El maestro Yannick Nézet-Séguin Foto: ©Marco Borggreve

El maestro Yannick Nézet-Séguin
Foto: ©Marco Borggreve

 

Crítica publicada en http://www.mundoclasico.com  el 29 de agosto de 2014

Donostia-San Sebastián, 24/08/2014. 75ª Quincena Musical. Auditorio Kursaal. Gustav Mahler: Sinfonía número 6 en la menor, “Trágica”. Orquesta Filarmónica de Rotterdam. Yannick Nézet-Séguin, director. Aforo: 1806. Ocupación: lleno.

La Sexta sinfonía se enfoca a menudo a la luz de los sucesos que habrían de herir vitalmente al compositor tras componerla; sin embargo, para Mahler era consustancial abordar las grandes interrogantes de la vida con independencia de su propia coyuntura vital, de su momento. Había hablado de muerte y resurrección en su Segunda, estrenada casi diez años antes de componer la Sexta, y escribía esta “Trágica” mientras culminaba su ciclo de “Canciones a la muerte de los niños”, Kindertotenlieder, en la cúspide de su felicidad paterna; había transitado desde la materia inerte hasta lo divino en la Tercera, había llegado a un alegre paraíso en la Cuarta, había desdeñado después la voz humana como instrumento en la Quinta, abriéndose a un nuevo periodo compositivo no programático, y era probablemente un hombre satisfecho y feliz, con una mujer hermosa y una envidiable posición, pero que se inclinaba de forma natural –y artística– hacia problemas existenciales extremos, en los que encontraba espacios amplios, en realidad inagotables, para relatar toda su ambiciosa visión de compositor que esculpía con música su visión de la vida como campo total para el arte, y no del arte total como razón para la vida (al modo de su apreciado y extremadamente conocido e influyente Wagner); el creador bohemio no perdía de vista la alegría, el amor o las atmósferas bucólicas y pastoriles, que también están en la Trágica. La vida, para él, era desde luego abrumadora y compleja, pero al mismo tiempo transcurría sencilla, y su día a día no estaba en absoluto lejos de la ironía y el humor, aunque su visión de la felicidad estuviera sometida a esa maldición judeocristiana según la cual lo bueno no puede durar mucho: una visión cultural tradicional, cruel y hondamente instalada en buena parte de la civilización mediterránea todavía en el siglo XXI.

Pero, mas allá de las comunes supersticiones y como sucede a cualquier otra persona, Mahler carecía de una ventana desde la que asomarse al futuro. No sabía que unos meses después de crear la Sexta su primogénita iba a morir, cosa por cierto harto mas frecuente hace un siglo que en nuestros días, ni sabía que él iba a sufrir una grave e incurable enfermedad cardiaca; ni tampoco (aunque esto era quizá previsible) que iba a ser cesado en Viena. Sin embargo, los secos golpes de martillo del final de su sinfonía nº 6, Trágica, se han explicado como una premonición de Mahler sobre su propio destino. La principal responsabilidad de esta visión casi esotérica corresponde a su entonces esposa, Alma, una hagiógrafa ambiciosa y sagaz, empeñada en engrandecer las de por sí portentosas cualidades y manías de su marido hasta extremos casi sobrenaturales para adherirse a ellas como el musgo a la corteza, y edificar así su propia trascendencia, cuyo potencial como compositora había podado categóricamente -y por tanto malogrado- su atento, exigente, hiperactivo y disperso esposo. Fue ella quien hurgó en la relación entre los martillazos del Finale y las posteriores desgracias que acaecieron en su hogar, y de las que ella por cierto no había de permanecer ausente por mucho tiempo; fue ella quien se implicó en explicar la obra de Mahler a través de sus vivencias, creando un relato mistificador y próximo a lo novelesco, que se sumaba a la visión trascendente de Mahler sobre sí mismo y su obra y amplificaba sus a menudo oscuras visiones. Creo que es sensato sugerir que, para escuchar a Mahler, se intente olvidar buena parte de la creatividad literaria de su amada Alma Schindler, y creo que este olvido es más imprescindible que aconsejable para escuchar la Sexta.

La propia Alma está implicada en una cuestión no menor que afecta a esta gran obra, y es el orden de interpretación de sus movimientos. Respondiendo a una consulta de Willem Mengelberg, quien paradójicamente había tenido el privilegio de poder tratar sobre el asunto con el propio compositor, le respondió en 1919 que el orden de los dos movimientos centrales debía ser Scherzo, Andante Moderato, cosa que su marido jamás aclaró definitivamente. Sobre esto hay muchas contradicciones, controversias y también tradiciones. En nuestros días, sin salirnos de la propia Quincena Musical, Yannick Nézet-Séguin ha hecho precisamente Scherzo, Andante Moderato, mientras que Ivan Fischer, anunciado para unos días después en el mismo festival, hubiera hecho con seguridad Andante Moderato, Scherzo, que es el orden del estreno en Essen con dirección del propio Mahler el 27 de mayo de 1906, y que se erige como canónico tras los trabajos de Jerry Bruck, Erwin Ratz, Karl Heinz Füssl y Reinhold Kubik a partir de 1998. Esta cuestión del orden de interpretación no es menor, porque afecta tanto al desarrollo endógeno de la Sexta como a su relación con las obras anteriores y posteriores del compositor; y afecta centralmente, desde luego, a la decepcionante versión ofrecida por Yannick Nézet-Séguin con la Filarmónica de Rotterdam en Quincena Musical. Para terminar esta larga introducción, creo que el esquema Scherzo, Finale conforma el áspero pórtico adecuado para la Séptima (como un retablo no policromado) y creo también que es más complejo de exponer y menos satisfactorio para el público. Resulta, por decirlo de algún modo, mas radical, mas revolucionario, porque clausura radicalmente un mundo para abrir otro, cuyo cénit de oscuridad y búsqueda está en la Séptima Sinfonía. Pero Nézet-Séguin no está para meterse en esas honduras. Si el Scherzo ya fue un naufragio escondido entre el inicial Allegro y el falso tercero Andante moderato, el derrumbe hubiera sido estrepitoso si hubiera dado paso al Finale, que fue un verdadero hundimiento, y arrastró a la Filarmónica de Rotterdam a un nervioso, agotador y vacuo deambular por mas de media hora de caprichos y dinámicas inaceptables.

