Steven Isserlis. Foto: © Tom Miller

Steven Isserlis. Foto: © Tom Miller

 

Publicado en Mundoclasico el 9 de septiembre de 2016

 

Donostia-San Sebastián, 28/08/2016. 77ª Quincena Musical. Auditorio Kursaal. Beethoven: La consagración del hogar, op. 124. Haydn:  Concierto para violonchelo nº 1 en do mayor. Brahms:  Sinfonía nº 1 en do menor, op. 68. Steven Isserlis, violonchelo. Orquesta Sinfónica de la Radio de  Frankfurt. Philippe Herreweghe, director. Aforo: 1806. Ocupación: lleno.

 

El de Haydn es de esos conciertos que si se hacen a gran nivel se agigantan en directo, y así sucedió

 

Quizá porque Herreweghe consumió toda su prisa en la Novena de Beethoven que dirigió en el primero de sus dos programas en Quincena –el segundo es el objeto de esta reseña- no hubo grandes sobresaltos con Beethoven, Haydn y Brahms, que discurrieron por caminos ortodoxos (Beethoven), mágicos (Haydn) y asfaltados (Brahms). La consagración del hogar es una obertura que rinde homenaje a tiempos musicales pretéritos y que con Herreweghe resultó ordenada hasta lo caligráfico y algo aséptica, sin limpiar ni ensuciar, sin restar ni aportar, mostrando la calidad de las maderas de la orquesta y expresando una alegría cuanto menos mesurada, digamos que un alborozo, al tiempo que evidenciaba sus hondas raíces barrocas de manera casi docente. Pues bueno.

Cuando Isserlis puso el primero de sus dos pies sobre el escenario la obertura de Beethoven se desvaneció por completo, como una bocanada de humo. Qué derroche: simpatía, sencillez, luminosidad. Isserlis estaba en el escenario tan visiblemente enamorado de su oficio como lo están los grandes bodegueros de sus mejores caldos, y embriagaba. El de Haydn es de esos conciertos que si se hacen a gran nivel se agigantan en directo, y así sucedió. Isserlis regaló un sonido sublime y una musicalidad muy poderosa, sin asomo de esfuerzo ni sombra de necesitarlo, en un diálogo con el instrumento de una intimidad abiertamente carnal: era una extremidad irrigada por el músico. Cuando al término del concierto Isserlis inclinó su chelo para que también él saludara al público parecía reconocerle una personalidad viva y amigable, no resultó un gesto ni vacuo ni extravagante: qué gran ventrílocuo. El Andante fue cumbre: sereno, crepuscular, tocado para su propio gozo e irresistible para el público, llevando la música de Haydn a un terreno necesario y que se debe reivindicar, el del placer de la escucha que desarbola y rinde, el del sonido que conmueve de modo irracional, que exhibe moderno y lleno de vigencia lo que en otras condiciones puede ser un paño raído. Enorme Isserlis, eficaz y sobre todo respetuosamente acompañado por un pañuelo de instrumentistas de calidad.

La Sinfonía número 1 de Brahms sirvió para enseñar la homogeneidad y calidad de la orquesta, en mi opinión superior a la mostrada en su anterior visita de la mano de Paavo Järvi (2013). La orquesta fue superior a la entidad de la versión ofrecida por Herreweghe, diríase neutral. El primer movimiento comenzó un tanto apresurado, pero tras los compases iniciales se venció del lado de la ortodoxia. El Andante fue primoroso, sin mácula, propio de una orquesta de calidad, de nuevo con un gran trabajo de unas maderas excelentes y con el concurso de un excelente concertino. Tercer movimiento con la orquesta brillando y el Adagio bien ejecutado sección a sección y con unas maderas imperiales. Un camino asfaltado para una orquesta de calidad.