Ensayando "Don Carlos" en Euskalduna Jauregia. Foto: @Enrique Moreno Esquibel / ABAO-OLBE

Ensayos de»Don Carlos» en Euskalduna Jauregia. Foto: @ Enrique Moreno Esquibel / ABAO-OLBE. Cámara: Nikon D4. Objetivo: 14-24 mm

 

En la vida real hubieran sido una turba fanatizada, una de esas multitudes temibles que lo mismo quema a un hereje que cuelga por los pies al dictador al que semanas antes aclamaba: una hidra sin control, con más brazos que cabezas. Sobre el escenario, son hombres y mujeres que se esfuerzan en el ensayo para poner en pie un enorme crucifijo, un símbolo de paz que será violentado en la función hasta ser transformado en el ídolo propiciatorio de un brutal auto de fe en Valladolid. Ocurrirá en la Escena II del Acto III de «Don Carlos», de Verdi.

El fotógrafo retrata el grupo desde el hombro derecho del escenario. Arrodillados sobre la tarima, unos acusados en el auto de fe; a la izquierda, sobre un sitial, el rey Felipe II, cantado por Orlin Anastassov en las funciones que abrieron la temporada 2015-2016 de ABAO-OLBE. Cuanto más se observa la fotografía más personas aparecen. Es una metáfora de la ópera como tarea compleja y colectiva, pues junto a los pares de brazos que se ven están ocultos los de iluminadores, atrezzistas, maquinistas, sastres, músicos, agentes, acomodadores, conductores, maquilladores, carpinteros…

No hay muchos espectáculos equiparables en complejidad que además deban someterse al examen del público en directo, en un escrutinio minucioso y afilado que se vuelve a editar con cada función; pues ni siquiera dos funciones consecutivas son idénticas. Para algo así son precisos mucho trabajo, mucho talento y mucha energía y una fuerte inversión, y todo ello bien definido y canalizado. La intensidad del directo en la ópera es casi opresiva. Un privilegio y un distintivo para Bilbao contar con una temporada consolidada.

Aunque oculto tras la cámara, el fotógrafo es el vértice en el que converge toda la compleja acción de la escena y, a su través, toda la industria que materializa el género. La singularidad de la imagen es que, algo elevado sobre los actuantes, Enrique Moreno Esquibel parece estar acompañando con su cámara no el movimiento de los brazos, sino el del crucifijo al elevarse: encaramado a alguna estructura, el fotógrafo logra acompasarse con esa elevación ritual del ídolo, capturando y transmitiendo de ese modo todo su aparente peso y toda su potencia, que presidirá y en cierto sentido propiciará el final inexorable del Acto III. No es difícil imaginar cómo aprieta el disparador de acuerdo a su propia respiración en el esfuerzo.

Los mejores deseos para todas y todos los responsables y aficionados en el inicio de las funciones de la 2016-2017.

 

Con mi agradecimiento a Enrique Moreno Esquibel por su fotografía