Un post de Pepe Jordana en facebook me ha recordado nombres y tecnologías de los años noventa, años en los que una forma pequeña pero avanzada y llena de posibilidades de la industria audiovisual española amenazó florecer y, naturalmente, fue convenientemente exterminada.
Eran años en los que la imagen de síntesis la gobernaba la tecnología Silicon Graphics y el talento se aglutinaba en torno a un reducido número de empresas. En su mayor parte, estas empresas fueron cayendo como un castillo de naipes, generalmente por una razón sencilla desde la praxis empresarial: si gastas mas de lo que ingresas, o si te has endeudado en exceso y además tiras precios, cerrarás. Si además la razón de gastar mas de lo que ingresas es un desorbitado nivel de gastos suntuarios eres idiota, además de mal empresario, pero esto pasa en otros sectores, aunque difícil encontrarlos con tanto brillo. Y bien: esas cosas sucedieron en los 90 en sus distintas tipologías. El microsector, que era todavía frágil y volátil, estalló en decenas de diminutas estructuras freelance, y fue a raíz de este estallido cuando realmente comenzó a surgir la infografía en España.
Una pequeña conclusión, que creo tristemente extrapolable a otros ámbitos: en la infografía y en general en el audiovisual español, el talento individual siempre ha estado muy por encima de la capacidad social para generar grupos e industria; abundando, toda industria fragmentada y con genética incapacidad para configurarse como lobby o sector estratégico ha estado siempre por encima de la propia visión del Estado para su detección, regulación e impulso. Esta es la fórmula: Estado < colectivo < individuo. Sólo el solitario cabe en el país de Quijote, que sabio como era no perdió el tiempo buscando compañeros ni estando alucinado.
Recuerdo haber hablado sobre la infografía y sus grandes posibilidades con destacados responsables de dos ámbitos distintos de la administración central, porque –y esto significaba un problema- la infografía realmente admitía ser abordada desde dos orillas distintas, la cultural y la industrial. Dado que ni en el ministerio de cultura ni en el ministerio de industria entendían ni tenían el mínimo interés en entenderla , de hecho tampoco les interesaba el cine, en realidad esa dualidad no duplicó las posibilidades, sino que convirtió a los creadores de talento, muy dispersos, en una pelota que sobrevolaba la Castellana, desde Cinematografía en plaza del Rey, hasta la sede del Sepi del Ministerio de Industria en el barrio de Salamanca, o algo mas allá –no lo recuerdo-. No he olvidado las sonrisas de un director de cinematografía que llegó a vislumbrar muy poco, pero era apasionado de Wilder o algo así. No entendía nada, pero era buena gente y lo intentaba, y me puso en contacto con algunos interesantes interlocutores, por lo demás inoperantes respecto al tema que nos ocupa, pero que eran verdaderos visionarios en tónica y ginebra, lo que no es poco mérito viéndolo con retrospectiva. Uno de ellos, verdadero decatleta en el consumo, fue años después secretario de Estado de deportes, cargo para el que no se ejercen controles antidopaje. País.
También recuerdo la mirada atónita de un alto cargo de la Sociedad Española de Participaciones Industriales, SEPI, demasiado acostumbrado a las reconversiones navales, cuando le hablaba del potencial de la computación gráfica y del caso francés. Cuando terminé mi alocución, por lo demás bien trazada, me dijo algo inolvidable: “No dudo que tienes razón, seguro que es así, pero mira: España ve con interés el sector de los futuros vuelos espaciales y tampoco estamos presentes en ese sector”. Por aquellos meses yo no paraba de sugerir a mis interlocutores que se olvidaran de la infografía en la perspectiva cultural, y que mejor trabajaran el vector industrial puro. Después de esta entrevista en Industria se me borraron las ganas de hacer sugerencias de ningún tipo, así que el caballero me ayudó a centrarme en mi trabajo.
Tuve la suerte de conocer un poco a algunas personalidades de variable interés. Entre ellas sobresale en mi recuerdo el francés Patrick Rouchon, enjuto y elegante, vivaracho, con una inteligencia altamente instintiva, y con el sentido gregario y la visión sobre su entorno de un veterano tiburón blanco. Buena parte del sector participaba de estas características: era una industria atomizada y, en variable medida, depredadora. Pero era maravilloso ver trabajar a muchos profesionales: Delcan, Horrillo, Rotaetxe… Mejor atesorar lo bueno. La calidad profesional no decepciona.
Gracias, Pepe, por despertarme estos recuerdos, pero casi que vuelvo a dormirlos. Un abrazo.