Boceto del proyecto para el Museo de la historia de los judíos polacos. LAHDELMA & MAHLAMÄKI ARCHITECTS. Foto: http://www.dsgnr.cl/

Boceto del proyecto para el «Museo de la historia de los judíos polacos». Lahdelma & Mahlamäki Architects.
Foto: http://www.dsgnr.cl/

 

[Hablando de polacos gentiles] «(…) Ese reproche, muy claro, vindicativo y que resuena especialmente duro hoy en medio de Varsovia, se acompaña de las minuciosas descripciones de la masacre de Jedwabne, donde en 1941 los polacos asesinaron a cientos de sus vecinos judíos mientras los nazis miraban y aplaudían –la exposición apunta que la presencia del ejército alemán significó la oportunidad en varias comunidades para librarse de vecinos y competidores molestos y quedarse con sus propiedades-, y del pogromo de Kielce, en 1946, cuando el tan viejo rumor de que habían secuestrado a un niño cristiano provocó la matanza de 42 judíos en un bloque de la calle Planty, entre ellos varios supervivientes de Auschwitz que habían regresado a casa (…)»

(Fragmento del artículo «Mil años de esplendor y persecución», escrito por Jacinto Anton, El País 26-X-2014)

 

Numerosos trabajos sobre el proceso de nazificación de la sociedad alemana explican de modo claro y convincente que uno de los motores de la  aceptación (tácita o expresa, silenciosa o ruidosa)  del exterminio de los judíos por la sociedad alemana fue el expolio: quedarse con sus propiedades, sus casas, sus riquezas y sus negocios. Un libro sobresaliente al respecto es «La utopía nazi», de Götz Aly. En este libro se explica que el exterminio de los judíos sirvió para elevar el nivel de vida medio de los alemanes no judíos, que miraron gustosos hacia otro lado. Hubieron excepciones, claro, y fueron cruelmente reprimidas, pero fueron las menos. La riqueza de los judíos ricos (no todos lo eran, ni mucho menos) relajó drásticamente los laxos instintos humanitarios de toda una raza -por emplear la propia terminología nazi-, que probablemente vertebraba el país formalmente más culto de Europa: Alemania. Del estupendo artículo de Jacinto Antón que cito al inicio, lo más interesante es cómo el autor explica en pocas líneas qué hubo de suceder para que Willy Brandt se arrodillara en 1970 ante el monumento al levantamiento del gueto de Varsovia, donde ahora se levanta el Museo, pero también qué sucedió en tantas otras ocasiones y lugares y épocas: ahí está la masacre de la calle Planty, posterior a la Segunda Guerra Mundial. Todo un símbolo.

De todo lo relativo al Holocausto quizás lo más devastador no sea la eficaz ingeniería y salvaje serialización del asesinato, sino imaginar entre sus larvas la envidia y la codicia de unos vecinos respecto a los bienes y propiedades de otros vecinos: la delación interesada, la traición prosaica motivada por aspectos que nada tienen que ver con la ideología o la creencia en la supremacía racial, sino con el mero robo legalmente amparado, con el silencio roto de la noche, cuando una madre aria besa en la frente a sus hijos y les sosiega diciéndoles: «no hay nada que temer», en medio de los ruidos y del miedo mudo (el más penetrante de los alaridos) de una familia que un piso más arriba, o en la puerta de al lado, está siendo arrancada a culatazos de su certidumbre, de su hogar, de su hasta hace poco inalienable condición humana.

Quizá no haya pueblo ni país en Europa que, en los últimos cien años, no haya sosegado a unos niños silenciando y echando a un lado el terror de otros niños. Pero en Alemania, en la Alemania nazi, se dio aliento a la codicia y amparo legal al latrocinio para consolidar en el poder a un régimen asesino que precisaba de una mayoría connivente. No hizo ni hace falta delatar para colaborar: basta con saber girar la mirada hacia otro lado, guardar silencio y acunar a un niño mientras otro niño se ahoga detrás de un simple tabique de ladrillo. Y de eso sabemos mucho, pero mucho, demasiados europeos.

 

Imágenes del Museo de la Historia de los Judíos Polacos: http://www.dsgnr.cl/2013/05/museo-de-la-historia-de-judios-polacos-lahdelma-mahlamaki-architects/

Artículo de Jacinto Anton en El País: http://cultura.elpais.com/cultura/2014/10/25/actualidad/1414196934_425640.html

 

©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2014– http://wp.me/Pn6PL-3p