Con motivo de la publicación de «Dirigir despeinándose» en Mundoclásico.com, Inés Mogollón ha escrito un estupendo prólogo que creo interesante incluir en «Abre y mira». Es este:
Directores de orquesta. Los divos de la ópera, a su lado, son como franciscanos. No hay, en la jungla de la cultura, otro ser vivo que ostente un halo de poder e infalibilidad semejante. Ni siquiera los directores de cine, capitanes de un producto tan complejo y múltiple en su génesis como la música orquestal o la ópera, se atreven con ese porte de áulico desdén. El director de orquesta es el único oficiante que da la espalda a la asamblea durante el rito que preside, pues el ejercicio de su gobierno sólo nos concierne desde una perspectiva: la del contribuyente. Sí, convertirse en un mito siempre ha sido muy caro: hay que sufragar a la autoridad, ser desprendido con los amigos influyentes, malversar la dignidad siempre que haga falta y, sobre todo, cultivar una imagen atractiva. O, mejor aún, una imagen icónica. Y aquí es donde entran el pelo y Joseba Lopezortega. Juntos por una vez. Porque Lopezortega nos propone en la serie «Dirigir despeinándose», una aproximación a la iconografía del director de orquesta que tiene su kilómetro cero en el que es, para el imaginario colectivo, su rasgo más característico, el cabello.
¿Cómo no asociar la batuta y la plateada guirnalda de Stokowski, Karajan, Bernstein, Sir Colin Davis o Celibidache? Sí, el pelo también es política.
Pero este es —como decíamos— el punto de partida. El autor de estos textos analiza para nosotros una selección de documentos fotográficos de calidad excepcional, y se detiene en el cabello del protagonista, claro está, pero también en la mirada, en el gesto, en la indumentaria, en la composición, en la cronología, en el fotógrafo, en el contexto.
Lopezortega nos introduce así ―suavemente y con inteligencia― en la personalidad, la biografía y el modo de hacer de los grandes directores. En la siempre fascinante representación del poder.