Foto: © Javier Naval

Publicado en Mundoclasico y Klassikbidea el 26 de septiembre de 2019

Bilbao, 3 de septiembre de 2019. Teatro Arriaga. West Side Story. Música de Leonard Bernstein. Producción y coreografía original de Jerome Robbins. Libreto de Arthur Laurents. Letras de Stephen Sondheim. Dirección de escena y adaptación de coreografía: Federico Barrios. Adaptación y traducción: Alejandro Serrano y David Serrano. Diseño de escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda. Diseño de iluminación: Carlos Torrijos y Juan Gómez Cornejo. Diseño de sonido: Gaston Brisky. Figurinista: Antonio Belart. Vestuario: Ana Llena. Javier Ariano, Tony. Talía del Val, María. Silvia Álvarez, Anita. Víctor González, Riff. Oriol Anglada, Bernardo. Armando Pita, Schrank. Enrique R. Del Portal, Doc. Glad hand, Diego Molero. Joana Quesada, Pauline. Carlos Seguí, Krupke. Alejandro Fernández, Mike. Axel Amores, Jack. Ernesto Figueiras, Ian. Daniel Busquier, Artie. Nil Carbonell, Baby John. Ana Escrivá, grazziela. Estefanía Corral, Velma. Julia Pérez, Minnie. Tamara Suárez, Clarice. Pablo Badillo, Chino. Guztavo Núñez, Luis. Daniel Corbacho, Pepe. José Antonio Torres, Indio. Adrián García, Toro. Teresa Ferrer, Rosalía. Lucía Ambrosini, Consuelo. Teresa Abarca, Francisca. Ana Acosta, Teresita. Amanda Digón, Margarita. Dirección musical: Gaby Goldman. Aforo: 1200. Ocupación: 90%.

Mientras el público accede a su localidad, la fantástica identidad visual de West Side Story, en gran tamaño, ocupa el lugar del telón tradicional. Poderosa y plenamente reconocible seis décadas después de su laborioso nacimiento, esa identidad remite no sólo al musical objeto de este comentario, sino a todo lo que sucedió y todavía sucede con posterioridad a su estreno, conformando un hito de la cultura contemporánea y una marca inconfundible. Por eso una producción canónica, como es el caso, nos traslada hasta el comparativamente humilde origen de un fenómeno cultural que ha trascendido en el plano musical (las Danzas Sinfónicas, pero también la grabación del propio Bernstein con NYPO y Te Kanawa, Carreras y Troyanos o tantas y tantas versiones de algunos de sus grandes números musicales) y cinematográfico (el oscarizado magnífico filme de Wise y Robbins de 1961, convincente todavía pese a su trasnochada pareja protagonista). A estas evoluciones ya históricas del embrionario musical de Broadway habrá que sumar, pronto, dos nuevos y potentes impactos. Uno de ellos afecta a las coreografías de Robbins, y es que la anunciada producción de WSS en Broadway para 2020 las sustituirá por otras de Anne Teresa De Keersmaeker. No será una reposición, sino un WSS novedoso y auspiciado desde la mirada vanguardista y ajena a Broadway del productor Scott Rudin y el director Ivo van Hove. Esto sucederá sólo unos meses antes del estreno del nuevo filme que, dirigido por Steven Spielberg, va a emplear de nuevo las conocidas coreografías de Robbins. No es frecuente que tantas cosas se sucedan a partir de una propuesta teatral sexagenaria, por maravillosa e innovadora que esta fuera.

Hay que adentrarse a través de este espeso boscaje para poder apreciar como merece, en su adecuada dimensión y perspectiva, el irreprochable trabajo coral ofrecido en esta función de teatro musical, un trabajo expuesto porque no hablamos del ventajista lenguaje del cine ni de la intención algo ansiosa y trascendente que Bernstein mantenía para con su propia creación musical, sino de un directo complejo y exigente: la semilla del bosque, la nuez. Y fue una gran función en todos sus aspectos, comenzando por una escenografía francamente eficaz e inteligente y un excelente trabajo de iluminación. En el foso, con un grupo de músicos que lograron una buena prestación, un director musical cuyo apellido, Goldman, recuerda al del director musical de la producción original, Max Goberman, también responsable de otros estrenos de Bernstein en Broadway. No fue el único eco, pues el trabajo de Goldman fue impecable. Creo que en algunos números imprimió tiempos quizá algo rápidos, pero su control rítmico fue irreprochable y mantuvo todo en perfecto orden con economía y claridad y con mucha clase, de principio a fin. Ni el más mínimo desfallecimiento. La partitura llegó al publico de una forma completa y rotunda, logrando muy buenos directos. Contar con un director así se antoja esencial para todos y todas los intervinientes en una obra tan exigente y milimétrica como West Side Story. Goldman fue un sólido arquitecto musical, viga maestra de la función.

