Foto: ©Iñigo Ibañez, Quincena Musical

Publicado en Mundoclasico el 24 de agosto de 2015

 

Donostia-San Sebastián, 18/08/2015. 76ª Quincena Musical. Auditorio Kursaal. Sergei Prokofiev: extractos de las Suites números 1 y 2 de Romeo y Julieta; Cantata Alexander Nevsky. Ekaterina Gubanova, mezzosoprano. Orfeón Donostiarra. José Antonio Sainz Alfaro, director. Orquesta Filarmónica de San Petersburgo. Yuri Temirkanov, director. Aforo: 1806. Ocupación: lleno.

El gran forjador del sonido de la Filarmónica de San Petersburgo, Mravinsky, no sentía gran aprecio por la cantata Alexander Nevsky, aunque la llegó a dirigir, y en cambio valoraba mucho la Suite número 2 de Romeo y Julieta, que dejó grabada con su orquesta y en la que trabajó intensamente. Yuri Temirkanov, su sucesor al frente de la orquesta rusa, es responsable del magnífico registro de la banda sonora original e íntegra de la película homónima de Eisenstein, también con esta orquesta, y ha grabado con ella distintos fragmentos de las suites números 1 y 2 de Romeo y Julieta (ya lo había hecho años antes con la Orquesta Sinfónica Académica Estatal de la Federación Rusa, la orquesta de Svetlanov), suites que también combinó en la Quincena de San Sebastián componiendo un material ideal para exhibir la flexibilidad y profundidad de su orquesta. Decir que esta obra está en el adn de esta orquesta es quizá manido y retórico, pero es que es cierto.

Temirkanov ofreció la totalidad de la Suite número 2, excepto el número III, Fray Lorenzo, y después se sucedieron los números II, V y VII de la Suite número 1. Este amplio abanico de texturas sonoras, colores y dinámicas fue aprovechado magistralmente por la Filarmónica, en una exhibición que abarcaba a cada familia y cada instrumentista, y que desde los primeros compases condujo al auditorio a un estado de virtual hipnosis. Si en apenas unos compases ya se anunciaban unas maderas sobresalientes, pronto lucieron sus galones metales y percusión, sumados a unas grandes cuerdas magníficamente lideradas por Lev Klychkov. Los pianos de esta orquesta ofrecen una consistencia y una solidez a partir de las cuales no parecen existir límites, de modo que los extractos de las suites se abrieron con una enorme riqueza, y fueron explorados y expuestos en una primera parte del programa sencillamente exquisita. No hubo ballet en el Kursaal donostiarra, pero sí una danza intensa y cuajada de matices, con una sonoridad y un color apabullantes, y una apasionante densidad en ritmos y dinámicas, con La muerte de Teobaldo rendida de modo tan disciplinado y vertiginoso que parecía faltar el aire en el auditorio.

Tras el intermedio aguardaba Alexander Nevsky, y el Orfeón Donostiarra se sumaba a la Filarmónica de San Petersburgo. Se dice que nadie es profeta en su tierra, pero el Orfeón rebate ese refrán y lo hace con toda justicia, pues San Sebastián tiene razones de sobra para sentir orgullo por la más importante formación musical gipuzkoana. Casi 120 voces se auparon a las gradas del Kursaal, y el clima cuando arrancó Rusia bajo el yugo mongol ya era de una intensidad abrumadora. La Cantata no defraudó, aunque la Filarmónica alcanzó a velar en algunos momentos incluso a ese caudal inmenso de voces, y especialmente las mujeres se escucharon algo tapadas -por hombres y orquesta- en Los cruzados en Pskov, aunque lucieron espléndidas en Entrada de Alexander en Pskov, que fue sobresaliente. Toda la Cantata se hizo a un nivel fuera de lo corriente, pero hay que destacar el trabajo global en La batalla sobre el hielo: no fue una batalla violenta, en el sentido de resultar aparatosa, sino extremadamente encarnizada y diáfana hasta el hueso. Temirkanov apostó por exigir a instrumentistas y cantantes una potencia incluso excesiva, pero lo hizo porque sencillamente podía invocarla sin que la calidad se resintiera y porque la acústica del Kursaal lo aguanta. No significa que no se pueda escuchar Alexander Nevsky con menos aparato y una calidad quizá parangonable, pero la batalla de Temirkanov fue verdaderamente potente, llevada al vértigo. Bravísimo el Orfeón y sencillamente grande la Filarmónica.

Tras La batalla sobre el hielo salió al escenario, caminando con la lentitud y el sigilo propios de un espectro, la mezzo rusa Ekaterina Gubanova, para cantar El campo de la muerte. Tras ese paseíllo, que desde luego he visto antes en esta obra pero al que no acabo de acostumbrarme, Gubanova cantó muy bien, con una voz muy hermosa, transmitiendo al auditorio la belleza triste de una canción que posee una hermosura casi hiriente y, sin duda, una indeseable vigencia y universalidad. El breve concurso de la mezzo fue un verdadero lujo, sobre todo porque esta canción se escucha a veces en voces inapropiadas.

Un gran Alexander Nevsky, una tarde memorable de concierto y una cima para esta Quincena que tendrá el privilegio de contar con el Orfeón Donostiarra en al menos dos programas más antes de su clausura. A ver si los maestros permiten que el público premie su trabajo como el Orfeón merece, pues coro y Filarmónica fueron sutil pero firmemente expulsados del escenario del Kursaal por el bravo maestro Temirkanov precisamente cuando los aplausos comenzaban no a declinar, sino a arreciar. Será el vértigo, que agota.