Arcadi Volodos. Foto: Ali Schafler / www.volodos.com/

Arcadi Volodos. Foto: Ali Schafler / www.volodos.com/

 

Publicado en Mundoclasico el 2 de diciembre de 2016

 

Bilbao, 3/11/2016. Sociedad Filarmónica. Arcadi Volodos, piano. Schumann: Papillons, op.2. Brahms: Ocho Klavierstücke, op.76. Schubert: Sonata nº20 en la mayor, D 959. Aforo: 930 localidades. Ocupación: 70 %.

 

Arcadi Volodos es sin duda un pianista portentoso, pero en su velada bilbaína quizá se mostró más portentoso que pianista. Resultan abrumadores estos pianistas excepcionales capaces de recorrer con prodigiosa facilidad cualesquiera páginas pianísticas; de tener que hacerlo, si así se terciara, lo harían sobre un alambre, en un ejercicio de funambulismo sonoro. Son un alarde, una exhibición, atletas superdotados de las 52 teclas vallas. No abundan, es cierto, pero tampoco escasean estos prodigios.

Mientras demostraba su pasmosa facilidad, su señorío técnico, el prodigioso Volodos transmitía cierta sensación de cansancio, de falta de entrega, incluso de indiferencia ante el hecho de estar tocando ante el público. Frío, distante como si al piano se sentara el autómata de un pianista, las deliciosas Papillons de Schumann, quizá la obra en la que logró transmitir de forma más notoria su presencia como intérprete, fueron un delicado equilibrio entre su capacidad técnica abrumadora y una visión exigua de las breves joyas shumannianas. En las Ocho piezas para piano de Brahms no se escuchaba nada que trascendiera la perfecta ejecución de la partitura nota por nota, matiz por matiz; y se diría que si en algunos momentos la tendencia de Volodos al desbordamiento perturbaba la esencia firme y austera de este Brahms, en otros se percibía directamente a un músico poco inclinado a sumergirse en su profundidad, a entregarse, a sentirse involucrado en la música.

La Sonata de Schubert incidió en la tónica de la primera parte. Schubert parecía encerrar al oyente en un pasmo, el de escuchar a Volodos tocando de una manera maravillosa y casi hipnótica, pero encapsulada e inerte. Su técnica llegaba a bastarse y a convertirse en culminación, en finalidad, pero deparando una arquitectura difícilmente habitable. Es posible que ese espléndido aislamiento sea la propuesta de un músico que ya desde la elección del programa dejaba claro que no buscaba hacer concesiones ni trazar complicidades, pero también era el retrato de un pianista cansado, cercano quizá al desencanto.