Publicado en Mundoclasico el 3 de febrero de 2016
Bilbao, 15/01/2016. Sociedad Filarmónica. Mahler Chamber Orchestra. Mitsuko Uchida, piano / directora. W. A. Mozart: Concierto nº 19 en fa mayor, K 459. Divertimento nº2 en si bemol mayor, K 137. Concierto nº 20 en re menor, K466. Aforo: 930 localidades. Ocupación: 90 %.
Regresaban a la Filarmónica bilbaína Mitsuko Uchida y la Mahler Chamber Orchestra, tras el éxito clamoroso obtenido en su anterior presencia casi tres años antes, esta vez con un programa dedicado en su integridad a Mozart. Brillaron. La sala de conciertos de la Filarmónica responde a la perfección a este tipo de programa, y el sonido se percibe con una proximidad y una claridad extraordinarias. La orquesta es magnífica y posee un entusiasmo contagioso, alejado de cualquier atisbo de rutina. Uchida, por su parte, mantiene fresca y viva la capacidad de fascinar no sólo a los públicos de sus conciertos, sino a los propios instrumentistas de la Mahler Chamber Orchestra, que en muchos pasajes del concierto le miraban arrobados. El sonido de los conciertos de Mozart se disfrutaba en una dimensión compleja, pues en la interpretación contaban las miradas, los gestos y las respiraciones: todo era próximo, todo abordable en una medida deliciosamente equilibrada. Ni siquiera desentonaba la dirección de Uchida, un tanto efusiva y atlética.
Por parte de la orquesta la velada fue un perfecto ejercicio de equilibrio, con todos los elementos en el plano de la excelencia, sin duda, pero quizá con unas maderas particularmente buenas, y con unas violas sencillamente fascinantes. En todo caso resulta complejo hurgar en las calidades del conjunto: las calidades más altas precisan muy pocas palabras y conducen con facilidad a la hipérbole. La Mahler Chamber Orchestra es una formación grande, y ya, como quedó patente en un K137 en el que, sin el concurso del feliz, desbordante y fértil huracán Uchida, el público gozaba de una suma virtuosa que no siempre se logra: la de la música y el sonido. Dos valores simples, imprescindible e indescriptiblemente mozartianos, perfectamente servidos de forma fresca y diríase frágil por la orquesta no ya bajo la dirección de su concertino, sino en íntima complicidad con él.
Los conciertos estuvieron al mismo nivel, incorporando además el magisterio de la pianista y su energía como directora. Fue en el número 20, tras el intermedio, cuando Uchida embriagó por completo al público. Cada nota del Romance era un regalo, y Mozart lucía en una desnudez de poder casi hipnótico. Era el umbral de la transparencia, aquel en el que la música se desposee de adjetivos para convertirse en un hecho sustantivo y de consistencia casi física. El Rondo final fue frenético y gozoso, y devolvió al clima sugerido en el número 19, ofrecido como primera obra del programa. La idea del público bilbaíno como frío o reservón simplemente estalló en pedazos ante una música, la de Mozart, que con toda evidencia requiere como pocas de la excelencia para ser comprendida en sus diríase mágicas amplitud y profundidad.