Javier Ariano era Tony, un papel tremendo en muchos sentidos que precisa calidad interpretativa y criterio, cierta voz y amplitud de registro y buen gusto para cantar. Tiene el hándicap de enfrentar canciones muy conocidas y complicadas, con María como ejemplo máximo, difundidas a través de grabaciones en estudio realizadas incluso con voces -caso de Carreras- simplemente desproporcionadas en términos de musical. Pues bien, Javier Ariano puede con Tony. Su voz no impresiona, pero funciona eficazmente y se emite con afinación y seguridad en un escenario en el que no hay escondites ante temas como la mencionada y difícil María o One hand, one heart. Como actor, Ariano aportó su parte en la construcción creíble de una pareja Tony-María que de hecho constituye, en muchas fases del musical, un personaje único con dos naturalezas: si una falla, obviamente no hay pareja.

María fue interpretada por Talía del Val, buena actriz y buena soprano, con una voz dúctil y amplia, convenientemente dulce, muy limpia y educada y bien entonada: una María de altura en todos los aspectos, que aportaba candor y también temperamento y que iba construyendo un personaje sometido a lo largo de los dos actos a una profunda evolución: de niña tutelada a mujer amada, amante y emancipada y dueña de su voluntad, no tanto de su destino. María es valiente y requiere una actriz y cantante que transmita la evolución de esa valentía. Muy bien Del Val.

Anita es un falso secundario, pues canta y baila y actúa en un plano de exigencia muy alto y con mucha presencia en el escenario y la trama. Silvia Álvarez estuvo sobresaliente en todas las facetas, ofreciendo una Anita con todo el temperamento, toda la vitalidad y toda la profunda capacidad de amar de la portorriqueña, de largo el personaje más complejo e inteligente del musical. Admirable trabajo de Silvia Álvarez, artífice del dúo de la noche junto a Del Val en un muy buen A boy like that/I have a love y simplemente arrolladora en su parte. Me parece adecuado apuntar que pude disfrutar en otra función de su alternante, Teresa Abarca, que hizo una Anita muy diferente, más vital e ilusionada quizá, y que también lo hizo muy bien.

El resto del elenco trabajó con calidad, comenzando por Víctor González haciendo de Riff. Todas y todos trabajaban en un plano de solvencia que permite pensar en una mayoría de edad afianzada del musical como industria, un hecho a todas luces positivo. Bien los partiquinos y bien personajes con matices como Baby John, interpretado por Nil Carbonell, y desde luego el Paul de Joana Quesada. Estupendos Enrique R. del Portal como Doc, Armando Pita como Schrank y Carlos Seguí como Krupke. Insuficientemente destacada en el programa de mano la interpretación de una canción sin duda excepcional, Somewhere, que merece un comentario. No puedo asegurar quién cantó Somewhere, entiendo que sería Lucía Ambrosini por hacer Consuelo. Si no es así, que me disculpe la cantante responsable. Dulcísima voz de soprano ligera para una canción bellísima que hizo Reri Grist en la producción original de Broadway. Grist, que después de 1957 comenzó una notable carrera operística, cantó para Bernstein en su grabación con NYPO de la Cuarta de Mahler para el sello Sony (1960). Es conocida la meticulosidad (diría que un poco rebuscada) con la que Bernstein elegía el timbre para el cuarto movimiento de esta sinfonía, y eso da idea de la importancia que tuvo Somewhere en la producción original. También la tuvo en esta preciosa función de West Side Story, el gran musical de Laurents, Sondheim y Robbins con música de Leonard Bernstein, y sería estupendo que la productora lo reconociera debidamente… si los meticulosos propietarios de los derechos no tienen nada en contra, naturalmente.