(El Correo)
En el margen de sólo unas horas, dos hechos de muy diversa índole han acontecido en Bilbao: se ha interpretado la Octava Sinfonía de Gustav Mahler y ha sido robada la escultura que homenajeaba a Unamuno en el Casco Viejo bilbaíno. Aunque en las antípodas, ambos hechos guardan un profundo y tenebroso vínculo, que gana en importancia a la vista de los últimos resultados electorales: Mahler y Unamuno tienen en común haber visto ultrajada su memoria con la desaparición de sus bustos, ello en circunstancias que paso brevemente a relatar.
Gustav Mahler ya estaba enfermo cuando Auguste Rodin fundió un bronce con su busto. Una copia al menos de ese busto sobrevive, que yo sepa, en la Galería Nacional de Praga, no así el original: cuando los nazis tomaron Viena, el bronce de Mahler que presidía una de las escalinatas de la célebre Opera austríaca fue fundido para balas de cañón. Mahler era, naturalmente, un músico judío. Muchos años después, en el contexto de un acto de signo ultranacionalista, unos individuos desprenden de su peana la cabeza de Unamuno y se la tiran de mano en mano como si se tratara de un balón de rugby, hasta que la cabeza desaparece. Unamuno es para estos individuos, naturalmente, un escritor enemigo de lo vasco, un españolazo.
Hay muchas cosas en común entre el colectivo que funde el busto para fabricar balas y el que pretende ahuyentar la -larga- memoria del escritor, y entre ellas no es menor que unos y otros desconocen, con toda probabilidad, la obra de los agredidos. Hay también muchas cosas diferentes, y entre ellas es la principal que mientras los nazis se aupaban en el poder con el apoyo de las urnas, los ultranacionalistas vascos encuentran en las urnas motivos para al menos dos constataciones: una, que están muy lejos de representar a la mayoría del pueblo vasco; dos, que la sociedad premia sin paliativos el inicio de su andadura por cauces políticos e institucionales, y que como opción política ese reverdecido colectivo pasa a ocupar un espacio relevante en materias que objetivamente influyen en la vida y la voluntad de los vascos, cada vez más lejos de la entelequia ideológica y la amenaza mafiosa en que se había convertido un sustrato ideológico que sólo puede regenerarse desde la asunción de la urna como única voz legítima del pueblo y desde el abandono definitivo de la violencia. Entendidos ambos supuestos, inmersos los incorrectamente llamados radicales en un proceso de andadura en la no violencia, allá con sus de este modo respetables idearios políticos, soberanismos o vocablos concretos al margen. Respecto a sus postulados, como sucede al resto de los partidos, será la sociedad la que deba posicionarse: de hecho lo hace cada vez que vota, aunque en las raíces del ultranacionalismo violento se esconda una obtusa y larga trayectoria de desprecio hacia los vascos como ciudadanos de pleno derecho, constitutivos de una sociedad plural. Esa cultura de desprecio lleva a ETA a arrogarse, todavía, un papel de tutela sobre los procesos que abre su renuncia a las armas, procesos que hubieran podido abrir sin disparar un solo tiro, por cierto, por vía de las urnas.
Ahora que ya no se mata que se hable y que se pacte: pero el hecho mismo del robo del busto de Unamuno expone a las claras que el final definitivo de la violencia ultranacionalista significa el comienzo del trabajo hacia la paz. Los vascos constituimos una sociedad plural y sugestiva, capaz de grandes cosas: por ejemplo de representar correctamente la Octava de Mahler, una producción cultural que requiere disponer de medios poco menos que asombrosos para un colectivo tan pequeño como el nuestro. Pegar un tiro o robar un busto es, por el contrario, algo que está al alcance de unos pocos, incluso de una sola persona. Cuando las urnas expresan, como ha sucedido en las últimas elecciones, que la sociedad posee una riqueza y una pluralidad difícilmente reductibles a frentes y que es huidiza respecto de los designios políticos, resulta muy importante valorar que la convivencia entre diferentes sensibilidades precisa no sólo del respeto hacia las normas democráticas -incluso para cambiarlas-, sino de comprender que la visión sesgada de la realidad social conduce a errores políticos, algo que en cierta escala parece haber sucedido al PNV en su ¿circunstancial? alianza con EA, por más que Arzalluz coloque sus designios políticos a largo plazo, como si fueran un crédito hipotecario sobre su propia capacidad de maniobra política.
La suma PNV más EA no ha funcionado. La alta abstención, que el líder nacionalista aventuraba contraria a los intereses de los partidos no nacionalistas, le ha sido contraria a él. El ultranacionalismo asciende porque ETA se aleja y su guapo líder sabe vestir y sonreir, y el mapa político, que naturalmente contenta a todos porque todos pueden interpretarlo a su gusto, es variopinto y no muy aventurero. Los frentes en que se quería demediar a la sociedad vasca -frentes hoy más derrumbados que ayer, si bien para mi percepción siempre ficticios- poco tienen que ver con ella. Suena Mahler y se roba Unamuno. Todo es más normal, todo más tranquilo: incluso parecen menores estos escalofriantes rescoldos de la barbarie. Los ciudadanos, después de todo, son los que menos pierden la cabeza: eso sí, que no les roben los bustos indefinidamente.