Sábana del diario Liberation, con Macron en portada.

 

Macron ha ido alzando su figura política al mismo tiempo que otras declinaban. Los partidos tradicionales franceses han sido arrinconados -al menos coyunturalmente-, y entre ellos sólo el Frente Nacional ha resistido con sus 45 años de existencia.

De Macron puede decirse ya que elige las palabras, y ese cariz discursivo y la forma en que se presenta como un hombre que ama a su pareja -y lo demuestra- remiten a Obama. También su juventud. Con Trump en el poder y Obama ya unas páginas atrás de nuestro rápido presente, Macron toma el relevo de los símbolos, de los conceptos, de las ideas que constituyen la verdadera identidad europea -libertad, igualdad, fraternidad- y que pertenecen a la esencia irrenunciable de la Francia de 1789. Parece que las emplea bien, como lo hiciera Obama. Su visión es común.

Más ideas que lemas, más etapas por escribir que capítulos ya escritos, más atareado en el futuro que pendiente del pasado, tal es Macron; a su lado Le Pen era la trasposición oportunista de una coyuntura crítica y áspera al terreno del resentimiento. En esas reducciones medra el populismo, como la curación mágica crece alrededor de los males incurables, así que Le Pen ha hecho precisamente lo que se podía esperar de ella.

Critica el lepenismo que Macron saliera a saludar con música de la Novena de Beethoven, el himno de Europa. Un presidente llamado a jugar un papel importante en Europa ha llegado al poder en un país grande y convulso, un país ahíto de ideologías y ávido de palabras e ideas, esas viejas ideas que siguen siendo utópicas y que no sólo se sitúan en nuestro pasado, en nuestra genética, sino principalmente ante nosotros. Representan el reto para Macron, para Francia, para toda la ciudadanía de Europa sin excepción aceptable: lo aparentemente viejo es la promesa renovada. Otros políticos en otros países pueden tomar nota: hay que saber hablar y hay que saber convencer con las palabras. Macron es un presidente elegido a crédito, mediante el préstamo ciudadano que supone siempre una elección democrática. ¿Habrá un Trump aguardando, revanchista, al final de su mandato?

Melenchon por su parte ha querido situarse en el cálculo y la especulación. Sus razones se entienden, su sinrazón no. Con la expectación y el sosiego de tener a Macron como presidente de Francia, las próximas legislativas ajustarán cuentas y también pasarán facturas. A ver cómo vuelven a cada brazo las políticas arrojadas en estas semanas apasionantes. Y que sus palabras prendan en la realidad y no se vacíen en los labios de Macron, el joven y bienvenido presidente.