Publicado en el cuadernillo cultural Territorios de El Correo, 30 septiembre 2017

 

Quizá sea más grato imaginar un color para la temporada musical que tratar de radiografiarla. Siendo así, diría que la temporada 2017-18 se pinta con un gris claro y luminoso, como en uno de esos días en los que el sol ciega sobre las nubes. El ciclo de conciertos que el año pasado se iniciaba en la Villa bajo el nombre de Bilbao Puerto de Arte no ha cuajado, arrastrado por una programación muy desigual y por algunos conciertos anunciados en domingo y con unos precios caros, al no estar subvencionados. Fue una apuesta arriesgada y fracasó, ciertamente. La paradoja es que los que arriesgaban su dinero y debían ser cautos no lo fueron, mientras que quienes manejan dinero público y debieran tener la obligación de arriesgar no lo hacen. Creo que ese es el marco en el que encuadrar la temporada, de ahí su color.

Sucede que la hermosura de la música se acaba por imponer siempre, o al menos en muchas ocasiones, e incluso cuando se hace lo esperable y se programan obras muy escuchadas suenan nuevas en manos de los buenos músicos. Sucede así con el Ravel de Joaquín Achúcarro. El gran pianista ofrecerá un recital en el Teatro Arriaga y tocará el Concierto para la mano izquierda con la Sinfónica de Euskadi, y Bilbao se rendirá en justicia a su pianismo y musicalidad, y a su radical y fascinante fortaleza. Achúcarro es con esta doble presencia en los escenarios bilbaínos uno de los grandes protagonistas de la temporada.

Los directores titulares de las orquestas sinfónicas vascas destacan en sus respectivas programaciones. En la Sinfónica de Euskadi comienza andadura como titular Robert Treviño, y lo hace asumiendo nada menos que seis programas de abono de una temporada que presta atención especial al centenario de la Revolución Rusa de 1917, pretexto para programar obra de Shostakovich, Prokofiev y Stravinski. El resto de la programación es ecléctica, y culmina con otra interpretación del Requiem de Verdi, una obra que en los últimos dos o tres años se ha escuchado varias veces en Bilbao y que en esta ocasión tiene el aliciente de tener a Treviño en el podio. Treviño es un maestro con una proyección excepcional y sus presencias al frente de la OSE prometen resultados importantes con obras de Mahler, los mencionados Shostakovich y Prokofiev o Beethoven. Entre los solistas que anuncia la OSE destacan Frank Peter Zimmermann y Nikolai Lugansky.

En la Sinfónica de Bilbao su titular Erik Nielsen, recientemente renovado, dirigirá ocho programas sinfónicos. Nielsen es un director con un estilo muy definido y muy distinto al de Treviño y esta diversidad es muy enriquecedora para los aficionados. De la mano de su titular la BOS mira hacia Francia, ofreciendo un repertorio que puede gustar más o menos, pero que está bien hilado y que dará algunos buenos programas. Personalmente me interesa más el resto de la programación (la no francesa): el Número 2 para violonchelo de Einojuhani Rautavaara, obras de Berg, Strauss, John Adams, Wagner con Johannes Martin Kränzle cantando el rol de Gurnemanz del acto III de Parsifal… y hay que saludar una presencia de obra contemporánea en la que ojalá se profundice. Hay buenos solistas en la temporada: la soprano Hanna Elisabeth Müller, Truls Mork, Benjamin Grosvenor o los violinistas Ray Chen y Ning Feng. En cuanto a directores invitados regresan John Axelrod con el Concierto para orquesta de Bartok y Gian Carlo Guerrero, que hizo una magnífica Sexta de Mahler hace un par de años y que esta vez dirigirá la Patética de Chaikovski.

Mayor fortaleza

Dos apuntes más sobre Erik Nielsen, el primero casi morboso. En el programa con la selección de Parsifal, el norteamericano también dirigirá una selección del ciclo de canciones Des Knaben Wunderhorn de Mahler, un compositor que no suele dirigir y que según parece no le atrae demasiado. Sin embargo, creo que las canciones de este ciclo que finalmente seleccione se le van a adaptar perfectamente y encontrarán en él lo que más necesitan: claridad. El segundo apunte sobre Nielsen es de gran calado, pues Nielsen regresa al foso con su orquesta para hacer Salomé en la temporada de ABAO.

Salomé. Esta ópera de 1905 brilla como un faro en unas últimas temporadas de ópera dominadas por una programación conservadora, unas temporadas en las que ABAO ha centrado su esfuerzo en resistir las embestidas de las adversidades económicas. Este periodo conservador se ha recorrido con una calidad muy notable, ciertamente, pero es de esperar que vaya cediendo terreno hacia horizontes más innovadores, como parece intención. Cómo resulte Salomé será un indicador. De Nielsen en el foso cabe esperar lo mejor y el papel de Salomé lo hará Emily Magee, quien ya cantó en unas memorables funciones Die tote Stadt de Korngold, dirigidas precisamente por Nielsen. Si el resto de la temporada (Manon de Massenet, Norma de Bellini, Don Pasquale de Donizetti e I Masnadieri de Verdi) mantiene el nivel de las producciones de estos últimos años, ABAO habrá dado otro paso firme sobre el alambre hacia la fortaleza que necesita para incrementar títulos y programar con otra intención.

Encapsulada en su sede, su tradición y su talante, la Sociedad Filarmónica de Bilbao ha amasado otra temporada de cámara deslumbrante. En la madera de Marqués del Puerto estarán como es habitual grandes instrumentistas, un puñado de excelentes orquestas de cámara, algunas voces magníficas y varios tríos y cuartetos de gran clase. Difícil discriminar, pero ahí van algunas referencias: el Cuarteto Jerusalem con dos tardes de su Proyecto Dvorak, Dorothea Röschmann cantando Schubert, Mahler, Schumann y Wagner, Yuja Wang con la Chamber Orchestra of Europe, Daniele Gatti haciendo Primera de Schumann y Séptima de Beethoven con la Mahler Chamber Orchestra, Philippe Herreweghe y el Collegium Vocale Gant con obras de Bach, Leif Ove Andsnes, Beatrice Rana, Isabelle Faust, Sol Gabetta, Julia Fischer en dúo con Yulianna Avdeeva y así hasta un total de 31 programas.