González, Hugo Sigman y Barenboim en un Colón abarrotado. Foto: Prensa Teatro Colón /Máximo Parpagnoli

González, Hugo Sigman y Barenboim en un Colón abarrotado.
Foto: Prensa Teatro Colón /Máximo Parpagnoli

 

Ha sido muy amplio el catálogo de actividades desarrollado por Daniel Barenboim en Buenos Aires en las últimas semanas. Además de ofrecer un multitudinario concierto gratuito en Puente Alsina, ha sido director y pianista sobre el escenario del Teatro Colón, ha sumado a su deslumbrante despliegue a una artista tan colosal como Martha Argerich, toda una gloria argentina, ha sabido conjugarse con Les Luthiers -también otra gloria argentina, sin duda- y ha exhibido su orquesta West-Eastern Divan, en cuya web puede leerse: “Desde sus inicios, este proyecto ha demostrado consistentemente que la música es un instrumento útil para romper barreras que hasta ahora eran consideradas infranqueables (…) Aunque obviamente la música no resolverá el conflicto árabe-israelí, sí tiene importancia en el acercamiento entre las personas, brindándoles una oportunidad de conocerse. El único aspecto político que se extiende por el taller es el acuerdo acerca de que no existe una solución militar al conflicto”. En el contexto de esta definición, que proporciona la Fundación Barenboim-Said, hay que entender la presencia en el escenario del Teatro Colón de Felipe González, expresidente de España, para hablar con Barenboim sobre la situación en Palestina, realmente virulenta en estas fechas pero, lo que quizá es mas grave, cruelmente enquistada desde hace décadas. El diálogo estuvo moderado por el activo y polifacético empresario farmacéutico argentino y presidente del Grupo Insud Hugo Sigman, responsable como tal de Editorial Capital Intelectual, cuyo catálogo de publicaciones puede verse aquí.

¿Por qué González como contertulio? ¿Qué aporta el expresidente español a un debate sobre el conflicto árabe-israelí, más allá de su innata inteligencia y versatilidad política y su relación y probable amistad con Barenboim? Con su proverbial carisma, manejador de las artes necesarias para ganarse al público y salir a hombros incluso de una encerrona, ante el público amable y receptivo que abarrotaba el maravilloso e histórico Teatro, González no dudó en adjetivarse a si mismo como “moro” (quizá por ser sevillano), invocando así de forma bastante equívoca su carácter andaluz y en consecuencia culturalmente arabizado –está por ver si los sevillanos se consideran “moros” más allá de la gracieta, o si “moro” no es una terminología un tanto discutible–. Resulta un tanto ligero ese guiño cuando en el debe de González, quizá el más dotado e importante presidente español del actual periodo constitucional, está su clamoroso y perfectamente calculado y consciente olvido de los saharauis, un pueblo árabe, musulmán y africano. González se debe sentir mucho más cómodo hablando de un conflicto que sencillamente no le atañe directamente, como el de Gaza. Hay otro segundo aspecto de la presencia de González a destacar: su referencia a Latinoamérica como ejemplo de espacio en el que es posible la convivencia pacífica de sirios, libaneses, armenios, palestinos o judíos; de hecho la ciudad es, ciertamente, un crisol de decenas de culturas y religiones. Quizá González llegó caminando al Colón, atravesando la preciosa plaza Lavalle, donde se levanta Templo Libertad, la Sinagoga de la Congregación Israelita Argentina, primera levantada en la ciudad. Lavalle es una plaza que impresiona y subyuga, en la que todavía parecen escucharse los pasos hacia el Colón de Arturo Toscanini, y en la que se percibe la grandiosidad de una ciudad y un país maravillosos. Lavalle nubla la percepción, es embriagadora. Quizá por caminar por ella González olvidó, o tal vez los medios no lo han recogido, citar los terribles atentados sufridos por la comunidad judía precisamente en Buenos Aires: el 17 de marzo de 1992, el objetivo terrorista fue la embajada de Israel en Argentina. Murieron 29 ciudadanos y otros 242 resultaron heridos. Dos años después, el 18 de julio de 1994, el objetivo fue la Asociación Mutual Israelita Argentina, AMIA. Murieron 85 personas y hubo 300 heridos. Es decir, que a escasas manzanas (cuadras, que dicen en Argentina) del lugar en el que hablaba González, en Pasteur 633, tuvo lugar uno de los mayores actos terroristas antijudíos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. La autoría de ambos atentados fue de Hezbolá, el “Partido de Dios” chií libanés: si la convivencia es posible en Buenos Aires y si Latinoamérica es un ejemplo de espacio de convivencia, es pese a los repetidos intentos del islamismo radical por dinamitar los cimientos de esa convivencia y con el precio pagado en sangre israelí. Lo mismo ha pasado en muchos otros lugares, y tengo la suerte –y la pena– de conocer algunos de ellos.

Desde 1994 no ha pasado tanto tiempo, de hecho el atentado sigue vivo y sigue abierto. Felipe González, que fue recibido en audiencia junto a Barenboim por Cristina Kirchner días después de su charla, debía conocer que en enero de 2013 el gobierno de la mencionada presidenta impulsó con el gobierno iraní la creación de una “Comisión de la Verdad” para avanzar en la investigación del atentado, aparentemente no esclarecido después de hace exactamente 20 años. La puesta en marcha de esta “Comisión de la Verdad” generó una viva polémica y tuvo un rechazo frontal por parte de las principales agrupaciones judías de Argentina, y en mayo de este mismo año, 2014, la Cámara Federal declaraba inconstitucional el memorándum dando la razón a la comunidad judía. El 18 de julio de 2014, vigésimo aniversario del salvaje atentado, se reclamaba nuevamente desde AMIA la derogación del memorándum y se exigían “medidas concretas para conseguir la captura de los iraníes acusados del atentado”. Ese es el marco en el que González hablaba de Latinoamérica como ejemplo de espacio de convicencia y se entrevistaba con una presidenta deseosa de tender puentes hacia la comunidad judía argentina. Como otro plano de análisis, pero que pertenece mas al nivel de la política interna de Argentina, el impulsor del festival Barenboim era y es Mauricio Macri.

