Abbado4

Claudio Abbado, 1933 – 2014
Fotografía: http://www.agi.it

Hace unos meses, cuando Abbado suspendió su gira a Japón, todos sus seguidores supimos que su enfermedad regresaba y que no iba a haber cuartel. De alguna manera, el duelo por el maestro ya lo habíamos vivido cuando hoy se ha conocido su muerte.

He leído unos cuantos obituarios: algunos en castellano, otros en mal castellano, otros en italiano y algunos en inglés, de interés dispar. Me ha parecido algo forzado el modo en que algunos hagiógrafos pretendían resaltarse a si mismos escribiendo “esto me dijo”, o “aquello me contó”. Como si importaran ellos, colándose en el luto. O como si el hecho de haber estrechado su mano o haber charlado con él les revistiera de una aureola. Santeros. Los maestros imponen sus tiempos, no sus manos. Puede que dañen, pero no curan. No así la música, que cura pero no daña.

Abbado vivió un renacimiento tras retrasar su partida, y en este periodo de una docena de años dirigió versiones asombrosas. Era grande desde que guardo memoria de la música, y desde aquel sonido, Ab-bado, que decía y paladeaba de chaval; desde aquellas memorables carátulas de pavo real de su integral de Mahler; desde un impreciso entonces no hizo sino crecer y enriquecer su asombrosa consistencia musical y ciudadana.

De ahí el luto. Abbado nos recordaba que los grandes artistas son también, y quizá en primer lugar, animales sociales, plenamente conscientes de su papel como actores de la cultura y sujetos políticos. Riccardo Muti recriminando a Berlusconi el rapto y violación de la cultura en una velada histórica en La Scala, Claudio Abbado arrastrando la música a las prisiones o hacia los jóvenes. Activa e inevitablemente morales.

Descansa en Paz, maestro Abbado, en ese infinito silencio absorto donde nadie te escucha, porque la música se ha hecho luz y esta vez no concluye. Esta vez es para siempre.

 

©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2014– http://wp.me/Pn6PL-3p