Publicado en El Correo, 5 de marzo de 2022
El archivo de la Bilbao Orkestra Sinfonikoa es un tesoro cuidadosamente conservado y custodiado. No solo guarda partituras, programas de mano de conciertos y toda clase de información musical, sino también huellas de la influencia que las circunstancias históricas y las vicisitudes administrativas han tenido sobre su actividad a lo largo de un siglo. La Guerra Civil mordió hasta el hueso a la Orquesta, y ahí en los archivos están las marcas de los dientes; pero también fue muy complicado para la supervivencia de la orquesta el periodo de vacío administrativo inmediatamente anterior a su actual entramado institucional democrático, un patronato participado por la Diputación foral de Bizkaia y el Ayuntamiento de Bilbao. A través de sus numerosos documentos, legajos de correspondencia o cuadernos de contabilidad, el archivo de la BOS ofrece información suficiente como para poder afirmar que el centenario se celebra en el periodo de estabilidad democrática, solvencia presupuestaria y calma administrativa mas duradero y sólido de su historia: una pax sinfónica. Hoy, la proyección social o la rentabilidad como instrumento cultural de la orquesta solo pueden valorarse partiendo de este hecho feliz y constatable: más allá de la coyuntura pandémica, las condiciones nunca han sido tan buenas como en los últimos años para poder hacer de la orquesta una herramienta de alta calidad artística e incuestionable rentabilidad social.
No es la única razón, porque también ha mejorado mucho la calidad de la docencia musical, pero el decidido soporte institucional es también una clave para explicar la evolución experimentada por la orquesta en términos artísticos. Sin desdoro hacia quienes tocaban en la orquesta hace años, a veces en condiciones adversas (inseguridad salarial o una casi completa carencia de infraestructuras), la BOS ofrece un rendimiento artístico superior al alcanzado en cualquier otro momento de su historia. Suena bien, está equilibrada, musicalmente funciona, los instrumentistas trabajan en el contexto de certidumbre necesario para que cualquier trabajador, y en cualquier ámbito, pueda hacer bien su trabajo. En la actual Sinfónica de Bilbao no son necesarios ni el heroísmo ni la épica, unos ingredientes que con frecuencia han sido esenciales para su supervivencia. Si otras cosas se hacen necesarias, no son tan dramáticas.
Cuesta recordarlo, porque parece que ha transcurrido mucho tiempo, pero hace solo unos cuatro años las políticas aislacionistas de Donald Trump provocaron la repulsa firme de no pocas empresas y entidades culturales norteamericanas, entre ellas las de muchas de las principales orquestas. Reivindicaban que su calidad y lo mejor de su historia se debían a su capacidad para aglutinar talento con independencia del origen, el género, la piel o la religión, por cierto una constante en el crecimiento cultural -y general- de los Estados Unidos. Esta visión abierta, elevada y transfronteriza propia de un activo cultural vivo, junto a un audaz pragmatismo -propio de la situación de necesidad de la orquesta- propició la llegada a la BOS en los años ochenta de un grupo de músicos de calidad extraordinaria. Procedían de Polonia o Rumanía. Fueron -y muchos y muchas son- excelentes instrumentistas y docentes. También llegaron de otros países, en buen número desde Inglaterra. Se generó un crisol extraordinario y enriquecedor, una inclusión vigorizante que tuvo mucho de extraordinaria. Ahora todo eso se ha normalizado y facilitado en el marco laboral europeo, pero en su momento tuvo bastante de epopeya. La BOS fue también una estructura muy adelantada integrando mujeres en su plantilla. Aquella BOS cosmopolita y atrevida emociona y da pistas no sobre su imprevisible futuro, sino sobre la mirada que debe conducir a ese futuro: saberse, situarse y actuar en la vanguardia de la cultura y de la sociedad de Bilbao y Bizkaia. Fuera de esa visión, la BOS -y cualquier otra orquesta- estará perdiendo el paso. Ese es el camino.
La historia de la orquesta nos enseña también la importancia de salir al encuentro de los cambios. En 1922, cuando la orquesta dio su primer concierto, los automóviles privados solo comenzaban a proliferar en Bilbao, al igual que los primeros autobuses de transporte. En 2019, Bilbao tenía un parque de 140.000 vehículos. En 1922 comenzaba a florecer la radio, en 2022 tenemos nuestros móviles. Así, con todo. Que una organización tan compleja como una orquesta sinfónica perdure a través de diez décadas de cambios incesantes significa que ha sabido adaptarse para continuar sirviendo a su entorno: en cien años han cambiado los gustos del público y la programación, la forma de interpretar, la duración de los conciertos y otras muchas cosas. También ha perdurado porque la ciudadanía ha valorado y auspiciado su aportación. Felicitar a la BOS es felicitar a ese público fiel que la quiere y apoya de un modo probablemente incondicional, esa gente que tiene a su orquesta arraigada en su ocio y sus vivencias. Fue muy expresivo el largo aplauso con el que el público del Euskalduna acompañó la entrada de la orquesta al escenario en agosto de 2020, tras los meses del gran confinamiento. La orquesta volvía a su casa, a su ciudad, a sus gentes.