Bilbao, miércoles, 26 de enero de 2022. Temporada de ABAO Bilbao Opera, Palacio Euskalduna. Wolfgang Amadeus Mozart, La clemenza di Tito. Libreto de Catterino Tommaso Mazzolá , basado en fragmentos de De vita Caesarum de Pietro Metastasio. Fabio Ceresa, director de escena. Gary McCann, escenografía y vestuario. Ben Cracknell, iluminación. Mattia Agatiello, coreógrafo. Producción de Opéra de Lausanne. Paolo Fanale, Tito. Vanessa Goikoetxea, Vitellia. Daniela Mack, Sesto. Veta Pilipenko, Annio. ltziar de Unda, Servilia. Josep Miquel Ramón, Publio. Coro de Ópera de Bilbao (Boris Dujin, director). Euskadiko Orkestra. Riccardo Frizza, dirección musical. Aforo limitado a 800 localidades. 

Todas las artes conducen a Roma, materia prima inagotable para escultores, pintores, escritores, arquitectos, cineastas y desde luego músicos. No solo las piedras de un pasado ruinoso y remoto fueron cantera para muchos siglos posteriores, sino que todo en Roma, epítome de la Antigüedad, ha sido explorado, analizado, idealizado y expoliado a lo largo de los siglos. La trama de “La clemenza di Tito” se vale de algunos rasgos hipotéticos del Tito de los Flavios, previamente popular también en el teatro, para urdir un relato simple con vocación de crear un discurso moralizante también simple: ostentar el poder imperial, el máximo poder unipersonal en el mundo, es compatible con una magnanimidad  inagotable, que parece crecer en la medida en que se ve desafiada. Hace falta un ejercicio de generoso funambulismo para situar la entidad política del libreto un palmo más allá de su clara vocación didáctica, pero lo cierto es que este drama de traición y perdón gozó de gran predicamento durante bastantes años, y proporcionó argumento para crear muchas óperas: treinta en treinta años, y algunas mas después.

Pero sólo una fue compuesta por Mozart. Y, como en no pocas ocasiones, todo lo que rodeó su trabajo causa asombro: sus apurados plazos y sus difíciles circunstancias, elementos todos a los que se sobrepone su música. La clemenza di Tito es el resultado del encuentro de un compositor excepcional con un deficiente material de partida. Esto, a la vez que dificulta la percepción del título como redondo, como indiscutiblemente grande, lo hace aún más valioso si se considera el extraordinario trabajo del compositor. La clemenza interesa y subyuga pese a un libreto casi pueril: érase una vez un emperador tan bueno que…, y es así porque Mozart pudo.

Fabio Ceresa propuso en esta producción de la Opéra de Lausanne una escena muy eficaz y hermosa, que además se ajustaba muy bien tanto a la trama y sus vicisitudes como a las necesidades e imperativos del escenario del Euskalduna, facilitando que los cantantes trabajaran bastante adelantados, algo de inestimable valor para una ópera de Mozart en un auditorio tan grande como el bilbaíno, con tres veces más butacas que el teatro de estreno de La clemenza. Con su inteligente trabajo, Ceresa proporcionaba tanto unos espacios suntuosos, imperiales, como otros tenebrosos; en unos parecía que la luz brotaba de Tito, que iluminaba Roma; en otros -situados oportunamente casi sobre el foso, en primer plano- parecía que la luz se había consumido y que sólo medraban la traición y el miedo. Esta muy interesante escena de Ceresa tenia en el foso otro elemento de gran importancia en el buen desarrollo de la representación: el trabajo de Riccardo Frizza. 

Creo que, sin menoscabo para los restantes maestros que visitan esta temporada de ABAO, puede decirse que Euskadiko Orkestra ha tenido la gran suerte de dar sus tres títulos con dos grandes directores, Daniel Oren –Cavalleria y Pagliacci– y Frizza, en esta Clemenza. Esta orquesta progresa enormemente en el foso. Su trabajo global en esta ópera de Mozart ha sido excelente, pero hay que destacar el gran trabajo de su clarinetista titular, Luis Cámara, en sus importantes intervenciones. Es su tónica, no hace tanto   impresionó en la Décima de Shostakovich, lo que pasa es que en La Clemenza afronta un rango de gran protagonismo que creo que justifica plenamente la mención; también estuvo soberbio Richard Barker con el fortepiano, de modo que por esta parte crucial las cosas brillaron. Frizza, muy cómodo con la orquesta y gran conocedor del foso del Euskalduna, concertó con su habitual gran claridad y su gran clase y ofreció una versión preciosista y cuidadosa; y, por supuesto, perfectamente mozartiana. A este respecto, con este título constato una vez más que algunos experimentados aficionados -y quizá algunos críticos- parecen arrojar lo que escuchan sobre el cedazo de sus vastos conocimientos discográficos. Pocas cosas pueden aspirar a superar semejante filtro. No entiendo a qué ir a un teatro predispuesto a salir disgustado; o peor: sí lo entiendo.

Paolo Fanale hizo un Tito elegante, refinado. Su voz se presta a ello, pues canta y dice muy bonito, pero no completó el papel por sus limitaciones en los graves y -especialmente- en los agudos, si bien Se all’impero resultó excelente. No fue un Tito plenamente convincente, en suma, y la bondad de su personaje pareció en algunos pasajes más propia de un cándido que de un político dispuesto a hacer de la bondad el arma de su permanencia y el signo de su reinado. Creo que en esto tuvo su importancia el vestuario. Y, si Fanale era un Tito sin mácula, de un blanco puro, Vitellia era en cambio un abanico de colores y una irrefrenable forjadora de ambiciones. Un fuego. Vanessa Goikoetxea estuvo escénicamente espléndida. Tiene el don de atraer las miradas cada vez que está sobre el escenario, y en ese sentido el papel le era un regalo porque Vitellia, sin por ello estar dramáticamente rematado, es el rol más atractivo y denso del título. Goikoetxea lo transportó con facilidad al protagonismo. Para ella, que posee una voz grande, el reto estaba en mostrarse plenamente dueña del volumen, en modularse, en ponerse al servicio de Mozart, en principio lejos de lo que su voz parece reclamar. Pero la soprano lo logró, con gran resultado cuando cantaba junto a sus compañeras, y se enseñoreó en el secundo acto, con una interpretación de Non più di fiori de muchos quilates. No creo que tarde ABAO en ofrecerle nuevos papeles y ahora mismo pienso en algunos que me encantaría escucharle. 

Daniela Mack, Sesto, y Veta Pilipenko, Annio, demostraron calidad y solvencia. Mack sobresalió en sus arias (excelente en Deh, per questo instante solo) y Pilipenko satisfizo en todo momento; su papel no es particularmente grato. Las dos, buenas actrices. También a un muy buen nivel Itziar de Unda y correcto trabajo el de Josep Miquel Ramon, perjudicado en mi opinión por su hieratismo en escena y porque su aspecto recordaba más a un druida de Norma que a un mando pretoriano. El Coro de Ópera de Bilbao en su linea de gran calidad, anclado como felizmente se encuentra en un nivel de excelencia. La calidad del deslumbrante quinteto con coro que clausura el acto primero de La clemenza, que fue precioso, serviría para explicar buena parte de lo vivido en la velada.