo de 2014
Bilbao, 08/05/2014. Euskalduna Jauregia. Javier Eguillor y Julien Bourgeois, timbales. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Günter Neuhold, director. Ludwig van Beethoven: Sinfonía nº 8 en Fa mayor, op. 93. Philip Glass: Concierto Fantasía para dos timbaleros y orquesta. Richard Strauss: Don Juan, op. 20. Aforo: 2164. Ocupación: 80%.
El “Don Juan” de Richard Strauss es una música maravillosa y muy abierta a toda clase de interpretaciones. Exige máxima concentración desde el primer compás, y a la Sinfónica de Bilbao y a Günter Neuhold les gusta ese tipo de repertorio exigente, ante el que sólo es aceptable una actitud: la de la flecha a punto de dispararse, con la cuerda ya bien tensa y todos los sentidos comprometidos. Hay otros repertorios en los que esa actitud no se mantiene, y este programa de temporada también mostró ese rostro, con una Octava de Beethoven con un interés escaso. Paréntesis o receso entre dos monumentos como son las sinfonías 7 y 9, la número 8 era la tercera sinfonía del compositor programada en este curso, y pasó algo desapercibida para el público y diría que para todos, músicos incluidos. Las mentes y los oídos estaban puestos en el resto del programa.
Quizá desde la visita de Martin Grubinger a la BOS hace unas temporadas no disfrutaba la percusión ni del protagonismo ni del brillo ofrecidos por la fantasía musical de Glass, excepción hecha de un programa fuera de abono con música y dirección de Tan Dun, que fue una exhibición de otra naturaleza. Los timbaleros Javier Eguillor y Julien Bourgeois estuvieron magníficos: llenos de energía, fuerza y compenetración, ebrios de matices, lograron exhibir tanto el interés melódico del instrumento como la contrastada competencia y el sofisticado clasicismo del compositor norteamericano, que en este Concierto Fantasía suma una página más a la característica pleitesía de los norteamericanos hacia la percusión como parte de su propia identidad musical. Por encima de su contemporaneidad y aparente universalidad, esta obra de Glass es un producto cultural de rasgos nacionalistas clásicos; por decirlo de forma gráfica, el concierto es inequívocamente norteamericano, y fue muy disfrutado por el público. Quizá la falta de familiaridad de la BOS con este tipo de repertorio restó una punta de potencia y arrojo en algunos pasajes, pero realmente fue un concierto muy bien ejecutado e, insisto en esta idea, con unos solistas de lujo.
Volvamos a Strauss. La propia BOS proponía en su muy cuidada guía de audición, que regularmente se pone a disposición de los abonados antes de cada programa a través de la página web oficial, la referencia sonora del “Don Juan” de Fritz Reiner con la Chicago Symphony, versión de 1954 y primera de las dos que registró de esta obra con esa orquesta magnífica. Sólo el interés por ilustrar la amplitud de ópticas posibles para interpretar la música de Strauss justifica una elección que iba a resultar, sin demasiadas dudas, una versión muy alejada de la dirigida por Neuhold. En realidad resultaron ser antagónicas, y eso explica la elección y la hace pertinente. Si el “Don Juan” de Reiner es frenético, juvenil y algo alocado, vestido con los ropajes de una arrebatada pasión romántica, el de Neuhold posa al desnudo, ensimismado y narcisista; no estamos ante una aventura juvenil alegre, dinámica y vitalista, sino ante un Don Juan eternamente despechado, ansioso e insaciable, lleno de urgencias y también, por tanto, inseguro y perplejo, y casi en la quietud: un Don Juan que recuerda su juventud desde una madurez indeseada y ya alcanzada, un “Don Juan” como un viejo Don Juan lo recordaría. Neuhold, que hace años dirigiera un «Der Rosenkavalier» en ABAO del que todavía hablan los profesores de la orquesta con admiración, volvió a exhibirse como un straussiano de lujo, apoyado en un excelente rendimiento global de sus músicos y, de forma muy destacada, en los metales y en dos solistas magníficos, el clarinete Carlos García y el oboe Nicolas Charpentier, que deleitaron en una temporada en la que las maderas de la BOS brillan de forma memorable.
Al final de la obra, nada queda de los sueños y afanes de Don Juan: Neuhold concluye su relato recordando que hay en la vida empeños sin posible recompensa, y que así acaba todo: extinguiéndose, apagándose. Maravilloso este “Don Juan” consumido en sus propios pensamientos y sueños, cierre de altura para un concierto que vuelve a colocar la “era Neuhold” en los espacios en los que el Maestro ha sido más importante y memorable: el de Mahler, Bruckner o Strauss. Todo un legado.
Caramba, hay que recomendar a Neuhold que lea tu blog cuando le entre «el bajón», como dicen ahora. No sé si me estoy imaginando cómo ha de sonar su Strauss, pero sólo de pensarlo ya me entran los nervios. Me alegro por la impresión que dejó El caballero de la Rosa. Enhorabuena, pues. Lo que no me explico es que pueda interpretarse una piedra preciosa como la Octava con poca gana, cuando sólo el primer compás ya es motivo de felicidad.
P.D. Vaya buen pelo tenía Strauss de joven… y luego mira.
Pues sí, es inexplicable lo sucedido con la Octava, pero en esta orquesta sucede a veces ese tipo de cosas, con los musicos poco o nada enchufados. Ayer teníamos Incompleta y después Das Lied von der Erde, temía que sucediera lo mismo pero no, estuvieron toda la noche en la mejor actitud, y se notó.
Del pelo de Strauss qué puedo añadir…