Que la Filarmónica de Viena se decida en 2013 a investigar y hacer pública su connivencia con el poder nazi es curioso. De esa orquesta pueden decirse muchas cosas: que tiene un sonido especialísimo y reconocible; que borda en grabaciones y programas excepcionales un repertorio al que de hecho no se dedica habitualmente; que es una organización tan machista como la mas recalcitrante sociedad gastronómica vasca; que su concierto de año nuevo es hondamente previsible y hortera; que ha legado algunas de las grandes grabaciones del siglo XX. Todo eso es cierto, aunque sea opinable. Lo que está fuera de duda es que tuvo una profunda implicación con el ideario nazi, que incluso en los años sesenta ratificó esas simpatías (como la prensa ha publicado estos días) y que buena parte de su presente continúa destilando esencias rancias (¿reconocibles?): cierta arrogancia rubia, un conservadurismo glacial, o esa coña de las retransmisiones de año nuevo cuando se encuadra a un niño cantor de color como para alejar a los ojos del mundo cualquier atisbo de prejuicio racial. Ponga un negrito en su coro, pero para que se vea.
Durante meses he trabajado en los archivos de la Sinfónica de Bilbao, y buena parte de ese tiempo lo he dedicado al periodo 1936-1944, es decir desde el comienzo de la Guerra Civil hasta el momento del evidente e inexorable declive de la fortaleza nazi en los distintos frentes europeos de la SGM. Entre 1939 y 1944, el repertorio de la Sinfónica de Bilbao se llenó de obra alemana, particularmente de Wagner, se interpretó obra de músicos italianos auspiciados por el Fascismo, se homenajeó a militares nazis en los teatros bilbaínos en los que la esvástica lució en los escenarios, las loas a Franco y al glorioso movimiento nacional llenaron los programas de mano, muchos músicos fueron depurados por las autoridades franquistas, como otros fueron promovidos, se dieron la delación y también el trabajo sordo para restar presas a las fauces insaciables del régimen, y todo el aparato propagandístico de la época, prensa y radio, trabajó intensamente para hacer de la Sinfónica de Bilbao la orquesta del Norte y uno de los emblemas del interés de Franco por la alta cultura. Un interés irreal, rotundamente. También dirigieron a la BOS maestros indudablemente íntimos al ideario nazi, como Hans von Benda (de hecho militante del Partido Nacional-Socialista). Von Benda sigue siendo citado en las reseñas históricas que maneja la propia BOS para programas de mano, etc. Pero, dicho todo esto, para mi es evidente que la BOS no fue una orquesta franquista, sino una formación que vivió bajo el primer franquismo una de las etapas más complejas de su larga trayectoria, pronto centenaria.
Hace un tiempo protesté a alguien de la dirección de la BOS por la inclusión de Hans von Benda en las referencias de principales maestros que han dirigido a la orquesta en su historia, sobre todo porque hay muchos grandes directores a los que citar y recordar y que no despiertan ninguna repugnancia ideológica -al menos en mi, mientras que Benda sí; por otro lado, no estoy seguro de haber sido entendido-. El hecho es que von Benda anduvo por Bilbao, como otros nazis estuvieron en otros lugares, algunos organizando colonias scouts en Latinoamérica y otros dirigiendo orquestas dentro de la propia Alemania. Tampoco puede ni debe la Filarmónica de Viena borrar de su historia a Clemens Krauss. Lo que debiera tratar de medir la investigación en curso promovida por la orquesta no es por tanto si existieron simpatías con los nazis, que indudablemente sí y no es una novedad, sino qué grado de profundidad alcanzó la implicación de la Filarmónica con la dirigencia nacional-socialista. Puede aventurarse una respuesta: se dieron una gran profundidad y una enorme implicación en las relaciones, de acuerdo a lo que sucedió globalmente con la anexión de Austria al Reich. No es casual que la Filarmónica quiera hacer pública la investigación sobre su pasado coincidiendo con el 75 Aniversario de la Anschluss, enmarcando adecuadamente su propia miseria en el seno de una miseria enorme, casi continental: por fuerza muchos profesores de la Filarmónica eran nazis, cuando el paseo de los nazis hacia el corazón de Viena fue eso, un paseo sobre una alfombra de flores y entre amables sonrisas infantiles. Estaba en su apogeo la nacificación de la Europa de habla alemana.
Norman Lebrecht (ver http://www.normanlebrecht.com), un comunicador al que ya he citado anteriormente en este blog, recordaba ayer mismo que Bernstein trabajó profusamente con la Filarmónica de Viena. Bernstein era judío, y con esa orquesta grabó su prodigioso (para mi demasiado prodigioso) ciclo de las sinfonías de otro judío, Gustav Mahler, cuyo busto de bronce fue arrancado de la escalinata de la ópera de Viena por los nazis para fundirlo y hacer balas, siendo la Filarmónica de Viena la orquesta de ese histórico foso. Con Bernstein, los filarmónicos vieneses trabajaban para dejar atrás su pasado, precisamente porque el pasado se puede superar, no borrar. Lo triste de la Filarmónica de Viena es que siga transmitiendo un conservadurismo trasnochado, macho y rancio. Además, ¿no es en cierto sentido producto de la coyuntura el modo en que la historia puede juzgar las actitudes? El propio Lebrecht -cómo no- publicaba hace unos días que el director musical de las exequias por Chávez iba a ser (el previsible) Gustavo Dudamel. Muchos encontramos muy significativo que Dudamel se ausentara de una función de ópera en Los Ángeles para estar en Caracas. Cómo esos gestos se juzgarán en el futuro dependerá de cómo evolucione una imprevisible Venezuela. Por Caracas ha pasado también Simon Rattle colaborando con el Sistema, entre muchos grandes músicos, ¿se le juzgará también por connivencia si la historia, que es artera y terca, termina torciéndose y llevando a Venezuela por donde nadie quiere? Que bien pudiera.
Gustavo Dudamel no es Arturo Toscanini, un temprano y comprometido militante antifascista, ni lo fueron Krauss, o Karajan, o Celibidache, quienes como muchos otros dirigieron en Alemania bajo el dominio nazi. Es importante que la Filarmónica dé al mundo -o, mejor, a la fracción diminuta del mundo potencialmente interesada en esa aportación- información y conocimiento sobre ese fragmento de su historia, pero es mas importante que evolucione y se adentre en el S. XXI. La historia no puede ser un lastre, sino un impulso. No somos lo que fuimos, sino ese lugar al que deseamos dirigirnos. En marzo de 1938, muchos austríacos y muchos músicos austríacos desearon dirigirse al encuentro de la supremacía racial y se sumaron a uno de los regímenes políticos más criminales e intelectualmente repugnantes de la historia, si no el más. Cuando cinco años después el VI Ejército era sitiado en Stalingrado, llamaba la atención de la inteligencia soviética cómo los austríacos prisioneros ponían énfasis en decir que ellos no eran alemanes. Así es la historia: somos una cosa mientras avanzamos hacia el Volga, y otra si queremos volver a ver el Danubio.
©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2013 – http://wp.me/Pn6PL-3p