Publicado en Territorios de la Cultura, de El Correo, el 19 de septiembre de 2020

Como sucede con los campanarios sumergidos bajo los pantanos en las grandes sequías, las circunstancias impuestas por la grave crisis sanitaria sacan a la luz algunos enclaves de la vida musical bilbaína que normalmente reposan bajo las aguas. Quizá el elemento más sobresaliente es la importancia del Palacio Euskalduna, en el que se desarrollan la actividad de las dos orquestas sinfónicas activas en Bilbao, la temporada de ópera, el festival Musika Música y buena parte de la temporada de la Banda Municipal. Esta centralidad del equipamiento foral hace que su gestión sea de capital importancia para facilitar el desarrollo –y en algunos casos la supervivencia– de las actividades mencionadas. El Euskalduna es la gran presa con capacidad para regular niveles, caudales y producción de energía.

Y luego está todo lo demás, desde un público respetuoso y responsable más allá de la duda hasta la oferta musical propiamente dicha, que este año inclemente parece haber buscado refugio en posiciones resguardadas. Si escuchan en estos meses que para salir de la crisis hace falta asumir riesgos e innovar, no piensen que estos principios son fácilmente extrapolables a la oferta musical de origen institucional. El Ayuntamiento anunciaba en pleno verano que la edición 2021 de Musika Música se dedicará a Viena, en lo que debe ser el cierre definitivo del desigual periplo por ciudades musicales que ha protagonizado las últimas ediciones de este exitoso festival. Es verdad que la Viena musical ofrece material para varios y variados e incluso contrapuestos festivales, pero es una opción decididamente poco audaz. En la Sinfónica de Bilbao, por su parte, Beethoven es el vector protagonista que marca la tendencia cauta y conservadora de buena parte de su programación, programación que se abre mucho a medida que avanza el curso, quizá en previsión de una mejora de la situación por la que todos suspiramos. Hay también visitas importantes en la temporada de la BOS, como el histórico pianista Garrick Ohlsson, Javier Perianes o la admirable activista musical y prestigiosa directora JoAnn Falletta. Pero lo más llamativo de la BOS en este curso es que ha optado por una matinal los jueves para descongestionar sus dos programas de abono y adaptarse a las limitaciones de aforo. Desconozco la razón, pero salvo sorpresa parece dudoso que una matinal los jueves encuentre buena aceptación y alivie la afluencia.

Euskadiko Orkestra anuncia obras para gran formación (5ª Y 7ª de Mahler, 3ª de Bruckner, entre otras) junto a repertorio interpretable con escenarios menos abigarrados. El eje de la temporada es el romanticismo. Destacan, en un contexto de la habitual calidad media, la presencia de un cuarteto de interesantes directoras y el empeño maratoniano de hacer en una semana y en distintas plazas las ocho sinfonías de Schubert. Como los programas se ofrecerán en dos horarios distintos en las mismas jornadas, en Bilbao se podrán escuchar en la misma tarde las sinfonías 2ª, 4ª, 5ª y 8ª –esto sirve para otros programas y evoca un poco algunas gestas de la Orquesta del Teatro Mariinsky, no me digan que no–. Como un símbolo de la importancia de la tenacidad, retoma su singladura el atractivo proyecto centrado en la gesta de Elcano. Muchas ganas de escuchar al pianista Behzod Abduraimov, que en Bilbao tocará en la misma tarde el 3º de Bartok y el 1º de Beethoven.

ABAO, un buque insignia de la cultura en Bilbao, encara una temporada que exigirá toda su fortaleza y también el apoyo decidido de todas las entidades comprometidas en su actividad, tan libre y viva y tan expuesta. Siempre hay elementos de interés en cada título de una temporada de ABAO, pero creo que este año sobresale la tríada que cierra temporada: Samson et Dalila, Elixir y -siempre- Tosca.

La Filarmónica cuenta con su sede, se las apañará. Su programación, impresionante, cuenta con intérpretes mayúsculos, pero eso no sorprende en tan notable y singular institución.