Publicado en Mundoclasico el 13 de febrero de 2020
Bilbao, sábado, 18 de enero de 2020. Temporada de ABAO Bilbao Opera, Palacio Euskalduna. Richard Wagner, Der fliegende Holländer. Libreto de Richard Wagner, basado en Las notas del señor Schnabelewopski, de Heinrich Hein. Guy Montavon, director de escena. Hank Irwin Kittel, escenografía y vestuario. Guy Montavon y Florian Hanh, iluminación. Bryn Terfel, Holländer. Manuela Uhl, Senta. Wilhelm Schwinghammer, Daland. Kristian Benedikt, Erik. Itxaro Mentxaka, Mary. Roger Padullés, Steuermann. Coro de Ópera de Bilbao, Boris Dujin, director. Coro Easo Abesbatza, Gorka Miranda, director. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Pedro Halffter, dirección musical. Aforo: 2164. Ocupación: 90%
Der fliegende Holländer en un único escenario: la panza de un buque convertida en un espacio claustrofóbico, en una enorme y opresiva celda. Esa era, en esencia, la apuesta de Guy Montavon para la producción presentada en Bilbao. Todo sucede dentro de esa panza circundada por un mundo maldito, completamente dominado por el destino de Holandés. No hay oxígeno ni brisa ni dentro ni fuera del escenario, sólo una opresión aplastante de olas y vientos traicioneros y una proclama: Holandés es un condenado en un mundo violento y masculino en el que nadie es libre. Eso hace que, en última instancia, el terrible e inmemorial navegante y la frágil y jovencísima Senta sean almas llamadas a entenderse. De hecho, evolucionan hasta invertir sus polos: Holandés se hará abrumadoramente débil, mientras Senta se hará poderosa cuando descubra el enorme poder de su voluntad. Wagner.
Senta habita en todo momento en el colosal interior del mercante, escribiendo sus sueños con tiza sobre las cuadernas, o jugando con un balón o una bicicleta. Manuela Uhl ofreció una Senta fascinante, imprimiendo al papel una fuerte maduración progresiva tanto vocal como escénica, absolutamente implicada con la escena. Extraordinaria actriz, convincente cantante, fue primero una niña y una mujer después, desplegando toda la profundidad y extensión de su personaje. Es verdad que se puede cantar mejor y más afinado, pero no hablamos de un disco, sino de una representación, en la que Uhl fue una Senta fascinante que transmitió plenamente las hondas implicaciones de tan complejo personaje: profundamente sola, sometida e ignorada, un juguete en un mundo de varonil vileza en el que Holandés no representa una maldición, sino el camino de la escapada definitiva. Brava Uhl, la primera de las mujeres de El holandés, pero no la única: ahí estaban también Mary, eficazmente servida por Itxaro Mentxaka, y las jóvenes hilanderas, que reptan o cantan desde unas falsas troneras, que aquí se abren hacia el interior del casco y no sirven por tanto para que el buque se abra al mundo exterior, sino para que el mundo exterior penetre a placer en el mundo de Senta. Las hilanderas del Coro de Ópera de Bilbao cantaron e interpretaron brillantemente, con un Summ und brumm, du gutes Radchen para recordar. Con Mary erguida y tiesa como una prolongación de la cruel fortaleza paterna y con las hilanderas arrastrándose u objetualizadas como bustos en las troneras, tenemos completo el lienzo ignominioso sobre el que se pinta la trama.
El resto es más simple: Holandés juega el papel al que está condenado, en el que la esperanza de redención es tan imperiosa y tan remota y frágil que le lleva a compadecerse del precio de su salvación; Daland es mezquino, Erik simple. Bryn Terfel fue un Holandés colosal desde cualquier punto de vista, tanto en su forma humana como en su forma conceptual, una quilla imponente y explícitamente fálica que penetra sucesivamente el mundo de Senta y su intimidad, rompiendo lacres de una forma incontestable. La voz y la interpretación de Terfel impresionaban. También fue excelente el trabajo de Wilhelm Schwinghammer como Daland: una voz bella, una irreprochable prosodia y un notable gusto cantando, dando réplica a Terfel en unos pasajes deliciosamente wagnerianos. También Kristian Benedikt, aunque de instrumento menos bello, cumplió sobradamente con su parte. Roger Padullés, Steuermann, lució una voz bastante menos voluminosa pero que corría bien por el auditorio, y hay que reseñar que tiene una voz francamente bella. Los varones del Coro de Ópera de Bilbao, fabulosos; los del Easo de San Sebastián, fabulosos. Queda así completado el hemisferio masculino de El holandés.
El maestro Halffter hizo un buen trabajo. Conoce bien el material y disfruta dirigiendo, con gesto decidido y amplio, permitiendo que la música genere sus propias dinámicas e inercias, dejándose llevar y mandando oportunamente. Me gustó muchísimo más que en su reciente Bohème bilbaína. En el foso la Sinfónica de Bilbao, que está en un gran momento artístico y a la que gusta lucir en este repertorio en el que la orquesta es un rol protagonista de la representación. Sigue creciendo la calidad de esta orquesta en el foso y es una excelente noticia para la temporada operística bilbaína. Un gran Holandés, en suma. Que un teatro de obediencia verdiana como ABAO alcance esa calidad con este maravilloso título de Wagner pese a que el de Leipzig se programa sólo esporádicamente en Bilbao, habla de una organización excelente, muy sólida y confiable, que conoce bien el medio: ahora se precisan medios y decisión para poner coto al dominio italiano en las temporadas. Por eso era importante que el público disfrutara, y a fe que lo hizo. Grandes ovaciones.
Quiero reseñar para finalizar que Bryn Terfel sufrió un importante percance el mismo día de la última representación y fue sustituido por Roman Ialcic, que estaba en Bilbao a la espera de cubrir a Terfel en caso necesario. Tuve la suerte de escucharle y me encantó Ialcic, ya conocido en ta temporada de Bilbao y dotado con una voz preciosa y una gran clase cantando, cosas no siempre unidas. Hubiera sido un estupendo Holandés titular de no mediar el deslumbrante Terfel, y es probable que ABAO baraje ya un próximo regreso para algún papel importante. Que se solvente así una fatalidad como la acaecida a Bryn Terfel es de nota. De muy buena nota.