Mitsuko Uchida. © Geoffrey Schied

Publicado en Mundoclasico y Klassikbidea el 6 de septiembre de 2021

San Sebastián, domingo, 22 de agosto de 2021. Auditorio Kursaal. Schubert: Cuatro Impromptus D.935. Sonata en sol mayor D.894. Mitsuko Uchida, piano. 82ª Quincena Musical. 

Hay una gran coherencia entre el Schubert que Mitsuko Uchida concibe y el que relata en el teclado, construyendo no tanto una versión de las obras de Schubert como una visión de las mismas, una visión a la que no se si cuadra el adjetivo magistral. Diría que sí. Su técnica y su pericia interpretativa ofrecen un Schubert exquisito, elástico y limpio, de gran consistencia y al mismo tiempo de gran fragilidad. Uchida es también una pianista firme, aproada y segura, pero tiñe ese poder de una expresión amable (¿humilde?) y respetuosa, haciendo de su pianismo una invitación a que el público, al que respeta y al que pide una escucha activa, pueda reinterpretar la música al escucharla. Piano, compositor, pianista y público pertenecen a una misma esfera, a un mismo espacio; se desenvuelven en una cápsula efímera, en cuyo interior el tiempo transcurre por sus propios derroteros. Una hora y tres cuartos estuvimos en Kursaal sin levantarnos de las localidades, pero había sucedido algo al alcance de los grandes: fuera de Schubert, el tiempo se había desvanecido. No existía. Estábamos en un territorio en el que no sirven la convención o la lógica, sólo el sonido y la imagen de esta gran intérprete unida a su instrumento. 

En ese espacio concertístico maravilloso abierto por Uchida todo fluía con frases magníficamente resueltas: Schubert era la consecuencia de tocar así, y no la causa. Uchida es una pianista de la materia, de dentro hacia afuera, como el pincel de El Bosco. Los Impromptus fueron colosales, con unos números 3 y 4 inconmensurables. De la Sonata poco puede decirse, allá cada cual con sus adjetivos. Mi impresión es que Uchida sitúa la Sonata en un lugar al margen de antagonismos, más allá de la vida y sus eternos contrarios, en la calma y la serenidad. Es probable que quepan tantas formas de sentir el trabajo de Uchida con esta 894 como personas estábamos en el auditorio. Esta fue otra nítida sensación durante toda la Sonata: sentirse público y por tanto parte invocada y múltiple: pluralidad que escucha en libertad, pero al unísono. Y como público pude sentirme orgulloso por el silencio y la madurez con la que supo escucharse a Uchida en una ciudad en la que ella nunca había tocado y que no tiene una tradición reseñable, menos aún una rutina, en grandes recitales de piano. Lo cierto es que en esta edición de Quincena se ha podido escuchar mucho: Sokolov, Wang, Leonskaja, Hough, también Lazic -a quien no había escuchado y del que comentaré su participación en el concierto de clausura-. 

Grandísima Uchida, respetuosa y dominadora, pero no impositiva. Fascinante. Agradezco haber escuchado de nuevo su Schubert, formidable incluso aunque no se comparta lo que ella dice sentir. Es un Schubert posible, y construir eso está fuera del alcance de muchos pianistas prodigiosos.