Antoni Ros Marbá. Foto: © Quincena Musical- Iñigo Ibáñez

Antoni Ros Marbá. Foto: © Quincena Musical- Iñigo Ibáñez

 

Publicado en Mundoclasico el 27 de agosto de 2015

Donostia-San Sebastián, 22/08/2015. 76ª Quincena Musical. Auditorio Kursaal. José María Usandizaga: Mendi Mendiyan, pastoral lírica en tres actos (en concierto). Libreto: José Power, traducción al euskera de José Artola. Arantza Ezenarro, Andrea. 
Miguel Borrallo, Joshe Mari. Olatz Saitua, Txiki. José Manuel Díaz, Juan Cruz. Fernando Latorre, Kaiku. Jesús García-Aréjula, Gaizto. Coro Mixto Easo (Xalba Rallo, director coro) Orquesta Sinfónica de Euskadi. Antoni Ros Marbá, director. Aforo: 1806. Ocupación: lleno.

 

Mendi Mendiyan es una ópera asombrosa y muy poco representada, una valiosa aportación de un jovencísimo Usandizaga al caudal operístico vasco, del que representa uno de sus indudables hitos. Estrenada en Bilbao en 1910 en el Teatro Campos, y no en el Arriaga o en el Coliseo Albia, como se ha llegado a leer (el Coliseo se edificó de hecho años después del estreno de la ópera), supuso un éxito clamoroso, y según las crónicas de la época (primorosamente accesibles en la web de Eresbil, Archivo Vasco de la Música) el júbilo fue tal que bilbaínos y donostiarras desplazados al estreno llegaron a vitorear recíprocamente sus respectivas ciudades. Amén.

Desde aquel estreno han transcurrido más de cien años, y Mendi Mendiyan permanece sólo como monumento musical, con lo bueno y con lo malo que ello implica. Bueno porque la obra posee una notable calidad, pese a su trasnochado costumbrismo, y malo porque no se representa y no vive en los escenarios, e incluso en esta ocasión del centenario del donostiarra Usandizaga y dentro de Quincena, se ha ofrecido en versión concierto y con serias dificultades con las partituras, siendo preciso un trabajo que Quincena ha explicado en términos de “reconstrucción” de la ópera a lo largo de tres meses. Un plazo un tanto exiguo para semejante trabajo, dicho sea de paso, y pese a contarse con la general cedida por Juan José Mena a Ros Marbá y con particelle aportadas por Eresbil y la Orquesta Sinfónica de Bilbao, que en junio de 2001 hizo Mendi Mendiyan en el Arriaga bilbaíno y además la grabó para el sello Naxos coincidiendo con los conciertos.

Campamento base. El concierto en Quincena nos recuerda varias cosas: una, que se hace imprescindible una edición crítica que permita que la ópera se trabaje en términos menos “heroicos” y con mayor frecuencia, pues llevaba 30 años sin ofrecerse en la propia Donostia, ahí es nada. Hay que recordar –y volver a aplaudir- el trabajo efectuado por Juanjo Ocón con La llama, otra ópera de Usandizaga, con la que la Sinfónica de Euskadi sí realizó una labor de recuperación sólida previa al concierto, comenzando la casa por los cimientos. Por otro lado, tras escuchar Mendi Mendiyan en Kursaal se impone una necesidad igualmente ineludible: que se grabe y edite Mendi Mendiyan de nuevo y en las mejores condiciones.

Mendi Mendiyan posee un libreto francamente superficial, obra de quien fuera presidente de la Sociedad Coral de Bilbao en 1910, año de su estreno, José Power (la obra fue encargo de la Coral bilbaína, que básicamente se ha mantenido al margen del centenario de Usandizaga por cualesquiera razones). Pero que sea superficial no significa que carezca de intención dramática. Es una tragedia rural, circunscrita al mundo engañosamente abierto de las alturas montañosas, en la que están presentes tanto el lobo y sus ecos atávicos como los celos y la ostentación de las riquezas (las clases) en un mundo de escala diminuta y áspera. Y muere el enamorado bueno y la chica enamorada sufre mucho: esto se puede contar porque normalmente pasarán años antes que alguien pueda reprochar el haber desvelado el final antes de ir a escucharla.

Chica y chico protagonistas, Andrea y Joshe Mari en la obra, fueron cantados por Arantza Ezenarro y Miguel Borrallo. Ezenarro cantó muy bien, pero Andrea probablemente necesite de mayor expresividad y de una voz con un centro más sólido y capaz de impulsar la solidez dramática del papel, de por sí algo plano. Ezenarro propuso una Andrea que, más que intuirse como el involuntario y fatal centro y motor de un proceso criminal, parecía gustarse en la voz dulce, frágil y carente de malicia de una muchacha todavía ajena a las pasiones que despierta. Es una forma poética de cantar Andrea, no hay duda, pero quizá adoleció de garra y tensión. Respecto al Joshe Mari de Miguel Borrallo, lo encaró sin complejos. Se sobrepuso más que aceptablemente a la dificultad del euskera, lució muy bien en la zona alta y compuso un personaje, este sí, con tanta enjundia dramática y carácter como permite el libreto. Buen Joshe Mari.

Del resto de los solistas sólo se pueden decir cosas buenas. Olatz Saitua compuso un Txiki lleno de intención, bien cantado y mejor entendido, pues supo caracterizar al noble muchachito hasta hacerlo ver sobre el escenario. Una gran interpretación. Fernando Latorre fue un Kaiku muy consistente, al igual que el aitona (abuelo) Juan Cruz cantado por José Manuel Díaz, y el malo Gaizto de Jesús García Aréjula, que derrochó energía también como actor. Fue en conjunto un buen elenco.

El acto tercero de Mendi Mendiyan precisa un coro mixto que protagoniza la verbena popular en la que comienza a desencadenarse la tragedia. La misión de esta breve pero hermosa parte fue encomendada al Coro Mixto Easo, fabuloso tanto en los aires festivos como en la hermosísima Ave María, una página maravillosa de Usandizaga. Realmente es asombroso que un Territorio como Gipuzkoa cuente con coros como el propio Easo, el Orfeón Donostiarra o la Andra Mari de Rentería. Qué maravilla.

La Sinfónica de Euskadi también hizo un buen trabajo, con empaque y seguridad, bien guiada -como el conjunto de los intervinientes- por Ros Marbá. El maestro tenía un envite complicado, tanto por las dificultades que al parecer imponían los materiales como por la necesidad de asegurar un resultado aceptable para una obra que probablemente hubiera salido mejor en una hipotética segunda programación, con todo más asentado. Pero la cita era única. Ros Marbá supo acompañar al elenco, desplegó el preciosismo de la partitura y optó por aminorar unas dinámicas que hubieran sido exigibles en una función de ópera, pero no tanto en el formato concierto programado por Quincena, concierto en el que todo fue ordenado y suficiente para un irreprochable punto de partida.