DOROTHEA ROSHMANN. FOTO: ©HARALD HOFFMAN / ASKONAS HOLT

 

Publicado en Mundoclasico el 5 de diciembre de 2017

Bilbao, 16/11/2017. Sociedad Filarmónica. Dorothea Röschmann, soprano. Malcolm Martineau, piano. Schubert: Mignon Lieder. Mahler: Rückert-Lieder. Schumann: Maria Stuard Lieder. Wagner: Wesendonck-Lieder. Aforo: 930 localidades. Ocupación: 70 %.

Muchas cosas se pueden expresar en un puñado de canciones, y Dorothea Röschmann se sirvió de la primeras canciones de su recital, interpretadas bajo el título Mignon Lieder, para abrir y mostrar un amplio y convincente abanico de cualidades: una técnica fantástica, una voz amplia y profunda, carnal y oscura, con unos graves llenos de poder y una emisión limpia y extremadamente afinada. Súmese su notable capacidad para decir, para transmitir poesía, y quedará dibujada una gran liederista, una cantante capaz de subyugar a la audiencia para situarla en un plano de completa receptividad. No se escucharon toses en la Filarmónica bilbaína mediado noviembre, y no es escucharon porque el público no se acordaba de toser. Estaba en otro mundo.

Röschmann también. De hecho estuvo en cuatro, cantando desde cada uno de los cuatro compositores del programa con extrema naturalidad y enfundada en diversos estilos. Impresionante el solemne ciclo de la Reina María Estuarda, dramatizado por una cantante que apoya su mano derecha en el piano, quieta y sin adornos. El canto de Röschmann es escrupuloso, minucioso y comprometido, un canto honesto, poderoso y bien administrado. Puede maravillar por su versatilidad en unos Wesendonck-Lieder magníficamente interpretados, alcanzando cotas excepcionales en Im Treibhaus; puede ser íntima en Schumann, y descreída y al tiempo tiernamente vulnerable en los Rückert-Lieder.

Con dos canciones tan excepcionales como Um Mitternacht y Ich bin der Welt abhanden gekommen, los Rückert fueron probablemente la cumbre del concierto, con una gran aportación de Malcolm Martineau. Los Rückert, siempre ardiendo en el fuego bajo de la música y la cultura centroeuropeas, encontraron en Röschmann una cantante a la altura de sus grandes referencias, muy poderosa, con mucha clase. En Um Mitternacht el canto crecía y la presencia física de Röschmann parecía menguar, ¡qué hermosa versión!, qué naturalidad y sencillez en Ich atmet einen linden Duft y qué gran prestación en conjunto. Dorothea Röschmann hacía que la música se escuchara en el paladar y que el oxígeno entrara por el oído, como un soplo liberador y al mismo tiempo esclavizante, confundiendo los sentidos y trastocándolos para producir, simultáneamente, nuestra gozosa indefensión y nuestro arrobo.