Publicado en Mundoclasico el 21 de agosto de 2018
Santander, 14 de agosto de 2018. Palacio de Festivales. 67ª edición del Festival Internacional de Santander. Gustav Mahler: Sinfonía número 9. Orquesta Sinfónica de Londres. Simon Rattle, director. Aforo: 1670 personas. Ocupación: lleno.
Hay muchos modos de disfrutar de la música, pero sólo en el directo se disfruta de una experiencia como tal, sometida a ese inevitable y gozoso imperio de la fugacidad que es pilar fundamental de un concierto: algo que sucede de forma presencial. La obra de Mahler en su conjunto es también el relato de cosas que suceden, y en su Novena de cosas que sucedieron, con las que el compositor pareció desear ajustar cuentas: su época y su sociedad, su propia aventura amorosa, su creciente dominio sobre la música y el sonido de la orquesta, su vitalidad, plena y de largo aliento y, desde luego, su sentido del humor y gusto por lo sarcástico y su irreductible optimismo.
Rattle ofreció un Mahler construido con esos elementos y lo hizo a través de una orquesta estupenda, la LSO, que a mí me gustó mucho, pero a la que -discúlpenme los entusiasmados- encontré algo por debajo de otras ocasiones. He reflexionado acerca de por qué, y mi conclusión es simple. Las orquestas en general suenan hoy mejor que hace tres décadas, han elevado su nivel, son más compactas y poderosas, algo que en nuestro entorno se puede resumir recordando que en buena parte sencillamente se han profesionalizado. Eso hace que una orquesta buena con un buen maestro se acerque en sus resultados a una gran orquesta con un buen maestro, mientras que hace años la distancia entre las formaciones orquestales era mayor. Lo que eleva a una orquesta sobre el resto es el binomio orquesta-maestro, y ahí entra en escena un Simon Rattle deslumbrante que tiene por delante una tarea compleja: que la LSO continúe perteneciendo a la aristocracia orquestal en tiempos en los que muchas orquestas, dentro por ejemplo de la propia Gran Bretaña, aspiran con osadía a arañar fragmentos de su trono. Él mismo contribuyó a ese asedio al frente de la orquesta de Birmingham hace unas décadas. Es, también en ese plano, un maestro completamente comprometido con su tiempo, un signo del mismo.
Este sería, pues, el resumen de mi crítica: un gran Rattle deberá imponerse, tras el idilio que aparentemente vive ahora en su recién tomada titularidad londinense, para que el sello LSO siga gobernando en algunas latitudes y siga perteneciendo a la reñida élite internacional. Es la primera evidencia de un concierto poderosísimo que proporcionó a un auditorio abarrotado una obra de arte musical tan hermosa, vigente y elaborada pero radicalmente llena de pulsiones como la Novena mahleriana. Escuchar esta sinfonía en condiciones no es ni fácil ni desde luego frecuente, y el gran mérito de Rattle fue transmitir al público la categoría de esa partitura abierta e inagotable. Lo hizo fiel a sí mismo, dentro de su visión de Mahler como un compositor que se interesa primordialmente por la vida y que siempre, vez tras vez, regresa a ella. Maravilloso Rattle en el Adagio final, sin engolamiento, sin afectación, sin pelearse por el protagonismo con la propia partitura. Rattle me pareció un maestro humilde, capaz de gobernar sin autoritarismo y plenamente al servicio de la partitura, que en realidad debía ser y fue la triunfadora de la noche. Se me ocurren algunos nombres de maestros que se aposientan en el podio de forma antagónica y que precisamente se crecen en este repertorio.
Como no podía ser de otro modo, la LSO y el maestro mostraron la compleja anatomía mahleriana -y también su patología, claro está- en los dos movimientos centrales, tan inexpugnablemente mahlerianos y tan cruciales en el conjunto de la obra. Las danzas desnudas (¿desenmascaradas?) del segundo movimiento fascinaban, y el tercer movimiento, entre lo mejor del bohemio, deslumbraba llenando la atmósfera del clima libérrimo y lúdico propio de un creador en la cima de su arte. Atrás, en un pasado ya insondable, quedaba un Andante inicial expuesto en todas sus contradicciones, sombras e incertidumbres, borrados por el posterior devenir de la composición y por la magnética energía de un maestro tan intenso y preciso como Simon Rattle. Gracias, maestro, por semejante Novena, y gracias al Festival de Santander por un programa que, como este, marca la diferencia en un contexto sin apenas diferencias.
© Mundoclasico / Joseba Lopezortega, Bilbao, 2018