Hace tres ediciones, Rotterdam visitó Quincena Musical con la Tercera de Mahler. El resultado fue, a mi entender, decepcionante. Con la Sexta, aunque la Filarmónica ha mostrado un mejor nivel general, Nézet-Séguin ha incurrido en errores similares a los de aquella visita, o quizá debiera decir que ha vuelto a exhibir un mismo y personal estilo que francamente me disgusta, pero que cala en el público, para así certificar y respetar como merece el gran éxito cosechado en el abarrotado auditorio. Nézet-Séguin conduce a los músicos de Rotterdam de forma extremadamente enérgica y huera. Deja claras sus intenciones desde los primeros compases: mucha potencia, mucho ruido, mucho contraste en perjuicio de las dinámicas y como resultado un relato global efectista, desequilibrado y superficial, sin matices, un show en el que él se sitúa como centro del que todo emana: abrumadamente visible y ampuloso, utiliza varios metros cúbicos para conducir una partitura que otros, como Haitink, dirigen en dos palmos. Esa manera de dirigir huracanada, empeñado en que su propia nuca se perciba como el principal y casi único instrumento solista sobre el escenario, es un estilo que siempre ha tenido practicantes y seguidores, no hay duda (por ejemplo Stokowski en la Orquesta de Filadelfia, de la que Nézet-Séguin es ahora titular, aunque a un nivel francamente incomparable respecto a su predecesor), pero el problema es que para este repertorio Nézet-Séguin no tiene la necesaria profundidad ni parece desear toparse con ella. Explota al máximo los temas mas amables del Allegro, haciéndose extremadamente sutil y delicado, y aterciopelando las cuerdas para después disparar la artillería de metales y percusionistas sin la mínima pretensión de equilibrios: es Pontormo repintando la partitura, es manierismo.

El Scherzo se convierte en un sinsentido, así lo hubiera suprimido, y el Andante moderato se reduce a un remanso, a una cantimplora para dar de beber a los sedientos un Mahler almibarado, dulzón, y que incrustado entre Scherzo y Finale funciona como un oasis y ayuda al trago que es esta obra exigente y acerada, nada amable. El Finale es doloroso por múltiples razones, la primera su pasmosa falta de profundidad, su frágil aunque terriblemente ruidosa superficialidad, su efectismo de gran duna ascendida a lomos de un dromedario para alcanzar a mirar un paisaje inarticulado y convulso, un terremoto de arenas, una zozobra. Pero quizá lo mas irritante es que la tendencia de Nézet-Séguin a ofrecer efectos y ruido, mucho ruido, impidió disfrutar de la maravillosa orquestación de este movimiento en el que Mahler ideó texturas, sonidos y atmósferas sonoras y se valió de instrumentos que, como las arpas y la celesta, apenas fueron audibles y se hicieron notar sólo al levantarse en los saludos (cuando su importancia para el compositor era extrema, llegando a pedir dos o mas celestas cuando fuera posible). Igualmente, este Finale de Nézet-Séguin que arruinaba texturas reducía el fantástico papel de los percusionistas a una suerte de extravagancia, a una exhibición insustancial, a un circo, y dejaba exhaustos a metales y maderas, mientras apuntaba al concertino -estupendo- con la batuta. Fue una Trágica de las que adelgazan a los profesores de una orquesta, pero no hay que temer por el maestro: es un atleta.

Quizá sea interesante reflexionar sobre el contexto de crisis de la Orquesta de Filadelfia para entender la titularidad de Nézet-Séguin, un excelente relaciones públicas, seguro, y a la vez un maestro impactante y efectivo; también es ilustrativo dar una ojeada a la web de la mencionada formación para ver que no es Nézet-Séguin el anunciado en los titulares de los programas, sino Yannick: así, por su nombre de pila. Y, para concluir, sería conveniente que la renombrada gran formación norteamericana dejara de anunciar lo antes posible en su calendario que Frühbeck de Burgos dirigirá la Pastoral en marzo de 2015, como sucede en el momento en que redacto este comentario, dado que una vez fallecido es previsible que el maestro suspenda a última hora.

 

©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2014– http://wp.me/Pn6PL-3p