Publicado en Mundoclasico el 4 de junio de 2019
Bilbao, 21 de mayo de 2019. Temporada de ABAO Bilbao Ópera. Palacio Euskalduna. George Bizet, Les Pecheurs de Perles. Libreto de Eugene Cormon y Michel Carré. Pier Luigi Pizzi, director de escena, escenografía, iluminación y vestuario. Massimo Gasparon, director de escena de la reposición. Gheorghe Iancu, coreografía. Javier Camarena, Nadir. María José Moreno, Leila. Lucas Meachem, Zurga. Felipe Bou, Nourabad. Coro de Ópera de Bilbao, Boris Dujin, director. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Francesco Ivan Ciampa, dirección musical. Aforo: 2164. Ocupación: lleno.
Por su complejidad y por su concentración de elementos potencialmente imprevisibles, cada representación de ópera es una pequeña -y apacible- batalla de Trafalgar, en la que el sentido de la célebre frase de Horacio Nelson encuentra un natural encaje: el público simplemente espera que todos cumplan con su deber, que cada parte interviniente haga lo que se espera de ella y lo haga bien. Cuando esto sucede a un alto nivel de calidad, sin eslabones débiles, sin fugas ni altibajos reseñables, es cuando podemos decir que hemos asistido a una muy buena y quizá excelente velada operística. Esta Pescadores de ABAO ha alcanzado esa cota con llamativa sencillez, si exceptuamos detalles de la paleta de colores propuesta por Pier Luigi Pizzi para el vestuario.
Sencilla era la escena del versátil italiano, quien en esta producción asumía amplias y distintas responsabilidades. Con una notable economía de medios y elementos, y al precio de empujar permanentemente al buen coro bilbaíno a un segundo plano, se limitaba a enmarcar la belleza musical alcanzada por Bizet y la calidad del canto de los protagonistas en una geometría simple y simétrica. Bastaba. Cuando cantaban Camarena y Lucas Meachem lo demás no importaba, y ya si cantaban juntos el mundo simplemente no importaba, fuera de sus voces. Un digno grupito de bailarines y bailarinas aportaba movimiento y color a la escena tan estática propuesta por Pizzi. En cuanto al vestuario, se parecía a lo que pudiera estimarse como adscrito a la tradición ceilanesa pero vista a través de un artículo de wikipedia, con algunos colores francamente desafortunados y cierto aire de outlet carnavalesco. El inconcebible traje mostaza de Nourabad era Piolín tras medio minuto de microondas.
En el foso mandaba Francesco Ivan Ciampa, de nuevo en Bilbao tras el exitoso Requiem de Verdi y la posterior Stiffelio ofrecidos para ABAO. Ciampa demostró una vez más mucho dominio de su profesión, logrando que el sonido fluyera con delicadeza y precisión. De Ciampa, un muy dotado concertador, cabe destacar que dirigió una vez más con gran concentración, entendiendo las voces y la orquesta y ofreciendo la minuciosa y exótica música de Bizet sin renunciar a su estilo dulce y meridional. Se entiende y se comparte que ABAO haya fijado su interés en este maestro solvente y confiable, y ya ha anunciado su concurso para la próxima temporada dirigiendo un trance tan incierto como la verdiana Jérusalem.
Previsiblemente vendrán más títulos. La orquesta, la Sinfónica de Bilbao, hizo un trabajo excelente. Carezco de base para hablar de la BOS como orquesta de foso en términos comparativos respecto a otras orquestas peninsulares, pero en términos absolutos se puede asegurar que la de Bilbao está trabajando muy bien en el foso, y desde luego mejor que en cualquier tiempo pasado. Contar con las buenas orquestas profesionales vascas debe proporcionar no poco sosiego a los programadores de ABAO.
Asistir a un acontecimiento musical en el enorme auditorio del Palacio Euskalduna con todo su gran laberinto de localidades ocupadas representa un espectáculo gratificante en sí mismo. El público, atestando la representación, también fue parte importante del éxito de Les Pecheurs: ni teléfonos, ni toses; sólo atención y escucha y aplausos. Francamente elogiable. Mi reflexión, aunque se aplaudió con ganas, es que se aplaudió por debajo de los merecimientos del elenco, quizá porque todos trabajaron con una seriedad y una serenidad krausiana; y a fe que la afición veterana de Bilbao sabe a qué me refiero, pues no pocas personas se sentían transportadas a tiempos pasados al término de la representación.
Qué bueno es Javier Camarena, qué ejercicio de sobriedad y elegancia y qué dominio sin fisuras de su personaje. Hizo un Nadir admirablemente eficaz y honesto, cantando con una técnica depuradísima y con una facilidad pasmosa –y aparente-. Hizo, en suma, lo que se esperaba de él, pues ya su nombre anuncia esos valores. Creo que pertenece a esa estirpe de cantantes de gran clase que, en última instancia, cantan para sí mismos. Zurga lo cantó el norteamericano Lucas Meachem. Su posición de partida era completamente distinta: llegó en vísperas del ensayo general sustituyendo al barítono anunciado y era desconocido en la plaza. No sólo se sobrepuso a esos condicionantes y los hizo olvidar, sino que triunfó. Tiene volumen, presencia, un timbre precioso y luminoso, amplio registro y mucha inteligencia cantando. En el célebre dúo del primer acto con Camarena, Au fond du Temple Saint, se gustó y supo contener su volumen en beneficio de un canto cuidadoso, casi en esbozo, y si bien tiene tendencia natural a enseñar mucha voz, supo administrarla para servir a la visión de Ciampa. Meachem es un ejemplo más de los excelentes cantantes norteamericanos, tan preparados, que se están disfrutando en ABAO en los últimos años.
María José Moreno era el tercer pilar de la función. Mostró gran calidad como actriz y una voz adecuada y solvente para su comprometido papel, y no desentonó respecto a sus compañeros. Su aria Comme autrefois la mostró a un muy buen nivel, y queda en el ambiente la pregunta de por qué es tan infrecuente que acuda a las temporadas de ABAO. Felipe Bou cumplió también con creces. Todo encajaba, todo ocupaba su lugar, todo fluía con notable facilidad construyendo una excelente velada operística que ha puesto fin por todo lo alto al buen trabajo de ABAO en la ya concluida temporada.