Un miembro del Maidan, oculto tras su pasamontañas. Foto: extraída de un vídeo.

Un miembro del Maidan, oculto tras su pasamontañas.
Foto: extraída de un vídeo.

El pasado 19 de marzo, Ángel M. de Frutos Baraja compartió en Facebook un artículo en El País escrito por Miguel Ángel Bastenier, titulado «El ‘nuevo’ Gran Juego» y que puede leerse aquí: http://t.co/d3DTB4M5rK

Después se inició un diálogo entre varias personas, en que se argumentaron y aclararon ideas sobre Ucrania como país imaginario y a lo largo del cual el propio Ángel M. de Frutos intervino diciendo:

«Añado algo que ya he dicho aquí. No siento ninguna simpatía por el Sr. Putin, pero a Rusia desde la desintegración de la URSS se la ninguneado y acorralado. Se ha hecho avanzar la NATO hasta sus mismas fronteras incluyendo países que eran su zona de influencia. Y Rusia, con Putin o cualquiera otro, es mucha Rusia. Los intereses de Rusia en Crimea y más aún en Sebastopol, son algo más que sentimentales, son estratégicamente vitales. ¿De verdad alguien esperaba que Rusia asistiera imperturbable a que la base de su flota en el Mar Negro y el Mediterráneo cayera en manos hostiles? Occidente ha actuado con Rusia como si fuera un enemigo vencido y eso es un tremendo error.»

Yo tenía pensado escribir sobre Ucrania y le pedí permiso a Ángel para comenzar mi post con ese texto suyo, porque me parecía un punto de partida excelente.

Vladimir Putin es ruso e inteligente, y conoce a sus ciudadanos. No es cierto que en la Segunda Guerra Mundial el frio venciera a los invasores alemanes, ni que el lago Maidan se tragara a los teutones como si el hielo fuera un aliado topoderoso y predecible de los buenos campesinos rusos levantados en armas. Putin sabe que el nutriente principal de los rusos es el orgullo, y que el principal enemigo del orgullo es el olvido. Stalin lo supo -o lo asumió- al reinstaurar condecoraciones en el revolucionario Ejército Rojo que se batía en retirada hacia el Este casi en los dientes de los blindados alemanes: volvían a existir Suvorov, Kutuzov y el propio Nevsky, ahora en forma de medallas que categorizaban mandos. Volvían las jerarquías y los héroes, y el relato mismo de las andanzas del francotirador Zaitsev, su conversión en héroe entre las ruinas de Stalingrado, supuso una declaración oficial a la vez pragmática y simbólica, y hoy vigente: Rusia es un país de retornos. Periódicamente retornan los héroes. Periódicamente retornan los zares. En alguna zona de la historia profunda de las Rusias hay un diapasón que, en imprevisible e inexorable ritmo, vuelve y vuelve a oscilar. Puede parecer que está detenido. Pero no se detiene.

Putin no es un héroe, pero sí un zar, ¿es que no lleva años ejerciendo como tal?. Y para serlo, para reforzar ese poder omnímodo y transmitirlo, en un mensaje inequívoco, a sus ciudadanos siervos, a esa Rusia de ciudadanos que siempre las padece y sólo cambia de oligarquías, pero nunca las supera; para ser el icono de poder que despierta en llamaradas la memoria, el combustible del orgullo patriótico, persigue y castiga la libertad sexual y a sus minorías, pues desea un estado macho, aguerrido, soberbio, en el que los gays son guijarros molestos en el interior de las botas de fieltro de sus oficiales; y crea unos juegos de invierno mastodónticos, de un exhibicionismo casi obsceno; y aplasta a sus contrarios, ¿recuerda alguien a Kasparov anunciando las intenciones de Putin?; y exhibe sus músculos con el torax desnudo, declarándose inmune al frio, y se retrata con sus rifles de caza.

