Con los años se van acumulando vivencias y experiencias y, lo que es más productivo, se aprende a sopesar y a relativizar la memoria que se guarda de ellas. No todo está sometido a la usura del tiempo: el tiempo enriquece y hace más compleja la perspectiva de lo que logramos recordar. Lo que olvidamos, bien que mal, no nos importa, pues ha dejado de ocuparnos la mente. Con viento fresco.
Pensaba en unas reflexiones de Mikel Chamizo a propósito del “sonido Sibelius” que me ha facilitado esta mañana y he recordado que hace unos meses estuve escuchando de forma típicamente obsesiva muchas distintas versiones de la Séptima Sinfonía de Gustav Mahler. Supongo que trataba de entender, y ya son años, qué puede ser el «sonido Mahler». Probablemente me encendería recordándolo incluso si estuviera leyendo una hipotética autobiografía del compositor, pero dejándome llevar por los vericuetos de la Séptima me resultaba particularmente irritante recordar una conversación telefónica que tuve hace unos años a propósito de Mahler. En aquella conversación hablaba con un reputado pensador al que pedía una colaboración para mi trabajo documental “Mahler, Bilbao” (que ya se arrastra hacia su final tras una travesía casi desértica de más de cinco años) y él desdeñó colaborar en estos términos:
“¿Mahler? –me dijo-. No me interesa. Es demasiado autobiográfico. Yo soy más de Bruckner”.
Con elogiable educación, me despedí cortesmente antes de colgar el teléfono. El individuo me pareció -una vez más- una inteligencia crepuscular y venerable, un falso diletante, que es la forma de evitar decir que me pareció un farsante en esta materia, pero lo cierto es que su respuesta fue, en cierto sentido, prototípica de una forma de hablar de música. Esta mañana, escuchando «Ein Heldenleben», recordaba también comentarios de Adorno sobre Strauss. Y algunas otras cosas, quizás demasiadas. El tiempo debiera ser más generoso haciéndonos olvidar muchas de las cosas que hemos escuchado o leído.
Escucho ahora otra vez la primera música nocturna de la Séptima y trato de vislumbrar en ella la vida de Mahler. Complicadillo. Cuánto cargamos a las espaldas de la música: cuántas palabras, cuántas audiciones, cuánta memoria, y qué hermoso debiera ser escuchar algo así por vez primera, como cuando los niños evocan imágenes de batallones marchando al escuchar al Beethoven de “La victoria de Wellington”. Pues bien: casi siempre me sucede que escucho Mahler por vez primera.
Pobre Mahler, tan verbalizado. Pero, sobre todo: pobre Bruckner, que debió ser un músico muy poco autobiográfico. ¡Precisamente Bruckner! Ay, Señor.
©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2012-2015– http://wp.me/Pn6PL-3p