La charla en el Teatro Colón como tal, por lo reflejado en los medios de comunicación, apenas fue mas allá de los lugares comunes que se presuponían adecuados al evento, expuestos a un alto nivel de análisis y discurso (de hecho el encuentro ha inaugurado un ciclo llamado «Diálogo de Música y Reflexión» que va a repetirse, entiendo que sin González); pero sí llaman la atención algunos detalles. El diario “El País”, que a raíz del encuentro en el Teatro Colón y pese al contexto general expuesto titulaba su información “Gaza conquistó el Teatro Colón”, pone en boca de Barenboim: “La idea del Diván no fue, no es y no será política. Pero intentamos despertar y desarrollar la curiosidad del otro”. Esta frase choca frontalmente con el objetivo fundacional de la orquesta, citado literalmente en el inicio de este artículo. Por lo demás, Barenboim se atuvo a su habitual –y encomiable– guión. De González destaca El País esta cita, que incluyo para que no queden dudas: “Estamos en Buenos Aires. ¿Qué sugeriría yo en este teatro Colón y al público? Por favor, las comunidades de origen sirio, palestino, judío… que sólo conviven de esta manera en América latina. ¿Lo repito? Solo en América Latina, la vieja Europa tiene demasiadas heridas.” Tendencioso, desmemoriado y además equivocado. En Túnez, no por casualidad el país norteafricano que mantiene con un rumbo mas sensato y firme su transición tras el proceso llamado “primavera árabe” (en muchos países después llegó el granizo integrista), judíos, cristianos y palestinos convivieron durante milenios en la isla de Djerba. El 11 de abril de 2002, Al-Qaeda estrellaba un camión de gas natural cargado de explosivos contra la Sinagoga de la Ghriba, asesinando a 14 turistas alemanes, seis nacionales tunecinos y un francés, y dejando heridas graves a 30 personas más. Pero González olvidaba también a la propia España, un país que debe conocer sin posibilidad de excusa, en la que los magrebíes y subsaharianos son socialmente mal aceptados, es decir son claro objeto de racismo, una España que en el siglo XXI se encierra y guarece entre vallas y cuchillas y que acaba de reconocer el derecho a la nacionalidad española a miles de descendientes de judíos sefardíes expulsados en la apoteosis católica de 1492, es decir: tras 522 años de espera. González no lo hizo en sus 14 años como presidente. Por lo demás, pese a los brotes evidentes de xenofobia y racismo que la crisis ha acrecentado en Europa, creo importante reivindicar que la «vieja Europa» (vieja cuál, ¿la Europa de Pericles o Augusto o El Cid?, porque la Unión Europea es extremadamente joven) es un gran marco de convivencia y pluralidad. Se supone que en esa dirección trabajó el propio González desde sus amplias e intensas responsabilidades como presidente de España y activo político europeo.

Ha trascendido otro hecho interesante del encuentro en el Colón. Daniel Barenboim y Felipe González preparan juntos la publicación de un libro sobre la relación entre música y política. Siendo uno de los mas importantes directores de orquesta del mundo en activo, Barenboim podría escribir fundadamente de ambas cosas, música y poder, pero es dudoso que González pueda aportar mucho sobre esa relación desde el plano musical. En un solvente y conocido sitio de internet de habla hispana, se publicaba el 27 de febrero de 2007 lo siguiente: «Se cuenta en círculos políticos que el Presidente del Gobierno [Rodríguez Zapatero] está interesado en lograr el apoyo de Felipe González como forma de acallar las disensiones con la vieja guardia. Los intentos de aproximación de Zapatero han llegado hasta que su esposa, Sonsoles Espinosa, acompañe a González al Auditorio Nacional para escuchar a Daniel Baremboim con la Filarmónica de Viena. Barenboim ha conseguido, gracias en buena parte a González, que Chaves le financie en Andalucía su orquesta del Divan, integrada por árabes, judios y palestinos. Debe sentar fatal a un expresidente que un conserje le llame la atención por colocar bastón y chaquetón donde nadie debe, sobre el peto de la primera fila de anfiteatro. Cosas que le pasan a quienes no acuden con frecuencia al auditorio. Claro que esto también se notó al final con cuatro bostezos tan amplios que fueron dignos del león de la Metro. Bruckner, al parecer. Era droga demasiado dura» (ver enlace).

Quizá Gaza conquistara el Colón, pero quede claro: Bruckner no conquistó a Felipe González. Quizá su música le pareció perteneciente a esa Europa vieja y llena de heridas de la que habla cuando está en Buenos Aires. Después de todo, Europa acumula siglos y siglos de palabras estériles y González, al menos en su época en Moncloa, se relajaba entre bonsais y se crecía en la retórica. Barenboim, al menos, se luce con Bruckner, pues sabe lo que es dirigir: charlar a la vez, si hace falta, con Dios y con el Diablo.

 

©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2014– http://wp.me/Pn6PL-3p