No se si Ángel M. de Frutos Baraja tiene razón en su análisis geoestratégico, sospecho que sí. Pero creo que Putin valora Crimea ante todo en clave interna, ansiando afianzar su propio y absoluto control interior. Los zares no fueron fusilados, sólo se fusiló a los Romanov. Una familia no es nada. Como gobernantes ahí siguieron, ahí siguen. Y desde sus tronos recuerdan a los rusos cosas que se les han relatado y transmitido de forma diferente al modo en que a nosotros se nos contaron y se nos cuentan. Uno de esos relatos es, precisamente, el relativo a Ucrania: el Estado soberano que en buena parte peleó contra los nazis, pero en otra buena porción colaboró con ellos y los acogió con sal, como a libertadores; el país imaginario, que escribía Pompeyo Pérez Díaz en nuestro diálogo en Facebook (recordando de paso que en realidad Crimea no fue originariamente rusa o ucraniana, sino tártara), que lo mismo era masacrado por los alemanes por aldeas enteras por su actividad guerrillera como proveía de los mas crueles guardianes a los campos de exterminio. Ucrania no era una, ni lo es; ni era grande, ni lo es; ni fue libre, ni lo es. Es un relato que la historia escribe con lentitud y tozudez. Y Occidente, al menos desde la época de la expansión de su influencia y las grandes colonias, vive inmerso en el complejo de pensar que la historia puede escribirse con una caligrafía determinada. Pues bien, dice Putin: yo escribo en cirílico. Es su orgullo y su nacionalismo lo que despiertan.

Desde Occidente hemos visto tradicionalmente a Rusia como una tierra enorme, gélida y semiasiática; Ucrania era para Hitler sólo su futuro granero, y Rusia un enemigo bárbaro y fácil de batir. Se equivocó. Un país que a sus zares y bravucones y matones suma a Shostakovich, Chaikovski, Glazunov, Scriabin, Chejov, Tolstoi, Turgeniev, Ilia Repin, Larionov y un infinito etcétera, no es un país ni menospreciable ni fácil de aplastar, ni es acorralable. Entiendo a ese Putin que no quiere sentirse encerrado, que desea saltar las cerraduras que hemos querido imponerle tras la caída de la URSS;  como también entiendo a los ucranianos que saben de Putin lo suficiente como para buscar el abrazo de Occidente enterrando jóvenes héroes en un inconcluso relato (santa y ensangrentada Polonia: qué contar del sufrimiento de ser bisagra y paso entre tan pesadas puertas). Son estos periodos y fuerzas, movimientos estratégicos, procesos que se escapan a menudo al veredicto de la Historia, y de esta disciplina se lo suficiente como para ser cauto en mis propias opiniones mientras los aparentes acontecimientos se suceden -y hasta donde los conocemos-. Donde no puedo dudar es en el ámbito de los derechos de los ciudadanos: no admito que Putin se haga más dueño y más zar abominando de los homosexuales y despreciando a las minorías, retrocediendo en valores que para mi, desde mi pespectiva occidental, son esenciales, y desde mi formacion cristiana son ecuménicos.  Pero, ¿lo son para los rusos en la misma medida? ¿Y para los ucranianos? ¿Y para qué parte de la compleja sociedad ucraniana o rusa? ¿Qué sabemos de la visión del Maidán sobre los derechos ciudadanos, la democracia, el aborto, el derecho a amar en libertad? ¿No existen estados hoy en EE.UU. cuyas legislaciones prohiben la sodomía y ejecutan la pena de muerte? Por eso vuelvo a Ángel M. de Frutos: no hay enemigo vencido que no ansíe  erguirse, como no hay país delimitado a escuadra y cartabón que no busque incesantemente encontrar sus verdaderas fronteras. Rusia es un gran país. Mi deseo es que también Ucrania pueda serlo: no sólo un Estado real, sino también y sobre todo mucho mas que un país imaginario.

 

©Joseba Lopezortega Aguirre, Bilbao, 2014 · AVISO LEGAL